Cada vez que se plantea algún tema relacionado con la conformación del Fondo de Fomento del INCAA y la financiación del cine argentino por medio del Estado, aparecen en los medios y en las redes voces enojadas que piden que el INCAA desaparezca y que el Estado deje de financiar las películas. Yo ya no tengo ganas de discutir con los que creen que hacer cine en la Argentina es fácil y que los que lo hacemos somos inútiles que nos hacemos millonarios con subsidios estatales. No me gusta quejarme, pero sepan que es difícil y muy riesgoso económicamente, aun con la ayuda del Estado. Sí me van a encontrar para discutir cómo debería ser ese fomento, cuál es la justificación conceptual para que el cine tenga que estar subisdiado, qué tipo de cine priorizar, cómo debería funcionar el INCAA para que sea más eficiente, etc. Pero veo que a nadie le interesan muchos esas discusiones, ni ahora ni nunca. Cuando intenté hacerlo públicamente (por ejemplo, en esta nota publicada en Ñ en 2012), solo recibí agresiones de ambos lados: de los que están a favor de que el cine sea subsidiado y de los que están en contra.
Esta vez, lo que se discute es la necesidad de que las plataformas como Netflix -y otras que exhiben cine en la Argentina- tributen un impuesto para engrosar el Fondo de Fomento del INCAA. Y acá sí hace falta hacer algunas aclaraciones, porque se escuchan y se leen muchas tonterías de gente que no sabe de qué se trata. Incluso, entiendo que hay errores conceptuales en aquellos que defienden el fomento al cine desde el Estado. No es correcto, ni tampoco creo que sirva para nada, justificar la existencia del INCAA sosteniendo que el mismo se autofinancia y no le cuesta nada a los contribuyentes. Es mentira; la realidad es que se financia con impuestos. En concreto, con el 10% de las entradas de cine y un porcentaje de lo que recauda el Enacom, lo que surge de la facturación en publicidad de los canales de televisión. La ley de cine de 1994 establecía, además, que el alquiler y venta de videogramas también tributaría el 10%. Como sabemos, los videoclubes ya practicamente no existen. La realidad de la exhibición de cine, tanto en salas como en formatos hogareños, ha cambiado muchísimo en estos últimos 15 años y seguirá cambiando. Desde ese punto de vista, el planteo de que las plataformas que exhiben cine en internet tributen no debería ser algo tan escandaloso. Es cierto que nadie quiere pagar más impuestos y yo estoy de acuerdo con que la carga impositiva, en términos generales, ya es muy alta en la Argentina y es una de las cosas que perjudican el desarrollo de nuestra economía. Pero el error tal vez sea pensarlo como un impuesto nuevo.
A raíz de esto, ayer entendí el concepto de analogía en derecho. Se trata de la posibilidad de interpretar una ley o resolución administrativa buscando una analogía entre los elementos que se nombran explícitamente en el texto de las mismas y otros que en la realidad funcionan de la misma manera, aunque no sean exactamente la misma cosa. Entiendo que este concepto puede ser útil para no tener que modificar permanentemente las leyes frente a cambios tecnológicos o en las conductas sociales. De si este concepto de analogía es válido en el derecho tributario depende la necesidad o no de una nueva ley para que Netflix y las otras OTT aporte al Fondo de Fomento del INCAA. Para ser más preciso, si se considera que hay una analogía entre lo que la ley de cine de 1994 consideraba alquiler de videogramas (videoclubes) y lo que hoy es Netflix, no haría falta una nueva ley. Pero hay quienes consideran que en materia tributaria la posbilidad de adoptar el criterio de analogía es muy limitado, por lo que sí haría falta una nueva ley con un nuevo impuesto. Dicho todo esto, es importante que se entienda que, de una u otra forma, un impuesto a los abonos de Netflix no implicaría ninguna novedad, ya que se gravaría una forma de exhibición cinematográfica, de la misma manera que se viene haciendo desde hace décadas. La única diferencia es que en una época solo había cines, luego se sumó la televisión, luego la televisión por cable y los videoclubes. Y desde hace unos años, las plataformas como Netflix. El espíritu de la ley de cine se estaría respetando. Y no hablo solo de la ley de cine de 1994, sino incluso de la reglamentación y las políticas de fomento al cine previas a esa modificación, por las que ya se gravaba la exhibición de cine para fomentar el cine argentino. Es una tradición argentina que tiene más de sesenta años y ha atravesado y sobrevidido a gobiernos de distintas ideologías. El cine argentino no es mejor ni peor que otros, pero es un hecho que su existencia y trascendencia en el mundo es mayor que el promedio de otras cosas que produce el país. Aun con sus defectos, la tradición del cine argentino a lo largo de décadas es algo de lo que podemos estar orgullosos. Entre 2001 y 2002, cuando el país se caía a pedazos, tuve la oportunidad de viajar mucho por el mundo con mi película Sábado. Eso coincidió con una época en la que muchísimas películas argentinas sorprendían al mundo, con una variedad estética y temática que el cine argentino ha logrado sostener hasta hora, una variedad que desconocen los que repudian al cine argentino desde la ignorancia. En esa época, mientras se vivía una crisis enorme, la Argentina podía mostrar al mundo una vitalidad estética y unas ganas de expresarse, que el país no podía mostrar por otros medios. Además, esa vitalidad implicaba puestos de trabajo genuinos, ingresos de divisas y el fortalecimiento de nuevas productoras, técnicos y directores, que se iban a seguir desarrollando cuando el país logró ir saliendo de su crisis. Esto fue posible, en parte, porque en 1994 se modificó la ley de cine y se engrosó el fondo de fomento, teniendo en cuenta las nuevas formas de consumo del cine en ese momento. No es muy diferente la situación que ahora vivimos. Solo agregaría, para no volver a cometer errores, que sería esperable que se instrumente una reglamentación que no solo implique el pago del impuesto sino también que las plataformas exhiban y produzcan una cantidad razonable de películas argentinas. No soy ingenuo; es obvio que puede ser una negociación difícil y que hay muchas fuerzas e intereses en juego. Pero tal vez sea posible encontrar caminos en los que no se planteen las cosas en los términos de alguien que gana y otros que pierden, sino en la que todos resignen algo pero sea mucho más lo que ganen.
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