Las Cinéphilas, de María Álvarez (Argentina, 2017 – Competencia Argentina), por Matías Orta
El amor por el cine no tiene edad. Si no, pregúntenselo a las seis protagonistas del documental Las Cinéphilas (2017)
Dos jubiladas de Argentina, dos de España y dos de Uruguay, aun cuando la mayoría no se conozcan entre sí, comparten la afición por el cine. Para ellas, concurrir a filmotecas y festivales representa no sólo un pasatiempo sino la oportunidad de sumergirse en otros mundos, en otras miradas, en la oportunidad de reencontrarse con directores y actores idolatrados y la de descubrir nuevos talentos delante y detrás de cámara.
The Wedding Ring, de Rahmatou Keïta (Níger / Burkina Faso / Francia, 2016 – Competencia Internacional), por Guido Pellegrini
Tiyaa, una joven aristócrata de Níger, vuelve de su estadía en París, donde fue a estudiar, e intenta readaptarse al estilo de vida de su tierra natal. El problema es que en Francia tuvo una intensa historia de amor que ahora no puede olvidar. Con la ayuda de un viejo sabio, intentará dejar atrás sus penas, pero no le resultará fácil.
La anterior película de la directora, Rahmatou Keïta, fue un documental. Y si bien The Wedding Ring (2016) es una ficción, queda claro que detrás de la cámara hay alguien más interesado en documentar una cultura que en narrar un cuento. La trama se mueve lenta y perezosamente. Los personajes aparecen casi siempre sentados o recostados. En casi todas las escenas vemos a dos o tres personas hablando en una habitación.
Esta tendencia dialéctica a veces se devora la película. En algunos casos, los protagonistas comentan sobre sus sentimientos o incluso sus expresiones faciales, verbalizan aquello que nosotros, como espectadores, deberíamos simplemente ver. Lo mismo sucede con el amor parisino, retratado en breves flashbacks, fugaces imágenes de una pareja sonriente y feliz. Nunca alcanzamos a percibir el sentimiento profundo que Tiyaa expresa retóricamente.
Ahora bien, como crítico occidental, es difícil saber cuáles son las fallas de la película y cuáles sus rasgos culturales. La misma falta de dinamismo que noto arriba podría interpretarse de otra manera: lejos de los cuerpos en movimiento del cine norteamericano, asistimos a una tradición más oral, en la que prevalece otra experiencia del tiempo y otra concepción de la acción.
En este sentido, podemos apreciar cómo la cámara de Keïta observa los ritos, la pintura corporal, los juegos, las texturas y las vestimentas de sus personajes sahelianos, como si estuviera armando un inventario o una enciclopedia de las costumbres de su país. Esta dimensión antropológica es lo mejor que la película tiene para ofrecer, ya que desde lo dramático es bastante menos interesante.
Casa Roshell, de Camila José Donoso (Argentina, 2017 – Competencia Latinoamericana), por María Paula Putrueli
Detrás de todo solo hay una mujer
La joven y talentosa directora Camila José Donoso vuelve a sumergirse en el tema de la transexualidad como punto álgido de una intención clara de ampliar y dar conocer un mundo que, si bien ha logrado ganar varias batallas por ser reconocido y aceptado, aún permanece oculto en la sociedad y necesita de un lugar como Casa Roshell (2017) para desplegar todo aquello que necesita ser.
La historia se centra justamente en esta casa, escondida en la ciudad de México, donde los hombres asisten para convertirse, al menos por una noche, en la mujer que llevan adentro. Allí se les ofrece todo el kit completo: la peluca, el vestido, los tacos, el maquillaje, clases de personalidad sobre cómo aprender a ser dama que quieren reconocer en el espejo al mirarse, y la posibilidad de no ser juzgados ni señalados.
Roshell, dueña y administradora del lugar, junto a su pareja Liliana, se encargan que todos se sientan como en su casa, y todo fluye de esa manera. La comodidad de los diálogos de estos personajes, que son en sí personas que acuden todos los martes y jueves a dejarse llevar por sus instintos y necesidades, logran plasmar la sensación de una quimera donde los sueños pueden cumplirse y la búsqueda de la propia identidad pueda completarse sin sentir temor ni vergüenza.
El film oscila entre el tono de documental y ficción, a través del cambio de imagen analógica y digital, y se apoya en una banda de sonido como un elemento más del guión real que se quiere contar. Con un juego continuo de claroscuros y primeros planos, los espejos se convierten en protagonistas esenciales de aquello que uno puede ver y sobre todo lo que uno quisiera reflejar.
En los créditos finales se deja ver la siguiente leyenda: “y a todos aquellos que no pueden aparecen”, lo que vuelve necesaria películas como Casa Roshell no solo por su arte cinematográfico, sino también por su valor humanitario.
People Power Bombshell: The Diary of Vietnam Rose, de John Torres (Filipinas, 2016 – Vanguardia y Género), por Martín Chiavarino
El último film del realizador experimental filipino John Torres recupera las cintas inéditas de un film inconcluso del director Celso Advento Castillo para construir su propia película mezclando el registro documental de la filmación, las relaciones entre el elenco y el equipo de producción y escenas de este diario que se filma a la par de Pelotón (Platoon, 1986), uno de los mejores films bélicos del siglo pasado.
La cámara es secuestrada desde el comienzo por la voluptuosidad, insubordinación e histrionismo de la actriz Liz Alindogan y Torres combina su fascinación por ella con la experimentación visual en una cinta muy maltratada por el tiempo con muchas quemaduras.
El resultado es un caótico documental que no logra transmitir una historia coherente ni interesante salvo que se conozca la leyenda del film inconcluso de Castillo y a los protagonistas y se pueda leer como una obra de metacine para iniciados. Si el film podía ser recuperado de alguna manera la decisión de enfocarse en la experimentación atenta contra esta posibilidad, creando una narración fuera de las convencionalidades cinematográficas en un ejercicio que se abre como un aleph hacía el infinito de las interpretaciones y las miradas. Torres crea así un opus casi imposible de anclar en la idiosincrasia cinematográfica argentina, salvo para los epígonos del mítico director filipino, dejando así unas imágenes que se diluyen como un torbellino confuso que se pierde en el horizonte.