La cultura ochentosa está impregnada en mi ser. Tengo fascinantes recuerdos de una década (mal) considerada decadente a nivel cultural.
Entre las series televisivas que más me (mal) educaron en esos años, se destacaron: El Súper Agente 86 (aun hoy se trata de una adicción fatal), Batman (la serie de Adam West, inmirable ahora), El Zorro (con Guy Williams, muy digna sigue siendo)… Todas reposiciones en realidad.
La más contemporánea era Brigada A, (en realidad también debería agregar a MacGyver, que en cierta forma, era la competencia más directa de la Brigada liderada por George Peppard)
La serie llevaba la firma de Stephen Cannell, un experto en series de acción como Los Archivos Rockford, y posteriormente realizaría otros “éxitos”: Hunter, Renegado, Patrulla Juvenil, etc.
Tiros, explosiones, humor, ironía… y personas comunes, que se veían amenazadas por militares, policías corruptos, traficantes de drogas, de armas. Siempre había al final de las episodios, escenas de acción con persecuciones, camionetas que saltaban por encima de la cámara (a lo John Ford) y peleas en cámara lenta con repetición de los movimientos.
Si habremos visto y (mal) imitado a estas series acá en Argentina (alguien se acuerda de Brigada Cola?)
Hoy en día, Jerry Bruckheimer se dedica a sacar adelante las nuevas series policiales, pero lo que realmente hacían de Cannell un autor de verdad, era que escribía cada una de las series y al final, uno lo podía ver frente a la máquina de escribir, firmando los episodios.
Por supuesto, el tiempo pasa, uno crece, y se da cuenta que la violencia gratuita de estas series, que dignifican, enaltecen la misoginia estadounidense y veneran a las fuerzas militares, son un poco ambiguas a nivel ideológico.
Por un lado, los protagonistas, son antihéroes víctimas de ser moralmente impecables, intachables personas, que harían cualquier cosa con tal de defender al “débil” (generalmente, mujeres, viejos, adolescentes estudiosos de barrios marginados, etc). Por otro lado hacen apología de la violencia, pero lo justifican con una sonrisa final o un comentario oportuno.
Y sí, la moda de los agentes independientes, que dignifican la violencia, la justicia por mano propia y la ironía, empezó con James Bond. Admitámoslo, seguimos disfrutando del agente británico a pesar de todo.
Por eso, a la hora de ver la adaptación cinematográfica, que se hizo desear bastante tiempo, uno tiene que tener en cuenta estos antecedentes.
La Brigada A, es una mezcla de los agentes de Misión Imposible con Los Simuladores (aun cuando Damiám Szifrón admite haberse inspirado en la serie de Cannell para crear la suya). Cada integrante tiene un rol: Hannibal, el líder que arma todos los planes. Ayuda en las interpretaciones y en las áreas técnicas al resto, con su inconfundible habano en la boca. Face, es la “cara” del grupo: elegancia, carisma, soberbia: se encarga de engañar a los villanos con disfraces y personajes. B.A. Baracus (o Mario, para los amigos): conductor y fuerza bruta, el loco Murdoch: piloto experimentado, se dedica a explosivos y tecnología.
Cada uno, además aporta humor… mucho humor, y un nivel de locura extraña.
La adaptación cinematográfica, a cargo de Joe Carnahan (el Guy Ritchie estadounidense: pasó de la muy interesante Narc a la mediocre La Última Carta) respeta el perfil de los personajes, mas no tanto el argumento en sí de los episodios, lo cual no es del todo negativo: en el cine estadounidense todo se agranda, se quintuplica. Poner a la Brigada A resolviendo problemas de gente común no es tan interesante para el “estándar” hollywoodense.
Así que la misión debía ser a lo grande: grandes explosiones, grandes efectos, personajes acartonados, una historia demasiado sencilla para tanta película.
El comienzo recupera las raíces de la serie: 8 años atrás, cada uno de los miembros vive una situación límite, que gracias a su astucia y la ayuda del resto del grupo, logran salir adelante. Así, casi de casualidad, se formará la Brigada. Ya con las tropas de Irak en retirada, la Brigada A es traicionada por un grupo rival que quiere robar placas que imprimen dólares. A partir de acá se mezclarán idas y vueltas, persecuciones, disfraces, etc. O sea, todo lo que debe contener una película de espionaje. El grupo es perseguido por una honrada elite del FBI, liderado por la bella pero acartonada Agente Sosa (Jessica Biel mostrando más sus curvas que su rostro) y el Director McCready (el subvalorado Henry Czerny, interpretando un personaje muy similar al de Misión Imposible la primera parte de la saga con Tom Cruise), y los traidores agentes de la CIA liderados por el Agente Lynch (Patrick Wilson) y el Agente Pike (interpretado por el co guionista Brian Bloom).
El resto son explosiones, autos chocados, tiros y cosa golda.
