1. El subte que me deja en el centro de la ciudad pasa por la estación Baumschulenweg en donde un enorme afiche promocional de la nueva edición de la Berlinale tiene escrito con violentos brochazos de pintura negra la palabra “Boicot” en inglés y con un acento de admiración al final, es decir: “Boycott!”. Supongo que el inglés se debe a que se trata de un festival internacional. Camino a retirar mi credencial me cruzo con un grupo de apoyando a Israel y a metros otro a favor de Palestina.
Así comienza mi festival y estas crónicas en donde trataremos de llevar las novedades del festival y sus películas en breves textos que, seguramente, ampliaremos en el futuro.
2. Horas después arribaron a Berlín dos de los Avengers de la corrección política: Tilda Swinton y Timothée Chalamet. Swinton vino sin película nueva, pero en la ceremonia en la que le entregaron el reconocimiento llamado Honorary Golden Bear presentó Friendship’s Death (1987) de Peter Wollen, quien además de un gran crítico, autor de uno de los clásicos sobre el cine: Signs and Meaning in the Cinema (1969) y, entre otros, Paris Hollywood – Writings on Film (2002) que contiene un texto bellísimo sobre Serge Daney, también supo ser cineasta. Y además el marido de Laura Mulvey, también crítica y realizadora. Personajes de una época en la que los intelectuales eran, además, gente de cierta inteligencia y buen gusto.
El omnipresente Chalamet estuvo junto a su novia Kylie Jenner -una de las jóvenes del clan conocido como las Kardashians, la cinéfila, supongo-, y presentó A Complete Unknown (2024) de James Mangold, película que ya se estrenó en todos lados, incluso circula por las redes ilegales (no lo hagan), pero que ante la necesidad del festival de contar con estrellas, también se presentó en la Berlinale.
3. El año pasado el crítico y programador Mark Peranson, miembro del equipo de programación del festival hasta el año pasado, nos comentaba que en Berlín ya no nevaba. Tan grande fue el cambio en el festival que desde el primer día no dejó de caer nieve en la ciudad. Logrando algo casi imposible: que la siempre fría alfombra roja del festival esté aún más congelada que nunca. Algo que no evitó que Chalamet la recorriera en musculosa. Ah, la juventud.
4. A pesar de su título, en la película hay 18 Mickeys. Lo que habría que preguntarse entonces, es ¿cuántos Bong Joon ho existen? Mi respuesta, aunque sin pensarlo mucho, es que hay, al menos, dos. Está el Bong coreano, responsable de sus cuatro primeras películas, en donde hay, al menos, dos obras maestras: Memories of Murder (2003) y The Host (2006), a las que habría que sumarle Mother (2002), que quizás también sea una obra maestra, y Parasite (2020). En todos los casos se trata de comedias dramáticas, o dramáticas comedias, llenas de humor negro y comentarios sociales de una sociedad, valga la redundancia, a la que el autor conoce de primera mano. Las restantes, Snowpiercer (2017), Okja (2019) y ahora Mickey 17 (2025) le pertenecen al otro, al Bong internacional. Estas tres últimas películas se mueven directamente en el terreno de la ciencia ficción y la fantasía, en donde Corea queda en el pasado o solo ocupa una parte de las historias. Historias que, a partir de una gran idea original, parecen funcionar más por una acumulación que por otra cosa. Pero son mundos de segunda mano. Bong siempre fue un director inteligente pero nunca sutil. Casi podríamos decir que todo lo contrario. En Mickey 17 todos los vicios del segundo Bong se hacen muy presentes. El trazo grueso, la sátira, los actores en registros altísimos y grotescos, la historia de ciencia ficción, ésta vez basada en un libro titulado Mickey 7, de Edward Ashton (el cine de hoy es tan sacrificado que el 7 del título original suena a poco) y también la crítica social. Y aquí empiezan los verdaderos problemas. En el libro original se cuenta la historia que ya todos conocen a través del trailer de la película. El Mickey del título acepta ser clonado infinitamente mientras es sometido a esforzados trabajos que suelen terminar en su muerte. El villano es un militar encargado de la