Palpitando la nueva edición del festival, críticas de films que ya vimos:
Le Meraviglie, de Alice Rohrwacher (Italia, 2014 – Panorama), por Matías Orta
Da la sensación de que Gelsomina (Alexandra Lungu) no tuvo infancia. Hija mayor de una pareja de apicultores, ejerce la actividad junto a sus hermanas menores en una vivienda alejada de la ciudad. Su vida tiene que ver con abejas y miel. La rutina será alterada cuando llega un programa de televisión que premiará a una familia rural. Entusiasmada, Gelsomina accede a participar, aunque el padre (Sam Louvyck), un hombre chapado a la antigua, no está contento. ¿Podrá el concurso mejorar un provenir que parece cada vez más complicado?
Lo nuevo de Alice Rohrwacher cuenta una historia de madurez, de choques culturales dentro de una misma familia, de etapas que son quemadas a una edad prematura, donde también aprovecha para hablar de la situación política y social de la Italia contemporánea.
La joven Alexandra Lungu es quien lleva adelante la película, que cuenta con la participación especial de Monica Bellucci como la estrambótica conductora del programa e ídola de la protagonista. A veces dramática, a veces tierna, a veces cómica, Le Meraviglie demuestra que el cine italiano pasa por un momento interesante, pero será cuestión de tiempo si logra recuperar el trono de antaño.
Casa Vampiro, de Jemaine Clement y Taika Waititi (Nueva Zelanda / Estados Unidos, 2014 – Nocturna), por Emiliano Fernández
Queridos difuntos…
Oceanía nos ha dado muchas alegrías a los fanáticos del séptimo arte a lo largo de las décadas, no sólo en lo que hace a esas películas encuadradas en una suerte de mainstream local sino también en lo referido a una pluralidad de propuestas independientes de toda índole. Si bien la fórmula autóctona respeta el esquema de la enorme mayoría de los mercados cinematográficos del Tercer Mundo, no cabe duda que en la región se profundizó -por razones culturales e históricas obvias- esa típica combinación entre la mordacidad elegante europea (en especial la que responde a la vertiente británica) y esa pasión irrefrenable por los géneros (por supuesto que la influencia estadounidense fue decisiva).
Australia ya nos había regalado el año pasado un díptico maravilloso compuesto por The Babadook (2014) y Wyrmwood (2014), hoy Nueva Zelanda completa el suyo al sumarle Casa Vampiro (What We Do in the Shadows, 2014) a la también hilarante Housebound (2014), redondeando una etapa genial que supera ampliamente a Hollywood y su panoplia de bodrios. En la línea de La Danza de los Vampiros (Dance of the Vampires, 1967) de Roman Polanski, el opus ofrece un retrato ácido de lo que implicaría una convivencia suburbana y más o menos “tradicional” de un puñado de chupadores de sangre, haciendo foco sobre todo en los pormenores de tal faena y el choque subsiguiente de idiosincrasias.
El trabajo de los directores, guionistas y protagonistas Jemaine Clement y Taika Waititi es francamente extraordinario, ya que a la vez que construyen una parodia muy eficaz de los resortes prototípicos del género (condimentándola con una estructura meramente decorativa símil falso documental), consiguen una alegoría precisa de la cultura neozelandesa y/ o global (la permeabilidad a la estupidez contemporánea es bastante alta en todo el planeta). Así descubrimos de a poco a los cuatro habitantes de un hogar entre lúgubre y absurdo: Viago (Waititi), el dandy sofisticado, Vladislav (Clement), el mujeriego crónico, Deacon (Jonathan Brugh), el rebelde, y Petyr (Ben Fransham), el Nosferatu oficial de la comunidad.
Utilizando como excusa la llegada al grupo de Nick (Cori Gonzalez-Macuer), un vampiro novato, y Stu (Stuart Rutherford), su amigo humano, el relato nos pasea por un sinfín de comentarios irónicos acerca de las personalidades involucradas, los problemas para hacerse de “alimento”, la dialéctica amo-esclavo, la necesidad de pernoctar durante el día, las particularidades del gremio de los difuntos y los desajustes con respecto al coexistir en el siglo XXI. La obra tiene destino de film de culto y en esencia está apuntalada en la química de los actores y en ese cúmulo de observaciones entrañables en torno a la faceta mundana del devenir social y cierta pose superada del que se sabe paria, melancolía sutil mediante…
La Vida de Alguien, de Ezequiel Acuña (Argentina, 2014 – Panorama), por M.O.
Nada Solo, Como un Avión Estrellado, Excursiones. Tres películas que convirtieron a Ezequiel Acuña, en el vocero cinematográfico de una generación.
