(Estados Unidos, 2017)
Director: Michael Showalter. Guion: Emily Gordon y Kumail Nanjiani. Elenco: Kumail Nanjiani, Zoe Kazan, Holly Hunter, Ray Romano, Anupam Kher, Zenobia Shroff. Producción: Judd Apatow, Barry Mendel. Distribución: Energía. Duración: 120 minutos.
Ante la caída del modelo amoroso tradicional que la sostenía, la comedia romántica viene dando, en las últimas décadas, cuatro clases de respuestas. La primera es hacer como si no hubiera pasado nada (pongámosle Enamorándome de mi ex, con Meryl Streep, Steve Martin y Alec Baldwin, o Amigos con beneficios, con Mila Kunis y Justin Timberlake). La segunda es remozarla con inteligencia, como sucede en Una segunda oportunidad, con Julia Louis-Dreyfus, James Gandolfini y Catherine Keener. La tercera, modernizarla, mediante las relaciones entre los personajes y los personajes mismos, tal como pasa en Amigos con derechos, con Natalie Portman y Ashton Kutcher (la mejor comedia romántica desde Cuando Harry conoció a Sally, a nuestro gusto). La última, desestabilizarla, al hacerla entrar en fricción con el universo de lo que da en llamarse Nueva Comedia Estadounidense, más afín al escepticismo que al romance. Éste ha sido el caso más cuantioso y provechoso, con ejemplos como La otra cara del amor (Chasing Amy), Virgen a los 40, Ligeramente embarazada y Cómo sobrevivir a mi novia (Forgetting Sarah Marshall).
El productor de las tres últimas nombradas fue Judd Apatow, fuerza de tracción básica de la NCE, y Apatow es también el productor de Un amor inseparable, descerebrado título local para The Big Sick (“la gran enfermedad”), que da la impresión de que la distribuidora no sabía qué título ponerle y agarraron el primero que encontraron en el apartado “comedia romántica”. Aunque la produce Apatow, debe aclararse que The Big Sick (escapémosle al amor inseparable) no es una nueva comedia estadounidense. No es corrosiva, no es escatológica, no tiene por protagonistas a adolescentes tardíos (aunque, pensándolo bien…), no presenta elementos o escenas chocantes y/o subversivas. Muy por el contrario, es una comedia de discurrir calmo y clásico, donde ni la sorpresiva e inquietante enfermedad de la protagonista parecería convulsionar el relato. Tampoco es, entonces –mucho menos– una comedia enferma.
Escrita por el paquistaní Kumail Nanjiani y Emily Gordon, la película dirigida por Michael Showalter (guionista de la poco menos que legendaria Wet Hot American Summer) narra la experiencia se supone que verídica de ambos –son marido y mujer– y está protagonizada por Nanjiani. Radicado desde hace veinte años en Estados Unidos, éste es su primer protagónico. ¿Una comedia romántica basada en “hechos de la vida real”? Creemos que no hay antecedentes. La originalidad de Un amor inseparable radica en que el romance tiene un primer y tercer acto, pero le falta el segundo. Emily (Zoe Kaplan, princesita del cine ultraindie) va a una presentación de Kumail y sus amigos, que son stand-up comedians amateurs, y hay onda. Noche en el departamento que él comparte, pero ella, chica moderna y por lo tanto fobicona a las relaciones estables, aclara que es hola y adiós. Él la juega calladito y como quien no quiere la cosa se ven un par de veces más. En medio de eso y justo después de una pelea, de pronto se entera de que Emily está internada en terapia intensiva, no se sabe bien por qué.
La película narra más que nada ese período sin Emily, en el que Kumail, siempre tímidamente (el personaje responde al prototipo del indio o paqui excesivamente respetuoso, igualito al Bakshi de Peter Sellers en La fiesta inolvidable) se asomará a la habitación a ver cómo sigue la chica y trabará relación con sus padres (la reaparecida Holly Hunter y el genial Ray Romano son, por lejos, lo mejor de la película). O sea: Un amor inseparable no narra el romance en sí, sino la previa. Ésa sería su originalidad en relación con el género. Salvando las partes de Romano, que son las más “pegadoras” en términos cómicos, y las de Holly Hunter, las que tienen más “cuerpo”, las más suculentas dramáticamente, al resto se lo podría calificar de comedia suave o tibia, con una pata en el realismo (sobre todo por el personaje de Kumail, que se gana la vida manejando un Uber y comparte un departamentito bastante pobretón). Todo lo que hace al conflicto de Kumail con su familia, que quiere imponerle las tradiciones musulmanas, se vio mil veces, con distintos tipos de etnias. Nada nuevo por ahí. Una vez más, y de modo curioso en tanto el guion lo escribieron los dos, se sabe todo sobre él y casi nada sobre ella. El hecho de que la película esté narrada desde su punto de vista no exime de que podamos conocer algo del mundo de Emily: su departamento, sus clases de psicología, sus amigas. Lo único que sabemos de ella es que él la ama. O sea: conocemos su función, no a ella.
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