DEMASIADAS EXPLICACIONES
Hay que decir que la imagen de apertura de Bardo, de Alejandro González Iñárritu, es atractiva. Allí encontramos una sombra que va saltando cada vez más y más alto, como un pájaro a punto de remontar vuelo. Hay un comienzo parecido a ese que es el de 8½, de Fellini. Allí encontramos a su protagonista, Guido, volando hasta elevarse como un globo. No es imposible que Iñárritu haya querido hacer un guiño cinéfilo: si hay una película con la que Bardo tiene mucho en común, es esa. Misma estructura episódica, mismo gusto por la extravagancia; mismo protagonista, que es al mismo tiempo un artista prestigioso y un hombre lleno de inseguridades, y que puede ser interpretado fácilmente como un alter ego de su propio realizador; mismo interés en generar escenas oníricas, tanto en aquellas que empiezan claramente como sueños como en las que parecieran tener al principio una característica terrenal. Incluso me atrevo a defender a Bardo de una objeción que le han hecho: el que crea realista que un documentalista pueda ser una suerte de superestrella. No creo que haya torpeza allí sino una forma voluntaria de mostrarnos que nada de lo que vemos es real .
Las comparaciones son odiosas, es verdad, pero el tema con Bardo es que su herencia fellinesca se vuelve tan clara que es casi imperioso ponerse a medir una película con la otra, y muchas veces esta comparación hace que el film de Iñárritu quede especialmente mal parado.
Vayamos por ejemplo a dos escenas muy parecidas entre uno y otro film.
En un momento de 8½, el protagonista habla con lo que parecería ser un crítico de cine que define la película que este quiere como “una sucesión de episodios gratuitos, que divierte quizás por su realismo ambiguo” y agrega que “el film ni siquiera tiene el mérito de ser un film de vanguardia, pero tiene todas las deficiencias de éste”.
Por otro lado, en una escena de Bardo, un amigo del protagonista, que se muestra como un ser repelente, empieza a hablarle de la película que éste hizo definiéndolo como “un ejercicio pretencioso e innecesariamente onírico donde todo está dicho en metáfora, pero sin inspiración poética”.
Ambos comentarios funcionan como un momento claro de metaficción. La película que tanto el crítico de 8½ como el amigo están refiriendo es la que estamos viendo en ese momento, y las voces de ellos reflejan los miedos que tienen sus propios artistas de haber hecho una porquería.
Sin embargo, hay una diferencia entre una y otra escena. En 8½, Guido no se defiende frente a los argumentos del crítico, no sabe hacer otra cosa que quedarse callado y preocupado. A lo sumo, la contestación a ese crítico es la propia 8½, que se hace igual pese a las recomendaciones de este personaje de abandonar este proyecto. Pero sigue siendo una contestación insegura, de alguien que no sabe a ciencia cierta si lo que está haciendo es bueno o malo.
En Bardo, su protagonista sí siente la necesidad de contestarle directamente a su rival en el momento. Lo descalifica y se indigna con él, no sin antes callarlo de manera literal (le quita el volumen de la voz al personaje, en otra de las tantas excentricidades de la película).
No es una diferencia menor. Guido es un personaje raro porque es una persona megalómana, pero muy insegura, en una película como 8½ que nos muestra la delgada y confusa línea que puede haber entre la egolatría y la fragilidad. Es una obra pedante y modesta al mismo tiempo, todopoderosa y completamente consciente de sus propias limitaciones. Una película donde Fellini, por querer contarlo todo, no termina de contar nada, y nos habla por ende tanto de su capacidad creadora como de sus limitaciones. El silencio y la falta de certeza de Guido es una de los elementos que más contribuyen a crear esa sensación de estar viendo una película que avanza como puede, como si nos estuviese pidiendo disculpas con su prepotencia.
Bardo, en cambio, tiene una necesidad de llenar todo de discursos, de conversaciones, de postulados. Sobre México y Estados Unidos, sobre los límites entre el documental y la ficción, sobre la política norteamericana y la historia de México.Un film sobreexplicativo hasta en su título original: Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades juega de una manera evidente con la línea entre la verdad y la mentira, y entre los sueños y todo lo revelador que estos pueden tener en su fantasía (otro tema clarísimo de 8½, que a diferencia del film de Iñárritu opta por un título ingenioso en su brevedad).
