(Estados Unidos, 2013)
Director: Peter Segal. Guión: Tim Kelleher, Rodney Rothman. Elenco: Sylvester Stallone, Robert De Niro, Kim Basinger, Alan Arkin, Jon Bernthal, Kevin Hart, LL Cool J. Producción: Bill Gerber, Mark Steven Johnson, Peter Segal, Ravi D. Mehta, Michael Ewing. Distribuidora: Warner. Duración: 113 minutos.
Por un lado, un semental italiano. Por el otro, un toro salvaje. Cada uno se consagró de manera separada, con actuaciones que ya son míticas. Entonces, ¿por qué no imaginar a Sylvester Stallone y a Robert De Niro enfrentándose en el ring cinematográfico? Es cierto, ya no son tan jóvenes, pero, como queda demostrado en Ajuste de Cuentas, mejor tarde que nunca.
Décadas atrás, Henry “Razor” Sharp (Stallone) y Billy “The Kid” McDonnen (De Niro) fueron dos de los más importantes rivales en el mundo del boxeo. Sus enfrentamientos -con guantes o mediante palabras- eran legendarios. Y cuando estaba por llegar la pelea que decidiría cuál de los dos sería el mejor, Razor abandona el boxeo, lo que molestará por siempre a The Kid. Treinta años después, ambos son personas mayores, que permanecen lejos de la idolatría de antaño para sobrevivir como pueden. Pero el fuego del pasado vuelve a arder cuando surge la posibilidad de retomar la monumental pelea. Con el propósito de recuperar la gloria (y, sobre todo, el hambre competitiva), Razor y The Kid deberán arreglarse para promocionar el evento y, de paso, lidiar con asuntos personales que todavía los aquejan.
Sin duda, la gracia mayor de la película consiste en ver en acción a los dos astros. Al igual que sus personajes, ya no están en su versión más emblemática, pero pasan los años y ninguno de los dos deja nunca de cautivar a un público fiel. Stallone y De Niro ya habían trabajado juntos en Tierra de Policías, pero es un placer verlos haciendo otra vez de boxeadores, con todo el desafío físico que eso implica para ellos actualmente. Por fortuna, el director Peter Segal y sus guionistas se las arreglan para que el chiste no termine en ellos dos, ya que la historia, sin bien es una comedia, tiene su costado dramático (logrado) e incluye comentarios acerca de cómo los veteranos -en el boxeo y en cualquier ámbito – son dejados de lado por las nuevas generaciones, y cómo esos veteranos demuestran que todavía están para luchar en el ring y en la vida.
Resultan inevitables las referencias a Rocky, sobre todo en las secuencias de entrenamiento y hasta en la estructura del guión. Pero los homenajes son en clave más paródica y nunca se abusa del recurso de la cita. Es posible también encontrar algún guiño scorseseano…
Si bien el dúo protagónico se roba la atención, el elenco secundario no es para menos. A los 60 años (llevados como pocos seres humanos pueden), Kim Basinger conserva el mismo encanto de siempre; aquí es Sally, viejo amor de Razor… aunque tuvo un hijo con The Kid, muy bien interpretado por el siempre ascendente Jon Bernthal. Estos personajes harán que los peleadores se reconcilien con su pasado, incluso con ellos mismos. En cuanto a las humoradas, vienen por el lado de Alan Arkin, haciendo del amigo y entrenador de Razor, y de Kevin Hart como el verborrágico manager.
Ajuste de Cuentas no es una genialidad, nunca pretendió serlo, pero Sylvester Stallone y Robert De Niro se las arreglan para que la película sea muy simpática, además de darnos a entender que viejos son los trapos.
Y no se vayan de la sala apenas comienzan los créditos finales, porque hay más escenas divertidas y una sorpresa desopilante.
Por Matías Orta
En el box como en la vida.
Cada uno por su lado, Robert De Niro y Sylvester Stallone, en los últimos años ha hecho de la autoconciencia un motor de sus últimos films. El actor de Buenos Muchachos lleva más de una década riéndose de sí mismo y del estereotipo de mafioso que representa su sola figura en escena. Sus trabajos son arriesgados porque fuerzan los límites de esa “mirada meta” que lo llevó a hacer probablemente los momentos más ridículos en su carrera, casos Showtime y Analízate, por nombrar un par de ejemplos. Stallone con la saga Los Indestructibles supo organizar, no sólo desde su rol protagónico sino también desde la producción e incluso la dirección, un revival fresco, en términos generales, de estrellas del cine de acción algo devaluadas, aunque también con nuevos exponentes del género.
En primer lugar hay que reconocer que en Ajuste de Cuentas, Peter Segal no se tienta en hacer un duelo pueril entre Jake LaMotta y Rocky Balboa, más allá de los soportes publicitarios que sí apuntaron los cañones hacia la relación más obvia entre esos personajes míticos. Inevitablemente al tratarse de un film de boxeo, sostenido por la presencia de sus actores principales, tiene que tejerse una disputa más allá de los límites del cuadrilátero. El odio entre ambos tiene una historia de treinta años, cada uno venció al otro en una ocasión y una tercera pelea definitoria quedó en el olvido cuando “Razor” Sharp (Stallone) se retiró, lo que dejó a un “Kid” McDonnen (De Niro) convertido en una queja ambulante. Cada uno representa, también, una antítesis actual del otro, mientras el primero vive de su antiguo empleo en una fábrica (como si se tratara de Rocky a la inversa), el otro es dueño de una concesionaria y un bar. La rutina de Razor se desestructura por lo que la pelea tan mentada cobra cierto carácter tangible en un futuro cercano.
Las similitudes aparentes que podemos encontrar en el perfil de Razor con el personaje de Rocky Balboa se disipan luego del primer acto porque Stallone construye un papel más cercano al signo de estos tiempos, el de la crisis económica de los Estados Unidos pero con espacio para la autoparodia. Su entrenador (Alan Arkin, encasillado positivamente como viejito puteador inimputable) lo sorprende antes de darle un golpe a una res, en clara alusión a la primera Rocky, de la cual se desprendía en una escena fantástica -desde el punto de vista formal- el hambre de gloria de alguien que no tenía nada para perder. En Ajuste de Cuentas esta cita funciona a medias, ya que la torpeza de Segal hace que ese señalamiento esté en primer plano a la vista de todos: el tono de Arkin y la mirada de Sly son las que moldean este chiste que se hubiera perdido en manos de otros intérpretes. Precisamente, la química entre ambos es la que sostiene la mitad del film, la otra expone a un De Niro (junto al mundo de su personaje) desenfrenado en una interpretación estrechamente ligada a la vergüenza ajena, probablemente en un nivel más bajo del subsuelo alcanzado en sus recientes apariciones, por ejemplo en Último Viaje a Las Vegas. En el duelo actoral, Stallone se muestra más cómodo -en el ecosistema del perdedor de la vida pero alegre, sin mucho que reprocharse- frente a una leyenda de la actuación que por estos tiempos escupe sus líneas, se arriesga a cualquier vacío interpretativo y, en el mejor de los casos, deja entrever su oficio acuñado por una filmografía siempre digna de revisitar.
Por José Tripodero