La fiebre y el placer, que puedo hacer, se convirtió
En sucio polvo gris
¿Quién me lo iba a decir?
“Eloíse”, Tino Casal.
[REC]3: Génesis se estrenó en 2012. Era la tercera entrega de una saga que empezó en 2007 con ese hit del terror español que fue [REC], de Jaume Balagueró y Paco Plaza. Allí se desarrollaba un relato de encierro que mezclaba tres subgéneros: el found footage, inmensamente (excesivamente) popular en el cine de la década de los 00′; el cine de terror de zombies, rebosante de muertos hambrientos de vivos; el terror religioso, de posesiones y demonios. Un grupo de personas intentaba sobrevivir, atrapada en un edificio en cuarentena, a los infectados con una misteriosa rabia que los convertía en seres agresivos, sedientos de sangre. Hacia el final, se revelaba que el origen de la enfermedad estaba en una niña poseída por el demonio. La película invocaba, en esa colmena humana que es un edificio de departamentos, el miedo al otro: al vecino, ese que conocemos, pero cuyos hábitos detrás de la puerta desconocemos. A este se sumaba el temor al contagio de una enfermedad, metamorfoseado en elemento demoníaco. En resumen, la película conjuraba el temor a convertirse en demonio, a través del contacto con el Otro. Idea que, seguramente, nos resulte familiar en un contexto en el cual la paranoia viral es una constante.
De la exitosa dupla de directores de la película original -que repitió en la segunda entrega-, el que regresó para [REC]3 fue Paco Plaza (Jaume Balagueró retomaría en la cuarta entrega, estrenada en 2014). Lo acompañó Luiso Berdejo, guionista de la primera entrega. Sin embargo, lo que pergeñaron esta vez fue muy diferente a lo que nos tenían acostumbrados: en vez del conocido edificio de departamentos, esta vez la zombie-posesión tomaba por asalto el salón de fiestas donde Clara (Leticia Dolera) y Koldo (Diego Martín) festejaban su matrimonio. A pesar de llevar el nombre Génesis, la película no era bajo ningún punto de vista una historia de origen. Paco Plaza y Berdejo habían utilizado una franquicia exitosa como trampolín para presentar un espacio y unos personajes totalmente ajenos a los de las primeras dos partes; una historia paralela que, a juzgar por unos pocos indicios, transcurría en el mismo universo que las otras dos. Posiblemente por eso, también, la película fue lapidada por la crítica y el público. Los autores habían traicionado las expectativas; peor, prácticamente las habían ignorado.
Con la perspectiva que da el tiempo -y también considerando que es difícil revisar películas después una primera impresión negativa- conviene poner a [REC]3 en el lugar que se merece: el de una divertidísima película de terror llena de gore y, a la vez, una sátira festiva sobre la petrificación (mejor dicho, zombieficación) de los ritos matrimoniales. Pero posiblemente, el gesto de [REC]3 que más habrá sorprendido negativamente al público que la vio en cines sea, acaso, su mayor hallazgo: el juego irónico que la película establece con su propio soporte, con la materialidad del cine.
Para el 2012, el terror del subgénero found footage estaba dando muestras de agotamiento: las situaciones dramáticas se reiteraban; los montajes se debatían entre una simplicidad que mantuviera la sensación de instantaneidad y una elaboración que la traicionara; la música quedaba confinada al terreno diegético, limitando sus posibilidades expresivas; la presencia de una cámara-personaje dificultaba una caracterización elaborada ya que, lejos de acercarnos a él, nos distanciaba; el registro de la cámara en las escenas de huida quedaba entrampado entre las sacudidas incomprensibles o la estabilidad inverosímil ante una situación terrorífica. Claramente, la sujeción de la acción a una cámara-personaje era un problema.
Ante este estado de las cosas, la narrativa de [REC]3 comenzaba de una manera que, a la vez que apelaba al humor del espectador, establecía exitosamente a la pareja protagónica (así como su irresistible carisma): un video cronológico de casamiento en el cual desfilaban fotos de los novios bajo los acaramelados acordes de “Gavilán o Paloma”, de Pablo Abraira: “Amiga / hay que ver cómo es el amor…“. Un ritual mecanizado, vaciado de sentido, llevado al ridículo, vuelto cliché; zombificado, como anteriormente mencioné. Inmediatamente, reaparecía un personaje-camarógrafo como en las anteriores entregas: Adrián (Alex Monner), un ignoto invitado, zarandeaba una handycam por todo el salón zoomeando para atrás y para delante. En contraposición, aparece el videógrafo oficial: equipado con una cámara imponente montada en una steadycam para conseguir “movimientos calidad cine”, y obsesionado con el “cinema verité”. Incluso los autores se permiten un chiste metaficcional con respecto al carácter amateur que el found footage pretende emular: “Con tanta cámara al hombro, no hay Dios que lo vea”.