Lo curioso de Bardo es que los pocos momentos donde encuentra una gran inspiración son aquellos donde las cosas no están cargadas de sentido. La escena donde el personaje comienza a bailar en un boliche una versión de “Let´s Dance”, de David Bowie, por ejemplo, parece un momento de libertad en estado puro que da un respiro en un film repleto de escenas que necesitan “decir cosas”. Basta con ver la tremenda cantidad de metáforas groseras que tiene la película, situaciones oníricas que en vez de apelar a la sutileza o la multiplicidad de sentidos, apela a simbolismos burdos, imposibles de ser interpretados de dos formas distintas. Si quiere decirnos que el protagonista se vuelve a sentir un chico cuando ve a su padre, allí veremos un nene con la cara de adulto; si quiere hablarnos de la pérdida de un niño en el embarazo por parte de su mujer, nos pondrá una imagen de un mal gusto increíble donde un bebe que cabe en la palma de la mano es dejado en el agua para que se despida nadando; si quiere hablar de la conquista española nos pondrá la figura de Hernán Cortéz sobre una pila gigante de cadáveres.
Es verdad que, de vez en cuando, Iñárritu bromea sobre este posible mal gusto, pero eso se da de forma demasiado esporádica y los pesos de los discursos son demasiado solemnes, demasiado infectados de un autoimportancia como para que puedan redimirse por lo paródico. Sumado a esto, el humor no es uno de los fuertes de Iñárritu. Para comprobarlo tenemos un gag particularmente fallido. Allí vemos un grupo de personas saliendo de un aeropuerto en fila, dando un paso por vez como si fuese un desfile militar involuntario y producto de las burocracias de los aeropuertos. Parece un planteo humorístico propio de Jacques Tati, pero ejecutado no en grandes planos generales como lo hubiera hecho el director francés sino unos breves planos medios que arruinan cualquier tipo de efectividad como chiste.
La falta de humor es un problema grande en esta película y era justamente uno de los factores que le permitían a 8½ no caer en el desastre autoindulgente. Es conocida incluso la anécdota de que Fellini colgó un cartel en el set diciendo que nunca hay que olvidar que lo que estaba filmando era una comedia. Es esa sensación de humor generalizado lo que también impide que Fellini quiera erigirse en el lugar de pensador en el sentido más solemne y pedante que esto pueda aplicarse. El problema con Iñárritu es que la idea de ser un pensador no le molesta particularmente sino que la abraza. Cuando eso sucede, su film onírico está plagado de sueños donde lo que no aparece casi es el elemento lúdico, el absurdo misterioso que constituye ese mundo que se enciende cuando uno se duerme. Los sueños de Bardo son sueños demasiado hablados, demasiado seguros de lo que están diciendo, demasiado predecibles y, por ende, demasiado aburridos. Sueños con tanto cálculo de ser trascendentes, que concluyen con una imagen de lo que pareciera una sobre vida. Una serie de planos desérticos, que semejan un saqueo al final de El árbol de la vida, donde el director parece imaginar una suerte de limbo propio. Como si esto fuese poco, este final vergonzante termina arruinando hasta aquella mencionada escena inicial ya que termina dándole una significación posible. Finalmente, el hombre que saltaba alto en ese desierto no era más que el alma de ese protagonista que o bien termina en ese lugar mágico o bien quiere salir de él. No vaya a ser que algo meramente bello quede así y no pueda ser disfrutado sin más. Pareciera que en vez del cartel de no olvidar de que lo que se estaba filmando es una comedia, Iñárritu puso un cartel durante su filmación que exigiera que todo tuviera que tener un significado. No imagino peor máxima posible a la hora de filmar una serie de sueños.
(México, 2022)
Dirección: Alejandro G. Iñárritu. Guion: Alejandro G. Inárritu, Nicolás Giacobone. Elenco: Daniel Giménez Cacho, Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid. Producción: Alejandro G. Iñárritu, Stacy Perskie. Duración: 159 minutos.
1 comentario en “Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades”
Bardo, acorde a la metafísica budista, es la denominación dada al estado posterior a la muerte, entre una vida y otra. Según esta filosofía milenaria, es aquí donde se tiene la oportunidad de liberarse de cargas afectivas de la vida previa, que llevarán a un renacimiento menos favorable.
Desde esta óptica, el filme es oportuno y claro, los episodios no son otra cosa que el proceso mental de un moribundo, de desenredar los nudos emocionales de su vida previa, para poder migrar más ligero a la siguiente, y tener una próxima vida más favorable.
Aunque es imposible no asociar la forma a la maravillosa y genial 8 1/2, la clave para salvar este “obstáculo” y entender Bardo, es justamente su título.
Abrazo Hernán