En la misma línea que sus anteriores trabajos -principalmente Nadar Solo, con el que tiene varios puntos en común–, La Vida de Alguien tiene como protagonista a Guille (Santiago Pedrero, fetiche del director), un músico que reúne a su vieja banda para sacar su primer disco, que habían grabado hace años pero que por diferentes motivo quedó en una nebulosa. La idea es salir a tocar nuevamente, retomar aquello que los hacían tan felices cuando iban a la secundaria. Pero debido a algunas bajas, se suman nuevos integrantes, como Luciana (Ailín Salas), una joven y fresca estudiante de música, de la que Santiago terminará enamorándose. Pero en ese contexto de giras, notas y amor surgirán asperezas del pasado que podrían complicarlo todo.
Una vez más, Acuña presenta un microcosmos basado en la juventud, el rock, la amistad, el amor, siempre con un estilo personal, sin estridencias, pero muy vívido, muy humano. Además, permite adentrarnos en una banda independiente, con sus pequeños triunfos personales y sus miserias. Y sin apartarnos del aspecto musical, tan importante en la obra de Acuña, aquí corre por cuenta de la banda uruguaya La Foca, cuya historia también sirvió de inspiración para la película. La Vida de Alguien es Ezequiel Acuña en estado puro y un nuevo punto de referencia para los jóvenes de todas las edades.
Cavalo Dinheiro, de Pedro Costa (Portugal, 2014 – Panorama), por Carlos Federico Rey
Pedro Costa y su cine seco, ríspido, acético, como una carga de peso muerto cayendo sobre tu hombro durante mucho tiempo, molesto, lúgubre. Los adjetivos no alcanzan para referirse a la incomodidad, a la aspereza que provoca la épica caboverdense en el barrio demolido de Fontainhas, donde el viejo Ventura es héroe, un épico personaje tembloroso que representa la memoria colectiva de un pueblo, un pueblo perseguido, cazado y matado (Costa se ocupa de mostrar el fascismo a los que son sometidos los caboverdenses en las únicas dos secuencias de exteriores de la película). La película trabaja en un registro estético expresionista, con oscuridades y sombras deudoras de Robert Wiene y apuesta a la fuerte denuncia política; allí donde fuimos felices con Juventud en Marcha también el suelo se regó de sangre y muerte, y Costa pone la cámara ahí, en lo urgente, para recordarnos que no todo es felicidad.
Narcisa, de Daniela Muttis (Argentina, 2014 – Panorama), por M.O.
El cine experimental tiene una muy interesante tradición en Argentina. Uno de los nombres más sobresalientes es el de Narcisa Hirsch, quien es el centro del documental de la conocer sus orígenes en Alemania, sus comienzos en la pintura y organizando happenings (donde ya se veía tu impronta audaz) y cómo nace su interés por traducir sus obsesiones marplatense Daniela Muttis.
Con testimonios de la mismísima artista y de su amiga y colega Marie Louise Alemann, podemos en formato cinematográfico. Registros fílmicos permiten verla durante rodajes, que se efectuaban con escasos recursos pero con un atrevimiento y un nivel de creatividad ilimitados. Este recorrido permite conocer parte de la vanguardia nacional de los 60 y 70, donde la libertad y la imaginación generaban obras para un público específico, que jamás dejaban de llamar la atención por su capacidad e desafiar (la misma Narcisa participa delante de cámara, a veces desnuda, a veces comiendo hígado crudo). Y además, fragmentos de sus trabajos visuales más representativos.
Narcisa no se queda en códigos sólo para entendidos en cine experimental; también resulta accesible para todo aquel que quiera adentrarse en el trabajo de una visionaria, quien en un momento del documental pronuncia una frase que la define: “El sueño está en el arte y el arte está en el sueño”.
National Gallery, de Frederick Wiseman (2014, Estados Unidos / Francia – Panorama), por C.F.R.
Wiseman, un héroe no intervencionista, no invasivo, que deja que sus documentales fluyan con un ritmo trepidante, sin voces en off narrativas ni entrevistas pactadas, solo la construcción cinética formulada por precisos encuadres de las obras que construyen la National Gallery de Londres (y cuando me refiero a precisión, estoy hablando de matemática, encuadres de cuatro salones a través de puertas con una casi infinita profundidad de campo), y principalmente, la pasión y astucia que ponen en sus trabajos los guías y restauradores del establecimiento y el contacto pasional que generan entre la institución y la gente. Es ahí cuando Wiseman mezcla algunas reuniones de directorio con diálogos snobs y burócratas sobre el funcionamiento del lugar y sobre cómo debe ser la relación de la Galería con los visitantes, mostrando un contrapunto entre la pasión técnica por la obra artística con la política y el marketing como lado oscuro del lugar. Como siempre, Wiseman (y el cine) encuentran una cámara en rebeldía; cuando fue a buscar un plano general externo de la Galería, se encontró con un escrache de Greenpeace a Shell, algo así como sucedía con los reptiles albinos de Herzog cuando fue a filmar las Cuevas. Los buenos documentales siempre tienen rebeldía y el octogenario Wiseman se sigue mostrando rebelde y activo.
