1.
Es inevitable hablar de esta nueva edición del festival de Berlín sin aclarar antes que es la última del equipo de programación liderado por Carlo Chatrian como director, Mariëtte Rissenbeek como directora ejecutiva, y Mark Peranson como jefe del equipo de programadores. Chatrian y sus programadores venían de haber realizado un trabajo ejemplar en el festival de Locarno, y durante sus años en la Berlinale lograron volver a establecer el evento como uno de los festivales más relevantes del calendario anual. Hace unos meses, entre idas y vueltas, se anunciaba que dicho equipo no seguiría al cargo del rumbo artístico del festival y, un poco más tarde, el nombre de la nueva persona responsable en ese cargo: Tricia Tuttle, ex directora del BFI London Film Festival.
¿Qué es lo que buscan las autoridades culturales alemanas con esta decisión? Por un lado, limar ciertas asperezas con la industria del cine alemán que, dicen, se sentía desplazada de la programación, algo que es fácil de desmentir revisando los line up de estos años. Por otro, tratar nuevamente, una vez más, lograr una popularidad que ubique al evento al mismo nivel que Cannes y Venecia y una programación más “popular”, lo que sea que esto signifique. No solo todos los directores, y productores, quieren estar en Cannes, también los festivales se le quieren parecer. Y este propósito, buscado por muchos, termina siempre en frustración. Es muy largo de explicar, pero son muchos los elementos que hacen que Cannes sea lo que es y que la Berlinale, y ningún otro festival, nunca será. Culturales, monetarios, sociales y geográficos. Basta pasearse por el centro neurálgico del festival, Postdamer Platz, por la noche, casi siempre lluviosa y fría, con los negocios cerrados cuando apenas empieza a oscurecer, para ver la imposibilidad de insistir con una alfombra roja que parece solo importarle a políticos que de cine no tienen la menor idea. Pero cada nuevo director del festival parece volver a caer en la misma trampa una y otra vez y la competencia oficial se termina llenando de títulos cuya única justificación a la hora de ser incluidos en la programación sea la presencia de alguna estrella de cierto nombre.
2.
El anuncio de la programación del festival despertó cierto entusiasmo, pero a medida que transcurrían los días y las películas, empezó a aparecer cierta frustración que, sumado a los aires de despedida, no creó el mejor ambiente para un festival. Más que una fiesta de despedida, el evento se transformó simplemente en una despedida. Claro que hay buenas películas, ya hablaremos de ellas, pero también una cantidad demasiado grande de títulos a los que es difícil encontrarles algún valor para haber sido incluidas en una programación tan extensa. La creación de la sección competitiva Encounters, pensada para potenciar la presencia de filmes más arriesgados, simplemente terminó debilitando al Forum, un espacio en el que hoy en día es imposible encontrar cual es la idea o el sentido que une a todas las películas que contiene. La competencia del festival, que nunca fue su fuerte, también suma cierta desazón con títulos realmente impresentables como Another End de Piero Messina o La cocina de Alonso Ruizpalacios, con otros muchos más atendibles y algunos nombres conocidos, aunque en un par de casos con obras menores.
Escribo esto durante el quinto día del festival, así que el panorama que describo aún puede cambiar con la aparición de algunas grandes obras. Las buenas películas se contagian y todo puede cambiar de una función a otra.
3.
La crisis por la que atraviesa el cine argentino es un tema inevitable entre los asistentes al festival y las conversaciones y consultas de los extranjeros sobre la cuestión excede a la curiosidad por el destino de la industria audiovisual. ¿Qué será del cine argentino? (y de la Argentina en general) es una pregunta que sigue sin respuesta y no parece que vaya a tenerla en un futuro muy cercano. Aunque una respuesta posible, o al menos un aire de esperanza, lo tienen las películas que participan de la programación: Tú me abrasas de Matías Piñeiro y Dormir con los ojos abiertos de Nele Wholatz en la competencia Encounters, Los tonos mayores de Ingrid Pokropek, estrenada mundialmente en el festival de Mar del Plata (festival también de futuro incierto) en Generation KPlus, Reas de Lola Arias en el alicaído Forum y el cortometraje Un movimiento extraño de Francisco Lezama de Berlinale Shorts. Más allá de sentenciar si se trata de una buena presencia en cantidad, lo que queda claro es que sigue siendo un cine que demuestra un abanico de formas artísticas y de recursos de producción que es difícil de encontrar en otras cinematografías. La aparición de Ingrid Pokropek, quien con su ópera prima demuestra una fuerza y una calidad narrativa difícil de encontrar en el cine mundial, demuestra que, a pesar de todos los males, el cine argentino no puede, ni debe, perder las esperanzas.
