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#CANNES77 | Cannibalismos 04: Goodbye, Dragon Inn

#CANNES77 | Cannibalismos 04: Goodbye, Dragon Inn

El díptico más sorprendente de Cannes lo conforman dos películas de la Quincena, Christmas Eve in Miller’s Point, de Tyler Taormina, y Eephus, de Carson Lund. Las dos están producidas por Taormina y de ahí esa idea del díptico, si bien son dos películas totalmente independientes que hablan de dos microcosmos muy particulares. La dirigida por Taormina es la crónica de una Nochebuena en casa de una familia muy numerosa y que sigue todos los rituales de la reunión tradicional de esas fechas. Puntuada por pequeños golpes de humor (casi todos en torno al personaje de la abuela), planteando algún conflicto subterráneo que en ningún momento llega a explotar, Christmas Eve… se mueve en un terreno muy ambiguo e irónico, de una calidez que no se agota en la propia cena navideña, sino que se prolonga igualmente en la segunda parte, cuando la acción se traslada al exterior y a las andanzas de los hijos adolescentes (los golpes de humor recaen ahora en una absurda pareja de policías). Los colores son los propios de esta época (el rojo y el verde) y el tono engarza con toda una representación de la Navidad de la que hay una larga tradición en el cine norteamericano. 

Más norteamericana todavía, Eephus, la película de Lund, está centrada en un partido de beisbol aficionado que se desarrolla a lo largo de todo un día en un modesto estadio que al día siguiente será demolido. Los equipos están formados por jugadores de distintas generaciones, desde los veinte a los sesenta años, algunos con evidente sobrepeso, muchos con escasas habilidades para este deporte. Está el estadio, los equipos, la persona que se encarga de gestionar los puntos, pero también ese vendedor de hot-dogs que lamenta la desaparición de este tipo de rituales característicos de estos partidos. En ese caso, el encuentro se inicia con las primeras horas del día y culmina bien entrada la noche, cuando la cancha solo puede ser iluminada por los faros de los coches de los jugadores. Apenas importa el juego o su desarrollo, tan solo los gestos, la confraternidad, la apuesta por una suerte de reunión que se organiza en torno a una cancha. Lund reconocía que para él Eephus (el título alude a una forma de lanzamiento de la bola) es una película paisajística que debe mucho a James Benning. Pero la comparación más acertada es la de Goodbye, Dragon Inn, de Tsai Ming-liang: el cine de Taipei que se cerraba y que acogía su última función tiene aquí su correlato en un estadio de beisbol que asiste a su última representación, también sin público, con unos protagonistas que claramente emanan, como fantasmas, del pasado. Una película crepuscular de una sencillez apabullante, de un humanismo que nos hace incluso añorar un deporte del que lo desconocemos todo y que culmina con una cita de “Mrs. Robinson” de Simon & Garfunkel y el “Old ‘55” de Tom Waits. Una obra maestra.

Después del programa doble con los últimos (o nuevos) trabajos de Godard, en Cannes se ha podido ver también un mediometraje de Leos Carax, C’est pas moi, que es tanto un fascinante autorretrato como un homenaje al autor de Le livre d’image. El homenaje se produce por dos vías: primero, con la voz del propio Godard dejando un mensaje en el contestador de Carax; después, con el propio grafismo y montaje de la película, deudor del de Histoire(s) du cinéma. En realidad es como una película de Godard con sus comentarios políticos, sus reflexiones en torno a la propia obra o sus citas… solo que más comprensibles. Y con un final post-créditos en el que la pequeña Annette corre al ritmo del “Modern Love” de David Bowie, como Denis Lavant… o como Greta Gerwig.

En una línea similar se mueve la inesperada Caught By The Tides, simplemente porque a estas alturas, en 2024, era difícil pensar que Jia Zhang-ke nos iba a sorprender con una obra que recapitula casi toda su carrera, al tiempo que reflexiona sobre los cambios producidos en China a lo largo de todo este siglo. Entre el documental y la ficción, Jia recopila imágenes filmadas en 2001, 2006, 2017 y 2023, años que corresponden con los rodajes de Unknown Pleasures, Still Life, Ash Is The Purest White y la parte contemporánea que sería la de Caught By The Tides. Por eso mismo, la fotografía está acreditada a Yu Lik-wai (los dos primeros) y Eric Gautier (los dos últimos), con todas las texturas y formatos cambiantes del video analógico de 2001 al digital de los años posteriores. En una entrevista para The Hollywood Reporter Jia viene a decir que fue rodando a lo largo de todos estos años con la vista puesta en una película futura, pero lo cierto es que parece más bien un aprovechamiento de materiales descartados y ahora reciclados, lo que no le quita ni un ápice de valor. Esta es una película de una estructura muy abierta, que va estableciendo contrastes y rimas, mientras la presencia de su actriz habitual, Zhao Tao, con distintas edades, ejerce como vector narrativo de la ficción, inspirada en la de Still Life, con su búsqueda de un personaje que encarna Zhubin Li, una búsqueda que se desarrolla a lo largo de todos estos años, varias ciudades y todos esos rodajes.

Si Caught By The Tides es la gran sorpresa de la competición de Cannes de este año, al menos por el momento, el título que puede convertirse, también por lo de ahora, en uno de los grandes éxitos del festival es Emilia Pérez, película de Jacques Audiard rodada en México y mayoritariamente en español. Una mezcla un tanto explosiva y no del todo bien equilibrada entre el thriller, el melodrama, el musical y el film de denuncia social que parte de una premisa ciertamente singular, cuando el líder de un cartel le manifiesta sus deseos a Rita, una prometedora abogada: “Quiero ser mujer”. Es una forma de cambiar de identidad, pero también la expresión de un deseo oculto. Es así cómo Manitas del Monte se convierte en Emilia Pérez y, de la mano de Rita, busca la redención montando una ONG para buscar a los desaparecidos por causa de las guerras del narco. Todo esto puntuado por números musicales entre los que destacan solo los dos que protagoniza Rita (Zoe Saldaña) y que tienen un protagonismo un tanto arbitrario. En última instancia, Audiard prefiere privilegiar el thriller y el comentario social (véase el final de la película) sobre el musical, dejando muy en segundo plano el melodrama queer, esa relación tormentosa entre Emilia (Karla Sofía Gascón) y su ex-mujer (Selena Gómez), que desconoce la identidad del que fuera su marido. 

Igual de aparatosa es Limonov – The Ballad, de Kirill Serebrennikov, adaptación de la novela de Emmanuelle Carrère que durante un tiempo figuró entre los proyectos de Pawel Pawlikowski, que aquí ya solo figura acreditado como coguionista. Hablada en inglés, con acento ruso (!), y con Ben Whishaw en el papel principal, la película de Serebrennikov tiene algo de producto anacrónico, concebido antes para una plataforma que para un festival de cine como el de Cannes, por más que el montaje y la música no busquen otra cosa que apabullar al espectador. Pero uno sale de la proyección de Limonov – The Ballad sabiendo muy poco de este personaje, tan atractivo como peligroso. Quizás sabemos de su etapa en Nueva York en los setenta, la del escritor expatriado, pero eso ocupa como dos terceras partes del metraje y su vuelta a Rusia, desde finales de los ochenta y hasta su muerte en 2020, se solventa rápidamente, cuando estamos ante la etapa política de Limonov, con su partido de ínfulas fascistas y nacionalista. Pero este es un terreno en el que Serebrennikov parece no querer enfangarse y lo resuelve con una serie de rótulos finales cuyas alusiones a Crimea y Ucranía deberían figurar en cualquier antología del oportunismo.

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