SACÚDETE Y GRITA
La tentación de construir una historia con espacios que simulen un videoclip es creciente, y pocos directores pueden ceder a ella al momento de llevar adelante una biopic enmarcada dentro de las chances que otorga la música. En el caso de Back to Black, ese direccionamiento estético ocurre más veces de lo deseado. En ese camino Sam Taylor-Johnson intenta consolidar, con el guion de Matt Greenhalgh y de la manera más decorosa posible, el retrato de Amy Winehouse.
Pese a este punto, la fortuna (o la correcta selección de casting) puso en el papel protagónico a Marisa Abela, quien logra una Amy al menos convincente, con una energía que se impone en las diferentes facetas de la vida de la cantante que le toca interpretar.
Es evidente que ayuda a ello su carisma y el hecho de que se adueñe de la personalidad y los modos que movilizaban a Amy a componer, situación que se expone quizás con demasiado énfasis a lo largo del film.
En paralelo y para destacar es la intervención de Lesley Manville, quien tiene a su cargo el papel de la abuela de la fallecida compositora, uno de los personajes más importantes fuera del principal. La química entre las actrices es notable, y juntas dan forma a los mejores y más emotivos momentos de la película.
La construcción general de la obra tiene algunas limitaciones que chocan con el despliegue de espectacularidad, que sobre todo se da en las escenas de interpretación musical. Abela consigue allí su punto más alto y es en donde se siente, a todas luces, más cómoda.
El uso pobre de las alegorías o metáforas encajona las posibilidades de las pocas escenas en las que la directora echa mano de este recurso que, bien llevado, puede derivar en una idea menos obvia que la obtenida. La búsqueda de un atajo visualmente atractivo para señalar un momento relevante o para plantar un elemento de fuerte significado en la historia tiene sentido si no se presenta de una manera tosca, como ocurre en el caso del film que nos ocupa.
También es cierto, para ser justos, que la habilidad de ser concretos en el planteo general es un plus que no todos los realizadores poseen. En una película que debe concentrar la información necesaria, sin que nada sobre, para contar la historia de vida de una celebridad artista ciertamente polémica, equivocarse en ese ítem es el principio del fin.
El poder de síntesis es, en estos casos, la herramienta más práctica para lograr el objetivo de sostener una narración eficiente, que presente la menor cantidad de caídas o baches posibles, y no resulte en la dispersión del espectador.
Los conflictos personales, que hacían las delicias de los paparazzis, llevaban a Winehouse a derrapar de manera consistente, y los problemas relacionados con adicciones (que según se da a entender se presentaban de una manera u otra, más allá de su complicada relación de pareja) se sumaban a sus bajones emocionales. Esta situación no le impidió tener una carrera ascendente y prolífica, pero la llevó de manera inexorable a perder el eje.
La caracterización de los personajes que más influyeron en estos pasajes de la vida de la artista londinense, aquellos que tuvieron que ver, por acción o inacción, con su caída personal, (su padre, compuesto por Eddie Marsan, y Jack O’Connell, en el papel de su novio) es bastante ligera e insulsa.
Lo que describo en el párrafo anterior define tal vez lo que entiendo como un inestable desarrollo de personajes; esto aún más si tenemos en cuenta que tuvieron un peso específico en la vida de Amy Winehouse y las circunstancias que la llevaron a su trágico final, y que funciona como aglutinante de los hechos que conforman la columna vertebral del relato que, al final, si se la observa bien, falla.
(Francia, Reino Unido, Estados Unidos, 2024)
Dirección: Sam Taylor Johnson. Guion: Matt Greenhalgh. Elenco: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville, Juliet Cowan. Producción: Nicky Kentish Barnes, Debra Hayward, Alison Owen. Duración: 122 minutos.