A Sala Llena

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CRÍTICAS

Buika en el Teatro Gran Rex

Celebración de la piel

Alta vibra se respiraba minutos antes de las 21 en la calle Corrientes. Es que se presentaba en Buenos Aires Concha Buika, esa mujer de piel morena apodada “La Perla Negra del Flamenco”, pero que tiene más aspecto de blusera o jazzera que de una típica cantante del género andaluz.

Vino a presentar su último trabajo discográfico, Mi Piel, una recopilación de sus mejores canciones, y la expectativa era grande, no solo para aquellos que ya la habían visto en vivo en sus anteriores presentaciones en la ciudad -2007 y 2009- sino también para otros que la descubrimos durante estos tres años y quedamos enamorados de su voz, o para algunos que se impactaron al verla en el último film de Pedro Almodóvar: La Piel que Habito.

El público, de lo más variado y diverso tanto en estilo como en edades, lanza la primera ovación de la noche, pasados unos veinte minutos de la hora anunciada. Apagadas las luces del teatro, sale al escenario Melón (Iván González), el pianista que la acompañaría toda la noche; luego de un solo de Piano aparece Buika, descalza, con un vestido negro sensual y tajeado y el cabello larguísimo que le llega a las caderas; se apodera del micrófono e interpreta Sueño con ella.

Terminado el tema, expresa que es muy tímida para hablar, porque lo suyo es cantar y cuando lo hace es realmente valiente. Dicha timidez, no sé si por efecto de la comodidad que sentía o del ron que iba tomando a medida que transcurría el concierto, fue desapareciendo; además de cantar de manera demoledora, interactuó con la platea como si estuviera cantando en un espacio mucho más íntimo. Se la vio y escuchó contenta, histriónica, atrevida, cachonda, profunda y sensible. Es que, a pesar de la sala llena, el show fue realmente íntimo, con un escenario minimalista, donde estaban ella, el piano y su desgarradora voz, nada más.

Las interpretaciones que hizo de cada canción daban lugar a improvisaciones que demostraban su registro vocal notable y único. Por momentos, la voz alcanzaba ciertos matices, con esa ronquera que la caracteriza, y daba la sensación de que en cualquier momento podía llegar a quedar afónica; pero eso no pasó, porque La Perla Negra no canta solo con la garganta, sino también con su cuerpo, sus gestos, sus memorias y su piel, lo que, de a ratos, la convierte en sobrenatural.

Las canciones de Buika se sumergen en lo más profundo y doloroso de la experiencia amorosa. El desencuentro, la pérdida, el abandono y el desamparo son temas recurrentes, que ella sabe explorar de maravilla en el lamento del flamenco, en el cual la interpretación roza el llanto y la desesperación. Pero también escuchamos una combinación novedosa, extraña y fascinante, con influencias de otros géneros absolutamente nostálgicos como la copla, el bolero, el blues, el jazz, el soul y el tango. Toda esa diversidad cultural habita esa piel que transmite con su música la vivencia universal del desamor.

Mi niña Lola, Jodida pero contenta, No habrá nadie en el mundo fueron algunas de las canciones más celebradas. Lejos de quedarse en el lamento quejoso, para Buika la vida y el amor son una celebración; por eso, vaso de ron en mano, propone varias celebraciones, la última de ellas dedicada a su “mamá Chavela”, e interpreta su magistral versión de la clásica ranchera de la leyenda mexicana, El último trago, y la emoción desborda por los poros de la piel del público.

Entre tema y tema, esta mujer tan pasional como intensa oscila entre casi el llanto y la carcajada, la burla y la reflexión profunda. En cuestión de segundos, pasamos del melodrama a la tragicomedia, al mejor estilo almodovariano. “Quiero brindar por todos aquellos que se fueron de nuestras vidas por voluntad propia, que no vuelvan nunca más”, expresa. También se permite entrar en complicidad risueña con el público porteño; cuando alguien de la platea le grita: “Concha linda”, ella responde: “Eso es peligroso”. Hasta se burla de ella misma porque eligió hacer su propia versión de un hit de Enrique Iglesias: Bailamos. Dice que, a veces, si viviéramos algunas experiencias de manera más lenta, podríamos sentir muchas cosas más; por eso decide lentificar ese tema, dándole un toque soul que lo vuelve absolutamente irreconocible.

Antes de cantar el tango Nostalgias, confiesa que le daba miedo hacer esa versión aquí, pero apela a un recuerdo de cómo su madre cantaba ese tema para reparar el abandono causado por su padre; “y ahora se me fue el miedo”, afirma.

Es que las letras de sus canciones no son solo una fijación melancólica en lo perdido, sino que sirven como catarsis para sublimar y desviar la energía psíquica de aquello que, a veces, nos resulta insoportable. La Buika lo hace desde un nivel artístico tan elevado que podríamos decir que lo suyo es una sublime sublimación. “Un hombre armado es un arma, un hombre que ama, se desarma, se desnuda”, y nos regala una emocional performance de Volver, volver.

Luego de dos bisses, cierra el concierto con una extraordinaria versión a capella de Ojos verdes y, nuevamente, la piel de pollo se apodera de unos cuantos. “Es maravilloso morir de amor”, nos dice la negra, y agrega: “mi primer maravilloso morir de amor le cedió el paso a mi segundo maravilloso morir de amor; éste permitió que venga mi tercer maravilloso morir de amor y ahora tengo este otro maravilloso morir amor”. Y sí, es cierto, pobre de aquel que alguna vez no haya experimentado un maravilloso morir de amor; y si encima tenemos a mano una botella de ron y música como la de Buika para acompañar esa agonía, ese padecimiento se torna aun más maravilloso y un muy buen motivo de celebración.

 

Fotografía gentileza de Alejandro Palacios

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