No se puede esperar demasiado de un guión pobre que no oculta sus falencias, sus lugares comunes, clisés, estereotipos y previsibles vueltas de tuerca. Que de por sí, cita y satiriza innumerables veces a películas del género similares.
Hay situaciones confusas, diálogos y escenas que tienen cortes demasiado rápidos, obvios. El montaje es pésimo y la fotografía de Mauro Fiore (ganador del Oscar por Avatar) es bastante desilusionante: no tiene identidad, parece plagiada de una película de Tony Scott (productor, junto a su hermano, y quizás un nombre que le habría dado mayor personalidad a la película). Carnahan aun no ha logrado definirse bien como cineasta y eso se siente en la película. El humor es forzado, artificial, impostado. No parece ser el fuerte del realizador.
Todos estos desniveles narrativos tampoco son compensados por las actuaciones. Si bien el elenco está correctamente elegido, y al menos tres de los cuatro principales han demostrado solvencia interpretativa en el pasado, ninguno logra realmente hacer creíbles a los personajes… y esa es la mayor diferencia con la serie. Peppard no era la caricatura que termina siendo Neeson, quién después de afirmarse como actor de cine de acción gracias a Batman Inicia y Búsqueda Implacable, no logra trasmitir el carisma del actor de Desayuno con Diamantes. Bastante desaprovechado. Bradley Cooper tiene mayor protagonismo del que tenía Dirk Benedict como Face, durante la serie, pero en cambio, le dieron un aspecto más rebelde que elegante, un carácter más “winner” que “playboy”: como si reemplazáramos a James Bond por Tony Stark. Y lo peor, es que Cooper, es un buen actor, un excelente comediante (lo demostró en ¿Qué Pasó Ayer?) y Carnahan decide explotar solamente su sex appeal. Quinton Jackson, es tan de piedra como Mr. T actuando. La diferencia está en que hicieron que su personaje sea más… humano, y Jackson no tiene la experiencia ni la capacidad de hacer “sensible”, más “querible” un personaje que originalmente, no lo era. Justamente, en la serie, se aprovechaban de las limitaciones actorales del actor de Rocky III, para crear un personaje súper fuerte que continuamente se burlaba de sí mismo, de su propio enojo. El Baracus de Jackson… es más bueno. Aún así conserva rasgos del original: como el amor por su camioneta que lamentablemente está menos presente de lo que debería.
La mejor elección es la del sudafricano Copley (Sector 9), su sentido del humor es similar, e inclusive más reprimido, menos alocado que el de Dwight Schultz. Lamentablemente los realizadores, decidieron darle menos protagonismo que al resto del grupo y Copley no puede destacarse en su totalidad, por culpa de las limitaciones del personaje.
El resto del elenco no aporta demasiado. El villano de Patrick Wilson no logra nunca impresionar ni asustar. Jessica Biel, como la “chica de turno” tampoco tiene demasiada presencia fuera de su acartonado personaje.
Las escenas de acción no terminan de ser completamente divertidas, los realizadores decidieron apostar más por la adrenalina que por el humor. Justamente, en este sentido también salía ganando la serie. Esta falta de experiencia y decisión por parte del director para inclinar la balanza hacia la comedia, es lo que termina por indefinir la película. Inclusive, la sátira política es demasiado superficial. Además el mensaje ¿anti? violencia de la película, es ambiguo… confuso.
Al igual que la adaptación de El Súper Agente 86, el sabor final para los fanáticos es agridulce. Hay muchas citas a la serie. Cada vez que el leit motiv de la serie aparece, el fanático se entusiasma, se excita, rememora otras épocas.
Pero ahora, que pasó un tiempo de su exhibición, me he dado cuenta, que al igual que la película de Peter Segal (2008), esta adaptación es menos interesante de lo que prometía. Solo una sucesión de escenas de acción, entretenidas secuencias unidas narrativamente en forma banal y, por momentos, injustificadamente.
¿Divierte? Sí. ¿Entretiene? Mucho. ¿Tiene buen ritmo? ¿Que película de este tipo no tiene? Pero hay un vacío que el fanático va a poder reconocer muy bien cuando finalicen los créditos finales. Ese gustito a nostalgia. Ese sabor de que podrían haber hecho algo un poco mejor. Que con mayor fidelidad y un poco más de astucia a la hora de ponerse a escribir, no se habría logrado un producto tan pretencioso, (mal)o, mediocre…
A pesar de la excitación inicial que me invadió cuando se terminó la función (contagiado por la banda sonora y la escena que le sigue a los títulos: no irse de la sala), debo reconocer que el paso del tiempo hizo su trabajo en mi cabeza (apenas un día, en realidad) y la excitación se derivó en desilusión. O quizás empiezo a valorar más a la serie de culto de los años ’80.
Cannell, de esta manera convierte a su mejor serie, a su producto más identificable… a su Brigada A, en un producto clase B. Es probable, que bajo este concepto, la película se pueda disfrutar más. Personalmente, pienso que la serie no se merecía este título.