4.
Volviendo a la competencia oficial, hay que destacar la presencia de tres grandes autores del cine actual. Bruno Dumont vuelve con L’Empire a la geografía de P’tit Quinquin (2014) para cruzar a sus personajes en una lucha contra el bien y el mal con aires -y espadas láser- a lo Star Wars. Los rumores dicen que la película fue rechazada de Cannes y Venecia para terminar, finalmente, aterrizando como el verdadero ovni que es, en Berlín. Lamentablemente, los estrafalarios policías interpretados por Bernard Pruvost y Philippe Jore aparecen brevemente. El cine de Dumont, luego de haberse asomado al abismo más de una vez, parece haber encontrado una especie de felicidad. El plano final resume la película, nos hace salir de la sala con una sonrisa y nos deja con la esperanza de una posible continuación.
Olivier Assayas, con Hors du temps, vuelve al pasado reciente y a la vez lejano, al ubicar esta ficción biográfica en una antigua casa familiar durante los días de la pandemia. Vincent Macaigne vuelve como alter ego del director (la película también puede funcionar como una continuación de la serie Irma Vep o como una extensión del multiverse de Assayas) y Micha Lescot como su hermano crítico de rock, quienes con sus respectivas parejas viven plácidamente durante el momento en el que el mundo y el tiempo se detuvieron, como indica el título. La historia avanza con pequeñas escenas de ocio, sesiones de terapia por zoom, cenas, charlas, las típicas rutinas de aquellos días en los que aprendimos a lavarnos las manos y también con la voz del mismísimo Assayas quien por momentos se hace cargo de la narración para contarnos historias de su familia mientras vemos imágenes de archivos y bellas planos de la campiña francesa. Explícitamente influenciada por la pintura de David Hockney en su fotografía, pero también con el espíritu de Jean Renoir sobrevolando en algunos momentos, Assayas crea una película bella y apacible que parece ir en contra de estos tiempos y que fue recibida por la prensa y el público como una obra menor.
Hong Sang también se mueve por el terreno de lo menor, pero lo hace para seguir creando películas mayores. Y no me refiero a la producción, Hong parece cada vez concentrar más su arte hasta reducirlo a lo esencial. En Yeohaengjaui pilyo (A Traveler’s Needs) vuelve a encontrarse con Isabelle Huppert, esta vez en Seúl, ciudad que la francesa recorre en pleno verano mientras se dedica a brindar unas particulares, y medio chantas, clases de francés. En sus paseos se cruzará con músicos amateurs que no pueden expresar sus sentimientos, una esposa desconfiada y su marido borrachin, una madre celosa, poemas de poetas que murieron muy jóvenes, todo hilvanado por una sensación de una despreocupada locura tan feliz como leve. Para quienes insisten en afirmar que las películas del maestro coreano son siempre iguales, les informo que aquí sí ocurre un cambio importante: esta vez nadie bebe soju, sino makgeolli. Los grandes cineastas están en los detalles.
5.
Quedan, claro, muchas películas por revisar. Un documental de tres horas sobre Henry Fonda en donde se recorre la norteamérica actual mientras se analiza la obra del gran actor, otro documental de más de tres horas de duración sobre un grupo de granjeros activistas en Francia (una de las películas importantes, en el mejor sentido, de esta edición), el delirio (en el peor de los sentidos) protagonizado por Kristen Stewart y producido por A24, la historia del hipopótamo de Pablo Escobar contada por él mismo (el hipopótamo, no Pablo Escobar) y la aparición de un Ruben Östlund ucraniano, como si dicho pueblo no tuviera ya suficientes sufrimientos.
Nos vemos en la próxima entrega.