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Cine

Código negro (Black Bag)

UNA PARA LOS AMIGOS

Steven Soderbergh es un director particular. De los cineastas prolíficos, es de los más subestimados; de los americanos, de los pocos que toman riesgos. A veces acierta, en otras oportunidades hasta llega a generar tedio, pero la realidad es que con él no hay términos medios. No es poca cosa para un realizador de nuestros tiempos. Con Código negro, la segunda película suya estrenada en un puñado de semanas, logró lo imposible: hacer una de espías completamente verosímil, apegada a un guion tan realista que inquieta y cuyo resultado no es soporífero ni peca de solemnidad.

Código negro es, ante todo, lo que los últimos directores de Bond pensaron que podían hacer con el agente 007 y no tuvieron la pericia para alcanzarlo. Hay en esta aventura de espías una declaración de amor al imaginario de Ian Fleming, al cine noir, a esas historias intrincadas y herméticamente cerradas, a esos héroes que se dirimen entre el deber y el (mal) querer. A tal punto llega ese cariño que Soderbergh es capaz de llevar al límite el verosímil para que su película aterrice en la hipótesis que quiere comprobar: que todas las historias son, a fin de cuentas, románticas.

A diferencia de su predecesora Presencia, aquí Soderbergh no se obnubila con la pericia técnica; viendo su reciente filmografía, todo indica que el director filma una película para divertirse y otra para experimentar, una para él y una para su ¿público? Estas cuestiones abren una serie de interrogantes. ¿Tendrá público el bueno de Steven? ¿Habrá, a esta altura, gente que pague una entrada al ver el “Dirigida por…”? ¿Disfrutará de estrenar las películas? ¿Le gustaría vivir en un constante estado de rodaje, sin someterse al escarnio del público, la crítica y los productores? Parece que un simple “sí” responde a todas y cada una de estas preguntas.

Cierto, la película en cuestión. La trama no tiene muchas complicaciones a priori: al minuto se pone en pantalla el conflicto y, desde allí, comienza el derrotero del personaje principal para resolverlo. En este caso, un trabajador de un servicio de inteligencia (Michael Fassbender) se entera de que en su equipo hay un traidor que puede poner en riesgo a muchos inocentes; pero hay un problema, entre los sospechosos, además de sus compañeros, está su esposa. Toda esta información aparece en la primera secuencia de la película. No hay mucho para ocultar y no hay tiempo que perder.

La fantasía individual del espía sumamente inteligente, con valores flexibles y una mujer sigilosa a su lado se articula en Código negro con cierta paranoia actual, similar a lo que hace la dupla Cruise-McQuarrie en la última Misión: Imposible. En poco más de noventa minutos, pone en crisis la maquinaria institucional, la religión, las relaciones humanas, la seguridad y esa idea de aldea global que ya quedó vetusta pospandemia. Esa mirada pesimista, mas no cínica, es el combustible para que el Soderbergh más efectivo aparezca. 

Además, la decisión de limitar la narrativa en un grupo de personajes que pueden entrar en la mesa de una cena de entrecasa, con sus problemas personales a flor de piel, le brinda una capa de humanidad a una fría aventura de agentes y delatores. Con todo esto a cuestas, Código negro termina siendo, como les gusta decir ahora cuando aparece una película que hace uso de las convenciones tradicionales de algún género, “de las que ya no se hacen”. Bueno, sí se hacen, solo que no las van a ver.

(Estados Unidos, 2025)

Dirección: Steven Soderbergh. Guion: David Koepp. Elenco: Michael Fassbender, Cate Blanchett, Tom Burke, Marisa Abela, Regé-Jean Page, Naomi Harris. Producción: Gregory Jacobs, Casey Silver. Duración: 93 minutos.

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