Nymphomaniac, de Lars Von Trier (Dinamarca/ Alemania/ Francia/ Bélgica/ Reino Unido, 2013 – Panorama), por E.F.
Un lugar entre sus piernas.
A esta altura del partido conviene simplemente sincerarnos con respecto al rumbo que ha tomado la carrera del inefable Lars Von Trier, uno de los últimos miembros de esa estirpe de autores capaces de despertar mares de obsecuencia pasional y/ o el odio más vehemente, en muchas oportunidades infundado. En términos cualitativos, muy lejos han quedado aquellos años que lo vieron ascender al firmamento cinematográfico internacional: específicamente hablamos del errático período que se abre con Europa (1991) y Contra Viento y Marea (Breaking the Waves, 1996), continúa con Los Idiotas (Idioterne, 1998) y Bailarina en la Oscuridad (Dancer in the Dark, 2000), y desemboca en las extraordinarias Dogville (2003) y Manderlay (2005), sus últimas grandes epopeyas de raigambre nihilista.
Dicho sea de otro modo, durante la década pasada el danés se transformó en mejor relacionista público que realizador, coyuntura inesperada que derivó en excelentes jugadas de prensa vía mini- escándalos mediáticos para promocionar determinadas películas que después no estaban a la altura de las circunstancias o de las diatribas a favor/ en contra acumuladas hasta el momento (recordemos el circo que suele montar en Cannes y las numerosas ocasiones en que se hizo acusar de “nazi”, en un ardid ya vetusto). Como ocurrió anteriormente con Antichrist (2009) y Melancholia (2011), en este cierre de la denominada “trilogía de la depresión” nos encontramos con una obra que obedece a ciertos automatismos generales del director y algunas marcas de estilo de rasgos iconoclastas.
Indudablemente Von Trier está un tanto seco a nivel creativo y Nymphomaniac (2013) es una prueba innegable de ello, no obstante consideramos que existen dos factores centrales para que la propuesta resulte satisfactoria: en primera instancia, estamos ante su mejor opus desde Manderlay; y segundo, la propia mediocridad del contexto contemporáneo (prensa/ industria/ espectadores) termina convirtiendo en valioso a un film crepuscular, perteneciente a una etapa gris caracterizada por un declive moderado. Aquí reaparece una vez más su doctrina del shock sensorial, las disquisiciones bergmanianas, la misoginia implícita, el humor por demás ácido, el esteticismo onírico, el martirio de los actores, la violencia solapada, el fundamentalismo formal y esa clásica exuberancia de los diálogos.
Ya casi todos conocen la premisa principal: Joe (Charlotte Gainsbourg y Stacy Martin), la ninfómana del título, es hallada golpeada por Seligman (Stellan Skarsgård), quien la lleva hasta su hogar para que de inmediato la mujer comience a narrar su vida, dividida en capítulos. Con un elenco que incluye a Willem Dafoe, Uma Thurman, Jamie Bell, Christian Slater y Shia LaBeouf, el cineasta contrasta el sentimiento de culpa de Joe, no por su pulsión sexual sino por las vidas que destruyó en su derrotero, con el relativismo hipócrita y pseudo tolerante de Seligman, el típico burgués intelectual lavaculpas de turno. Hablando intermitentemente por boca de uno o del otro, el danés satiriza la doble moral del progresismo bienpensante y se burla de muchas fantasías carnales del “inventario social”.
Respetando la lógica mordaz y el naturalismo descarnado de Asfixia (Choke, 2008), Shame (2011) y la reciente Entre sus Manos (Don Jon, 2013), Nymphomaniac pone en ridículo a una cosmovisión actual conservadora y de nula apertura mental, que responde a un modelo binario de pensamiento que reduce todo al esquema “sexo= bueno”/ “adicción= mala”. Cuando películas como las citadas analizan la adicción al sexo, la crítica y el público entran en crisis y se les da por delirios paranoicos contra las obras en cuestión, para colmo bajo la patética bandera del denunciador crónico de clase media. Von Trier vuelve a aprovecharse de la mojigatería mientras señala que demasiado de cualquier factor/ conducta termina siendo negativo para nuestra existencia, hablemos de erotismo o cualquier otra dimensión.
A pesar de las cuatro horas de duración del corte con destino de estreno comercial, el film es el más armónico del director en muchos años ya que por fin no deja nada en el tintero, exprime a los personajes y hasta consigue que los apuntes filosóficos, históricos y biológicos resulten eficaces según la escena considerada (aunque a veces, hay que decirlo, pecan de redundantes). La falsa severidad de tono mortuorio y el apaciguamiento del elenco en su conjunto se combinan con un simpático catálogo de perversiones y unos cuantos inserts digitales de porno hardcore, en otra de las estrategias del danés para que la piponada se mantenga ocupada escribiendo sandeces. Así las cosas, sólo resta entregarnos a una Joe que nos ofrece un lugar entre sus piernas y nos obnubila con su buena predisposición…