Cannes es más Cannes con sesiones como la del homenaje a Jean-Luc Godard en el marco de Cannes Classics. En la sala estaban Jim Jarmusch, Wang Bing, Pedro Costa, Albert Serra y muchos otros directores, de esos que, más que hacer películas, hacen cine, que decía Godard. En la primera película del programa, Godard par Godard de Florence Platarets, con guion de Frédéric Bonnaud, un sencillo montaje cronológico de fragmentos de películas y declaraciones godardianas, vemos a dos críticos de Cahiers de Cinéma, Serge Toubiana y Serge Daney, comentando para la televisión francesa en el Festival de Cannes de 1982 que películas como Passion, de Godard, e Identificación de una mujer, de Michelangelo Antonioni, no tienen opciones de ganar la Palma de Oro, pues este premio tiene unas connotaciones industriales y comerciales que este tipo de cineastas nunca cumplen. Un año después Godard ganaba el único premio importante de su carrera, el León de Oro de Venecia, con Prénom Carmen y gracias a un jurado presidido por Bernardo Bertolucci y otros cineastas (Oshima, Vardá, Sembene, Handke, Clayton, Mészáros, entre ellos), como recalca la voz en off de la noticia. Los cineastas que citaba antes necesitarían de un jurado como aquel veneciano para poder aspirar algún día a una Palma de Oro, pero ojalá me equivoque, y a ser posible ya este año. Con todo, es llamativa esa puya a Cannes en Godard par Godard, aunque el festival ocupa un lugar muy importante en el contexto de esta compilación que, solo a partir del archivo de la televisión francesa, podría dar lugar a un centenar de películas similares. Sin ir más lejos, la rueda de prensa de Détective en Cannes 1985 debería de conformar una película por sí sola.
Pero la estrella de la función era el cortometraje póstumo de Godard, con un copyright en 2022, la que quedará para la posterioridad como su última película, Film annonce du film qui n’existira jamais: “Drôles de guerres”. Más que una película acabada, nos encontramos con una suerte de boceto, lo mismo que se podría decir de una parte importante de la filmografía godardiana, tan abundante en trailers y en películas inacabadas o que narran la imposibilidad de realizar una película comprometida. Collages, textos, una pocas imágenes en movimiento de una mujer, algunas músicas, una discusión de Godard con su equipo en torno a un proyecto de adaptación de Faux passeports de Charles Plisnier, pero que parece llevar el título de Carlotta, por uno de sus personajes… un conjunto muy fragmentario e inequívocamente godardiano que tiene mucho de teaser (estoy seguro que Godard odiaría el concepto y la propia palabra) para presentar a Saint Laurent, productor de este corto y del de Almodóvar.
Una de las actrices que interviene en Godard par Godard, no sé si Nathalie Baye, una de las protagonistas de Détective, habla del Godard que se había alejado de la industria en los años setenta, refugiado en Grenoble o Suiza, donde hacía “cosas experimentales”. Grenoble volvió a salir a la palestra una horas después en la proyección de Anatomie d’un chute, de Justine Triet, la segunda ocasión en que Triet llega a la Competición de Cannes (después de la infravalorada Sibyl), una película de juicios, pero una extraordinaria película de juicios de dos horas y media que se desarrolla en gran parte en un proceso judicial que tiene lugar en Grenoble. Con una inmensa Sandra Hüller (la señora Höss en The Zone of Inbterest) en el papel central, el de una escritora a la que acusan de la muerte aparentemente accidental de su marido, también escritor, aunque menos exitoso. Triet pone en escena la ambigüedad de unos hechos que, quedando fuera de campo, siempre son susceptibles de interpretación… y de ser rebatidos. Pero esa es la gran virtud de esta película que renuncia a cualquier efectismo dramático y que expone los hechos con precisión quirúrgica para hablarnos de ese tema favorito del cine de autor europeo, al menos desde Viaggio en Italia, que por algo también salía a relucir en Godard para Godard, la descomposición de la pareja, en este caso por un encadenado de situaciones del pasado: un accidente que deja casi ciego a su hijo, las infidelidades de ella, la depresión de él, la distinta situación de sus respectivas carreras. Pero, a diferencia de la de Rossellini, esta no es una producción barata, hecha con dos actores y un coche; tampoco una comedia que juega con los registros temporales como Sibyl. No, Anatomie d’un chute, con su impecable acabado industrial, es la típica producción abocada a llevarse grandes premios.
En el anuncio de la Selección Oficial en abril pasado la gran sorpresa la constituyó la inclusión en Competición de la ópera prima senegalesa, Banel e Adama, de la directora Ramata-Toulaye Sy. Uno podría imaginarse que una ópera prima senegalesa sería una película realizada con medios precarios, quizás con una pareja de actores, esos cuyos personajes ponen título a la película, y sin ni siquiera un coche. Una película, además, que el festival habría encontrado y priorizado sobre otros títulos de cineastas más reconocidos. Los créditos iniciales nos sacan de dudas: Banel e Adama tiene todas las ayudas posibles de la industria francesa, las institucionales y las de las principales televisiones que apoyan este tipo de cine. Es una película francesa, vaya, que no había que buscar porque era imposible que pasase desapercibida. Y eso se nota en la producción, con esas primeras imágenes tan malickianas o los efectos digitales que se incorporan en varias escenas. La precariedad está en otro lado: en ese primitivismo de la historia que a todas luces parece premeditado para recabar la empatía de los festivales y espectadores internacionales ante una “pequeña película africana”.