Todo cambia abruptamente a los 22 minutos de película: ante el sorpresivo ataque de uno de los invitados -que ya venía apareciendo con síntomas de algún malestar- se desata una cacería en la cual los novios quedan separados. Un grupo, entre los cuales están Koldo y el videógrafo, se refugia en la cocina. El camarógrafo, que sólo piensa en el potencial de registro que la situación presenta, insiste en seguir grabando en todo momento; Koldo, enfurecido, intenta arrebatarle la cámara. Forcejean, la cámara cae al piso y se rompe. Lo que sigue es un corte a negro y, a continuación, la sorpresa total: el punto de vista de la cámara se vuelve ahora el de cualquier película tradicional, un elemento invisible para los personajes. Una vuelta a una planificación clásica, dentro de una franquicia que se había caracterizado por el personaje-espectador-testigo. Por supuesto, esto sirve a un propósito narrativo: permite dividir el punto de vista entre cada uno de los novios, ya que a partir de ahora el objetivo de cada uno será encontrar al otro sin ser devorado por los zombie-posesos. Pero también es un gesto, un comentario sobre los límites de un sistema formal que ya mostraba su agotamiento para ciertos relatos. Si la frase de cierre con la cual la voz en off de la reportera Ángela Vidal (Manuela Velasco) se dirigía a su camarógrafo en la primera [REC] era: “grábalo todo, por tu puta madre”, acá la ambición de un registro completo se arranca de cuajo. Hay algunas cosas que sólo el cine libre de ataduras puede mostrar. Y el cine de [REC]3 tenía que liberarse de dispositivos formales estancos.
La idea del retorno no sólo empapa la estructura formal de la película a partir de entonces (con un brevísimo retorno al camarógrafo-personaje no del todo necesario), sino también al relato. Para defenderse de los rabiosos infectados, Koldo debe ponerse una armadura: el novio sonriente, el muñeco de torta, se convierte en un príncipe guerrero. Clara, por su parte, debe cortarse la cola del vestido con una motosierra para poder correr: la incomodidad del típico vestido de novia constituye un obstáculo para la batalla, una prenda que es pura cáscara y ha perdido toda practicidad. El reencuentro con la épica y el guiño al cuento maravilloso -en un salón que se parece mucho a un castillo- nos hace pensar en las situaciones en las cuales el ansia del reencuentro y la búsqueda de salvar a la persona amada se despegan de la pantomima ceremonial; la lucha por la supervivencia y el rescate, en contraposición a un “hasta que la muerte los separe” como tantos otros, pronunciado por un sacerdote por centésima vez.
A todo esto, la figura del sacerdote (Xavier Ruano) no es menor: es él quien, con la invocación a las Sagradas Escrituras (de ahí también el título: Génesis), logra calmar temporalmente a los infectados de su ansia carnívora. El cura-repetidor de frases da lugar al soldado de Cristo, devuelto a su función salvadora en la lucha contra el demonio. Una de las mejores ironías que la película tiene es la imagen del salón de fiestas destrozado, con música festiva, luces de colores y un conjunto de muertos vivos deambulando entre los vapores de la máquina de humo: ¿no nos encontramos un poco ahí, repitiendo sonrisas, gestos, movimientos espasmódicos que queremos hacer pasar por pasos de baile? [REC]3 es una película sobre un ritual que recupera su significado. Contra esos invitados zombies, tenemos a una novia con motosierra y un novio con armadura.
La lucha es durísima: en un devastador sacrificio, Koldo le corta a Clara el brazo para evitar que la infección se extienda por su cuerpo. Como pueden, intentan salir del predio del salón pero descubren que está en cuarentena, cubierto por cápsulas sanitarias. Es demasiado tarde, y Koldo lo sabe: el sacrificio no es suficiente, Clara está infectada. La carga en brazos -en una trágica y monstruosa estampa matrimonial- y la lleva a través de la cápsula-tunel hasta la salida, donde lo espera un comando de fuerzas especiales que le demanda que abandone a su novia. Koldo desobedece y besa por última vez a su novia, que lo contagia arrancándole la lengua. Los disparos los abaten y, con sus últimos estertores de conciencia, los novios se tocan las manos. Corte a negro, y estallan los créditos con la eufórica versión de “Eloise” a cargo de Tino Casal. “Hasta que la muerte los separe” es una promesa en serio aquí. A la salvación propia, sanitizada, se le responde con la muerte (y la locura) conjunta. Acaso el precio de la resurrección sea la muerte.
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