misión de colonizar un planeta. Pero en la película Bong transforma al villano en un símil del actual presidente de los Estados Unidos, con una Melania y un Elon Musk al lado, como para que quede bien claro de qué nos está hablando. Este personaje, interpretado por Mark Ruffalo, contiene todos los males, manierismos, tics, pelambre extraña, maquillaje naranja en su rostro y despliega todos los pensamientos, desvaríos religiosos, colonialistas, capitalistas, y las maneras, y manías, de todos los políticos de derecha que se nos puedan ocurrir. Incluido nuestro presidente. El problema es que todo lo que rodea a este personaje es de una obviedad tan grande que deja de ser una crítica efectiva para transformarse en puro trazo grueso. El mismo trazo grueso con el que se comportan estos personajes en la realidad. Aquí quizás esté el problema. Es como querer combatir a un caníbal comiéndoselo. Una breve digresión, que no lo es tanto, creo. Existe un preconcepto sobre el género de la ciencia ficción que le atribuye la simpleza o la obviedad como su mayor característica, algo que nunca fue así, o mejor dicho, es así en las obras malas del género. Los jóvenes lectores de ciencia ficción del pasado, como quien esto escribe, fuimos los primeros en leer, por ejemplo, a Ursula K. Le Guin. ¿Dónde estaría la simpleza, obviedad o falta de profundidad, psicológica o de cualquier tipo, en esta autora? Pero volvamos a Mickey 17 que contiene, al menos y siguiendo con el tema de la dualidad, dos películas. Una es la del personaje del título, una historia de picaresca protagonizada por un tonto de corazón noble, o no tanto, pero al final sí, que se mezcla con una historia de amor. Esta película podría haber sido una comedia de enredos con trasfondo de aventuras y hasta buenas escenas de sexo y droga (si, hay drogas y sexo en variadas formas y posiciones, una de ellas será clave en la resolución de la trama. Si, hay un Bong sexy: ¡Sexy Bong! Perdón, sigamos). Pero además hay otra película. Y es la protagonizada por el personaje de Ruffalo y sus adalides, que se lleva gran parte del relato y que en la novela casi no existe, más allá de su presencia como el villano ineludible en esta clase de historia. Pero en su versión cinematográfica Bong extiende el personaje hasta transformarlo en alguien por momentos más importante que el propio Mickey, cuyo apellido, que recuperará al final, es Barnes. Mientras escribo me doy cuenta que a Bong le ocurre lo que nos pasa a todos en este mundo que nos tocó vivir: estamos tan obsesionados con los villanos de turno y todo lo que hacen y dicen, que no nos damos cuenta que nos estamos olvidando de los buenos. Son los signos de los tiempos. Los mismos tiempos que llevan a Bong a transformarse en un artista “progre” que termina su historia con el ascenso al poder de una mujer afrodescendiente y con los malos muertos, que es el castigo mínimo que se merecen. Como vemos, para que ocurra eso tiene que tratarse de una película de ciencia ficción. El arte deja cada vez más en claro que solo se les puede hablar, y predicar, a los convencidos. Decirnos entre nosotros lo que queremos escuchar y convencernos de que todo lo que decimos es lo correcto y lo que está bien. Y que mientras estemos del lado de los buenos, vamos a tener permitido hacer películas de 150 millones de dólares para criticar al capitalismo.
De todas maneras, también hay que decir que la recepción que tuvo Mickey 17 fue bastante buena, al menos así me lo dejaron en claro, al final de la función, una directora del mejor festival de Europa y un crítico mexicano que me quiso hablar, justo a mí, sobre The Host y el cine coreano. Es que en medio de todas las películas que contiene Mickey 17, una de ellas es muy divertida.
(Entre los libros que nunca voy a escribir hay uno titulado Bong y yo, en el que cuento mi enamoramiento con el director coreano, las intimidades de su viaje a Mar del Plata y las veces que nos cruzamos y charlamos un rato. Por eso me duele hablar mal de sus películas. Pero como decía en su título aquella película protagonizada por Luis Sandrini: así es la vida.)
