“Cuando una película no se parece a nada, no es una película. Es cine”, dice Pierre Léon en uno de los artículos que integran su libro Historia natural del cine. La frase (o las frases) me viene a la mente después de ver The Fence, la nueva película de Claire Denis, una película que, efectivamente, no se parece a nada. Al menos no al cine contemporáneo que se suele ver en festivales que parece responder en el 90% de los casos a fórmulas de moda o que nacen de la necesidad de hacer mucho ruido, en la taquilla, entre la crítica, en redes sociales. Por el contrario, The Fence tiene algo de vieja escuela en su modelo de producción: un productor-mecenas (Saint Laurent), una obra teatral de cierto prestigio (“Combate de negro y de perros”, de Bernard-Marie Koltés) y una directora con una sólida trayectoria en temas coloniales (o postcoloniales), Claire Denis. Lo que menos importa en este caso es la viabilidad comercial del proyecto, como si lo que menos importase fuese la película. Importa el cine.
Y cuando el cine importa esto debe de traducirse en cómo filmarlo, más aún cuando el origen teatral es perfectamente palpable, salta ante nuestros ojos; como espacio de la representación y como metáfora, esa valla que protege un área en la que una empresa occidental está construyendo un oleoducto en algún país africano y que separa a los dos protagonistas, el norteamericano, Horn (Matt Dillon), y el africano, Alboury (Isaach de Bankolé), que discutirán durante toda la noche, con Horn postergando todas las peticiones de Alboury para que le entreguen el cadáver de su hermano, muerto en un accidente (la versión oficial) o asesinado por el ayudante de Horn, Cal (la realidad que pronto se desvela). Con un trasfondo, que no sé si estaba en la obra de Koltés, la llegada de la mujer de Horn, Leone (Mia McKenna-Bruce), nueva Jane Eyre.
Es recomendable ver The Fence desde esta perspectiva, como una suerte de adaptación sui géneris de la novela de Charlotte Brontë, en la medida que podía serlo también aquellas dos películas de 1954, Elephant Walk, de William Dieterle, o The Naked Jungle, de Byron Haskin, pero también y sobre todo, I Walked with a Zombie, el clásico de Jacques Tourneur de 1943. Porque lo cierto es que hay mucho de Tourneur en la película de Denis, fundamentalmente, como es fácil imaginar, a partir del personaje de Alboury, trajeado al otro lado de la valla, de un modo un tanto irreal (que el diseñador de Saint Laurent, Anthony Bacarello, ejerza de productor puede tener algo que ver…), pero que, por eso mismo, le confiere un aura fantasmal, algo así como la reencarnación de ese hermano cuyo cuerpo le van a devolver destrozado.
Por supuesto, en la película late un discurso anticolonial, un tanto de brocha gorda, es cierto, pero eso ya formaba parte del ADN del proyecto, que Denis sortea a medida que The Fence va centrándose en el rostro de Isaach de Bankolé. Alboury tiene la cara llena de cicatrices, que él no considera como tales, sino como “marcas que me protegen”. Es como el propio cine de Denis (79 años, por si alguien no lo tenía presente), que ya no necesita sorprender ni epatar, al que le basta con filmar un rostro y sus marcas (o sus cicatrices) para demostrarnos que no hay mayor virtud que no parecerse a nada ni a nadie.
(Francia, 2025)
Dirección: Claire Denis. Guion: Claire Denis, Suzanne Lindon, Andrew Litvack. Elenco: Matt Dillon, Tom Blyth, Isaach De Bankolé, Brian Begnan. Producción: Olivier Delbosc. Duración: 109 minutos.