¿Cómo andan, chorizos en grasa? ¿Asándose por algún lado con estos últimos calorcitos otoñales? ¡Qué linda es Buenos Aires, cómo la quiero! Los chicos ya arrancaron las clases, así que uno siente la ciudad como propia de nuevo. Va cambiando de colores un poco, pero se pone más madurita y bella, como una cincuentona bien puestita. Me gusta tanto. Cuando era chica y vivía en el pueblo siempre soñaba con estar aquí. Me imaginaba dónde viviría, a quién conocería y cómo invertiría mi tiempo. Cómo aprovecharía cada cosa que la ciudad me ofreciera y cómo disfrutaría mi libertad. Una libertad que añoraba tanto que a veces me dolía el corazón.
Siempre adoré el cine, pero en mi pueblo, en los 90´s, los cines desaparecieron y quedamos confinados a alquilar películas en los videoclubs. Así que, lo que siempre saltaba a mi cabeza primero era que, una vez instalada en Buenos Aires, aprovecharía las salas de cine y acamparía adentro. Y, de hecho, por un buen tiempo eso hice. Cuando llegué me la pasaba yendo al cine (en vez de estudiar letras que era a lo que había venido) cosa que a la larga, repercutió bastante en el hecho de que el CBC de la UBA me pasara por encima. Claro que ese no era mi llamado, así que todas las distracciones que me condujeron a desertar de mis estudios de esa época, fueron bendiciones con el diario del lunes. Pero, igualmente, cuánto miedo y cuánta frustración conllevaba el hecho de no saber qué carajo hacer. Anduve boyando por un buen tiempo y después encontré muchos tesoros. Porque, nadie te lo dice (en especial tus padres porque tienen miedo de que te vuelvas un lumpen) pero, en realidad, esa cosa que tanto buscás, que tanto pretendés que te defina, lo único que hace cuando la encontrás es abrir más preguntas y más ventanas hacia más cosas y más deseos. A mí el cine me encausó el deseo, me encausó la pasión, pero también hizo que entendiera que la danza y la literatura eran fuertes pulsiones a las que siempre debía regresar. Y de esa forma, comprendí que toda la vida iba a seguir buscando y que nada de lo que hiciera terminaría jamás de definirme. Aun cuando esa noción resulta inquietante para algunos, a mí me liberó profundamente. Fue un proceso largo, incómodo, lleno de complejos, traumas, miedos y dolores. Pero finalmente me convertí en alguien que aprende y que no se resigna a dejar de conocerse y continuar sanándose. Seguir creciendo, seguir investigando, seguir creando, seguir buscando. Seguir intentando la expresión perfecta, por más que ese sea el intento más ingenuo de todos. El deseo permanente de florecer y seguir floreciendo mil veces más.
Y la constante en ese proceso, en ese maravilloso viaje que adoro, es Buenos Aires y su mano extendida para que tome lo que tiene para mí.
Es verdad que cuando llegué me la pasé viendo cine, pero otra de las cosas poderosas que me hacía ilusión mientras crecía, era vivir aquí para ver teatro.
Es cierto que ya he pasado más años de mi vida en Buenos Aires de los que pasé en mi pueblo y, por eso, después de un tiempo, esas cosas que parecían tesoros cuando llegué, suelen mezclarse con la rutina cotidiana como si fueran parte del todo que siempre estuvo allí. Pero, conscientemente, hago el ejercicio de no darlas jamás por sentado. Y es por eso, que ir a ver una obra de teatro, me sigue entusiasmado tanto como cuando llegué.
Ya he visto Los Últimos 5 Años dos veces. Una con el Chuchi y otra con amigas. Y en las dos ocasiones la disfruté tanto, que no puedo más que compartir ese goce con ustedes, aprovechando el hecho de que se han agregado funciones. Así que pueden saltar dentro de esta oportunidad, y verla.
Este musical de Jason Robert Brown, que ya es de culto hace rato especialmente en New York, y que incluso dio a luz una adaptación cinematográfica protagonizada por Anna Kendrik, nos llega a las salas porteñas en una puesta minimalista, rebosante de juventud y espíritu aventurero. Con dirección general de Juan Álvarez Prado, dirección musical de Hernán Matorra y producción de Juan Pablo Martínez y María Eugenia Martínez, el argumento, que pivotea en una historia de amor urbana entre un escritor encaminado a la cumbre y una actriz que no logra abrirse camino, logra un tono de emotiva y profunda intimidad, sin abandonar el brillo del musical.
Jamie (Germán Tripel) y Kathy (Luna Perez Lenning), transitarán su historia de amor como narradores paralelos, y sólo harán un alto para encontrarse en el centro del cuento, en el momento en que decidan casarse. Él nos contará su parte de la verdad desde el comienzo hasta el final, y ella, desde el final del idilio, hasta el comienzo. Así, se pone en juego un dispositivo narrativo muy novedoso, que demanda de los intérpretes labor ardua de composición y hondo compromiso escénico. Tanto Tripel como Lenning se juegan el todo por el todo y logran dos performances del carajo. Tripel es ya uno de esos tipos que le dan sello de calidad al escenario que pisan. Un actor completo, de meticulosa, sesuda preparación y entrenamiento. De carisma rutilante, trabajo y estudio incansable, que ha moldeado su talento innato y se ha convertido en artista con todas las letras. Una estrella, una estrella real. Me recordó a un joven Richard Dreyfuss. ¡Cómo lo disfruté! Por su parte, Luna, es la voz de la puesta. Con toda la potencia, y llena de vida, este minón patrio complementa a su compañero brillando con luz propia y taconeando a pulso cada centímetro de tabla sobre la que pone el pie. Los dos se echan al hombro la obra y la llevan a puerto seguro formidablemente.
Así que amigos, en este día quiero encorajinarlos para que vayan a verla. Tienen oportunidad el sábado 18, el viernes 24 y el sábado 25 de abril a las 19,45hs en el teatro Metropolitan Citi. No se la pierdan.
Y acuérdense todos los días de lo afortunados que somos, de poder despertarnos a la mañana y decir: _ ¡Qué bien pinta una escapadita al teatro esta noche, bombón! Depilate los bigotes que te saco por corrientes.
¡Salute muchachos, nos vemos por las callecitas de Buenos Aires, que tienen ese no sé qué!
Por Laura Dariomerlo