EL FANTASMA DE LA NULIDAD
“La elaboración desordenada de la fantasía está tan lejos de crear arte por sí misma como los sueños diurnos respecto al arte. La transformación de los ‘mundos’ de la fantasía en expresiones de relevancia artística se lleva a cabo por el camino de la realización ordenada respecto a su objeto fundamental: el ser humano”.
Leo Kofler. Arte abstracto y literatura del absurdo
Es la sólita bufonada francesa adaptada a estos tiempos de vacuidad intelectual, aún oficiosa que busca reciclar todos los restos del naufragio de la cultura europea.
La vacuidad de sus escasas pretensiones es malamente maquillada ocultándose bajo el pretexto de un personaje “más grande que la vida”. En este caso, Salvador Dalí. Pero no el gran artista que mediante una máscara confeccionada en su propio laboratorio mental aseguró su estado de emboscado; sino que los hacedores de este insoportable, vulgar embrollo, intentan trabajar con la máscara de una máscara. Como si el razonado delirio daliniano, el “método crítico-paranoico” fuera tan sólo la coartada o la patente de corso para navegar en un proceloso mar de chapucerías. Es por demás notorio que la máquina parisina, que viene trabajando a destajo desde hace más de un siglo en fabricar estas chafalonías semiculturales al uso de una mentalidad que alguna vez se calificó de pequeño-burguesa, se agotó y fue puesta fuera de servicio porque ya era imposible seguir engendrando una genealogía de la idiotez con las coartadas de absurdo o de –Dios nos libre– “surrealismo”. Palabra-valija curiosamente todavía en uso para salir del paso y alzarse de hombros ante la demoledora catarata de escombros que atestan el espacio cibernético-mental.
Este insulto a la inteligencia hurga a cuatro manos en el tacho de basura de Luis Buñuel; ciertamente, y para peor, pescando al vuelo lo más trillado y vetusto del propio director aragonés, que por cierto ya chapuceaba en su momento con estos trastrocamientos elementales de la realidad. Desde luego que el blanco elegido para tales befas fue una entidad ya para entonces en extinción llamada “burguesía”.
Con lo cual el pequeño-burgués temeroso del sodero o de la cuenta del gas recibía el carnet de admisión que lo hacía integrante de un club por entonces muy solicitado para ser socio. Club que en sus instalaciones ofrecía “el cambio de estructuras”, “la revolución”, o cosas semejantes.
Lo terrible, patético del caso es que tales bufonadas fueron inocuas para cierta Europa cercada entonces por el “estado de bienestar”. Mientras que, tomadas en serio por otras voces y otros ámbitos, llevó a un baño de sangre aún sin cicatrizar.
Desde luego, no faltan los parches púrpuras con aditamentos repulsivos, en no tan extraña simetría con el así llamado “body horror”, cuya única ambición es un paseo fotográfico y repetido por las vísceras humanas y otras carnicerías y sevicias anatómicas. Con lo cual se tiene el par de tenazas con las que se quiere afirmar, por un lado, una libertad carente de sujeto y, peor aún, de elección; y por el otro, conformar simétricamente a sus espectadores de que todavía “pasa algo”.
Por eso el cuerpo como carne pasajera se afirma en estos bodrios como la única propiedad de la que disponen el hombre y la mujer occidentales. Así, al lacerarla con toda serie de colgajos, demuestro que todavía soy propietario de algo; del espectro de una libertad de la que no se goza, o de la cual se ofrece un placebo global.
Nota bene: Leo Kofler (1907-1995), filósofo marxista austro-germano, discípulo de Georg Lukács. La edición castellana de este libro es de Barral ediciones.
(Francia, 2023)
Guion, dirección: Quentin Dupieux. Elenco: Anaïs Demoustier, Edouard Baer, Jonathan Cohen, Gilles Lellouche. Producción: Mathieu y Thomas Verhaeghe. Duración: 77 minutos.