5. El comienzo de la competencia oficial fue, para no comenzar de una manera muy agresiva, particular. Los primeros títulos remitieron a un cine antiguo, a cosas ya vistas y fórmulas repetidas que más que mostrarnos un cambio en el estilo de programación del festival confirmaron muchas de las malas tendencias actuales. La película china Sheng xi zhi di (Living the Land) de Huo Meng nos remite a los momentos más rutinarios de cineastas como Zhang Yimou o Chen Kaige, un cine viejo estancado en el pasado y no sólo por la historia que cuenta y su ambientación de época y locaciones rurales, que sirven como escenarios de historias familiares, sino también por su puesta en escena y guión. A la salida me encuentro con dos programadores asiáticos que me dicen que ya están cansados de ese tipo de representación de su continente en el cine y que la película, obviamente, no les interesó en lo más mínimo. Más tarde me cruzo con otro amigo asiático, que trabaja de recomendarles películas de ese continente a un festival europeo, y me cuenta que él ya sabe qué tipo de películas asiáticas son las que le gustan a cada festival del viejo continente y que por eso se ven las películas que se ven y no otras, quizás mejores. Asia sigue siendo un misterio.
Las cosas no fueron mucho mejor con Hot Milk de Rebecca Lenkiewicz, una escritora de teatro devenida guionista y ahora realizadora. Al igual que la película china, ésta también nos remite al pasado, a pesar de su pátina de película moderna y de llevar el sello de MUBI en sus créditos (ya es hora que reconozcamos que MUBI es simplemente un hermano de Netflix con aires intelectuales, pero hermano al fin). Hot Milk está más cerca del cine de Just Jaeckin (hablando del tema, qué mala resultó la nueva Emmanuelle (2024) con female gaze, ¿para eso lucharon tanto?) o de Zalman King (acá creo que me estoy pasando de malo) que o lo que supuestamente pretende la película, que tampoco queda muy en claro qué es. La presencia de la escritora Deborah Levy como guionista, basándose en su propia novela, le asegura un punto de interés extra, para vaya a saber quién, y la de Vicky Kreis un lugar en la competencia de algún festival europeo, en este caso la Berlinale, pero bien podría haber sido otro.
Las cosas no fueron mejor en la nueva competencia denominada Perspectives vino a reemplazar a Encounters, el lugar donde iban las películas que los programadores anteriores no se animaban a mostrar en la competencia oficial, ya sea por ser más arriesgadas o con menos presupuesto o no tener presencias estelares. La idea de Perspectives es mostrar óperas primas, y es una gran idea, pero después, claro, están las películas. Y ahí empiezan los problemas. Minden Rendben (Growing Down) del húngaro Bálint Dániel Sós tiene un arranque digno de atención, pero después ese brío se pierde, o nos deja en claro que simplemente se trataba de un truco formal para contarnos un cuentito moral sobre la posible muerte de una niña en manos de otro niño y un padre que miente para salvar a su hijo, todo sazonado con las crueldades de siempre, un bonito blanco y negro y un final aleccionador, pero con algo de rareza. Es que hay que darle un poco a todos.
6. Las cosas, habrán visto, no comenzaron de la mejor manera. Pero esto recién empieza. Aunque, si los cálculos no me fallan, ya van cuatro días. Sin embargo, mientras termino de escribir estas crónicas ya aparecieron, al menos, dos películas de las buenas. En una de ellas hay un villano cuyo poder consiste en hipnotizar a la gente y hacerles creer que viven dentro de una película. La manera de salir del hechizo es hacer leer a la víctima las palabras “The End”. Se trata de Reflet dans un diamant mort la, nueva maravilla de la dupla compuesta por Hélène Cattet y Bruno Forzani, de la que hablaremos en las siguientes entregas.
Aprovecho entonces para decirles hasta la próxima y, solo por ahora: “The End”.