Falta apenas un día para que finalice el festival y de a poco Potsdamer Platz se va vaciando, ya con gran parte de los programadores, distribuidores y productores del mercado internacional abandonando Berlín. Sin embargo todavía hay funciones para la prensa y el público en general, lo que combinado con un clima nevado generó un entorno mucho más tranquilo que en jornadas anteriores. Hoy pudimos ver The Commune (Kollektivet, 2016) de Thomas Vinterberg, Goat (2016) de Andrew Neel y A Quiet Passion (2016) de Terence Davies.
The Commune (Kollektivet), de Thomas Vinterberg
COMPETENCIA OFICIAL
Thomas Vinterberg venía de entregar la excelente Lejos del Mundanal Ruido (Far from the Madding Crowd, 2015) y La Cacería (Jagten, 2012), la mejor película de su carrera, un estudio demoledor acerca de las mentiras sociales y la facilidad con la que se esparcen los chismes, circunstancia que desde el vamos planteaba un gran interrogante sobre su siguiente proyecto. A decir verdad The Commune cae unos cuantos escalones debajo pero aún así supera el nivel cualitativo de las problemáticas Todo es por Amor (It’s All About Love, 2003) y A Man Comes Home (En Mand Kommer Hjem, 2007), lo que constituye un testimonio irrefutable de que sus mejores opus son también los que apelan al lado menos luminoso de la sensibilidad danesa. En esta oportunidad estamos ante un cambio de registro bastante pronunciado, ya que el tono del relato está volcado sin sutilezas hacia la comedia dramática, los detalles de índole costumbrista y hasta un tamiz narrativo muy relajado, toda una curiosidad si recordamos la vehemencia de La Celebración (Festen, 1998) o Dear Wendy (2004). La trama se centra en la convivencia de los distintos miembros de la comuna del título, fundada por el matrimonio compuesto por Erik (Ulrich Thomsen) y Anna (Trine Dyrholm) ante la insistencia de la mujer, por estar un poco “hastiada” de escuchar hablar sólo a su marido. Complicaciones de salud, laborales y románticas pondrán a prueba un hogar sosegado, muy “a la danesa” en cuanto a la apertura mental y la tolerancia entre pares. El guión de Tobias Lindholm y el propio Vinterberg es sencillo pero eficaz en su estampa humanista en torno al devenir de los personajes y el punto de vista particular de cada uno de ellos (el excelente trabajo del elenco resulta un soporte fundamental en este punto). Vale aclarar que la propuesta por momentos cae en algunos baches y no brilla precisamente por su originalidad, elementos que no llegan a opacar su encanto.
Goat, de Andrew Neel
PANORAMA
No hace mucho tiempo el horizonte cinematográfico internacional era mucho más variado y estaba sustentado en una coyuntura que incluía un buen número de propuestas similares a Goat, un convite que sigue al pie de la letra cada uno de los preceptos del cine indie del gigante del norte de las décadas del 80 y 90. Aquella obsesión con los abusos constantes -que anidan en una sociedad militarista y frívola como la estadounidense- reaparecen en el opus de Andrew Neel bajo la forma del martirio que atraviesa Brad Land (Ben Schnetzer), un joven que a los pocos minutos de comenzada la película ya está tirado en el piso sangrando, luego de la paliza que le propinan dos criminales de ocasión antes de llevarse su auto. La recuperación posterior constituye apenas el preámbulo de nuevos tormentos, esta vez con motivo de su ingreso a la universidad y las horrendas costumbres de las fraternidades norteamericanas, sobre todo en lo que atañe a los “rituales de iniciación” a esas logias patéticas (dedicadas en esencia al alcoholismo y las agresiones gratuitas: el infantilismo a pleno). La escalada creciente de humillaciones a las que debe someterse Brad -a manos de los miembros más antiguos de la fraternidad de turno- evita el endiosamiento acrítico de Hollywood en la materia y se basa en una andanada de secuencias incómodas que no maquillan el sadismo involucrado. Goat se mantiene todo el tiempo en un tono de drama naturalista muy seco, que opone el régimen de violencia consentida y el conformismo/ la pasividad de las víctimas de los vejámenes, personas que se sienten incapaces de defenderse o siquiera esquivar la insoportable carga que impone el contexto en el que habitan cotidianamente. Tan movilizante como dolorosa, la película saca a relucir la agresión hueca detrás del machismo y la pedantería non stop.
Por Emiliano Fernández
A Quiet Passion, de Terence Davies
BERLINALE SPECIAL
El cine de Terence Davies es único, de esos que contemplan estructuras cinematográficas ya poco empleadas para revisitarlas con completo entendimiento de su labor, tarea similar a la realizada por Todd Haynes en su reciente film Carol o a lo hecho por el fallecido Raoul Ruiz. En A Quiet Passion no se construye un drama de época con manteles bordados y opresión como en el cine de James Ivory, sino con diálogos punzantes que apelan a la comicidad, sin perder la seriedad en ningún momento. Aquí Terence Davis se detiene en una composición sobre la vida de Emily Dickinson (Cynthia Nixon), poetisa estadounidense que impuso una métrica y una puntuación muy personal en sus trabajos, a comparación con sus contemporáneos.
Son muchos los puntos en común que la biopic posee con la obra de Jane Austen o Emily Brontë (a las que se hace referencia en el transcurso del film). En este caso particular, existe una fundamental diferencia referida al aggiornamiento, especialmente presente en las charlas diarias que Emily entabla con su hermana Lavinia (Jennifer Ehle). Debido a que Dickinson rara vez visitaba exteriores y tenía fobia a las visitas, la mayor parte del metraje transcurre en interiores precariamente iluminados dentro de la mansión de los Dickinson; este uso de la luz nos reenvía instantáneamente a otros films en los que se empleó luz natural, como por ejemplo Barry Lyndon (1975). Hoy la tarea quedó a cargo del director de fotografía alemán Florian Hoffmeister, quien ya había trabajado previamente con Davies en la excelente The Deep Blue Sea (2011).
El clan familiar, compuesto principalmente por dos padres burgueses, no intenta ocultar las diferencias sociales de la época, como el avasallamiento masculino sobre la mujer. En cambio, los tres hijos del matrimonio dedican su tiempo a largas charlas en las que contemplan los desengaños amorosos, los bailes, la conquista, la soledad, las enfermedades, la ética y la moral contraídas.
Ante esta problemática, Emily plantea una postura y mirada feministas, con anhelo de equiparación en una sociedad muy desnivelada y batallando con solidez y extremismo, características que no le permiten concretar una relación amorosa a lo largo de su vida. El film está dividido en distintas etapas de la vida de Emily, partiendo de una joven que comienza rebelándose contra el fanatismo religioso y cuestionando la existencia de un Dios. Este puntapié inicial marca en gran medida todo lo que sucederá en el film: la demostración de templanza y dureza de Emily está siempre presente.
La performance de Cynthia Nixon (Sex and the City), en el rol de Emily, es increíble. Un trabajo sin reparos y de excelencia, que se amolda a la demanda física y a varios cambios de tono a lo largo del film: sin dudas es su mejor trabajo actoral hasta la fecha. Acerca de Terence Davis, sólo puede decirse que aquí ha creado una nueva obra maestra.
Por José Luis De Lorenzo