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El navegante | La crítica buena

El navegante | La crítica buena

LA CRÍTICA BUENA

Al Quintín de los 90

Hay una crítica complaciente. Complaciente, sobre todo, con el cine argentino. Después de haber logrado independizarse, un cuarto de siglo años atrás, de la demanda chantajista de “apoyar el cine argentino” -como si la función de la crítica equivaliera a la de una sociedad de fomento- desde hace unos años, y de modo solapado, esos logros se han ido revirtiendo hasta volver a la misma clase de “acompañamiento” que el establishment crítico de por entonces establecía, en los 80, con el cine oficial de la época, representado por películas oficiales, estéticamente estériles o lisa y llanamente horribles como La historia oficial, Contar hasta diez o Darse cuenta. Así como por ese entonces los medios mayoritarios y todavía influyentes –Clarín, La Nación– adulaban de rodillas el oportunismo disfrazado de presuntas buenas intenciones de esas películas oficiales, ahora otros críticos igualmente “influyentes” o tal vez simplemente inoperantes, presuntos herederos de la “nueva crítica” de los años 90, vienen a ocupar ese puesto vacante. 

De poco valió la defensa artillada del Nuevo Cine Argentino y el reconocimiento de lo que representaba -una contestación a ese cine academicista e inerte de los 80 de Alfonsín-, que marcó un corte crítico a mediados de los 90, en consonancia con la ruptura representada por Rejtman, Martel, Caetano & sucesores. Un par de décadas más tarde se consolida una nueva crítica complaciente, que acompaña cualquier cosa filmada por cualquier cineasta mediocre y/o neoacademicista, siempre y cuando tengan documento argentino. Podés filmar un bodrio carente de toda reflexión estética y política, cualquier peliculita à la page -un poco de acomodatismo genérico, otro poco de esa inutilidad que suele conocerse como “buenas intenciones”, algún aporte de circunstancias a la corrección política hegemónica- que te vas a garantizar el “Bueno” o los 7 puntos que, se supone, te allanan el camino. Por supuesto que no te allanan nada, porque ni  la película ni la crítica complaciente que la acompaña van a ser seguidas por ningún espectador, pero todo el mundo hace como si esa crítica incidiera en algo, y actúa en consecuencia. 

La palabra “crítica” suena, desde ya, como un exceso, ante esta cínica forma de complacencia que representa la “crítica” de estos socios comerciales, que vienen a enterrar lo que alguna vez fue “nueva crítica”. Se trata, en verdad, de promotores de la clase de mediocridad que signa en estos días un “nuevo” cine argentino que desde hace décadas dejó de lado la ambición de ser nuevo. Se filma cualquier cosa -copias de la “vida diaria” desesperantemente miméticas, el más puro teatro filmado, aportes a una corrección política tan acomodaticia como el “cine de desaparecidos” de los 80, neodandysmo, qualunquismo, golpes bajos cancerígenos- y todo eso es rescatado no por lo que es, sino por lo que pretende o dice ser. No sea cosa de animarse al mínimo cuestionamiento de lo corriente, de poner aunque más no sea un piecito más allá de lo aceptado.

A mediados de los 90 el cine argentino -el de Rejtman, Martel, Caetano- rompió con el pasado violentamente, como un tajo. La “nueva crítica” lo acompañó, lo pensó, se reservó una distancia crítica. En la primera década del siglo XXI el hasta entonces Nuevo Cine Argentino empezó a pisar firme en festivales, y en la  misma medida corrió el riesgo de aburguesarse estéticamente. Si no lo hizo fue porque aquellos pioneros se mantuvieron fieles a sus convicciones. Pero el mainstream de la vieja “Nueva Crítica” empezó a funcionar como agencia promocional de esas películas que empezaban a lanzarse internacionalmente. En la década siguiente ya se hizo notorio que los herederos de aquella crítica estaban dispuestos a acompañar sin la menor distancia critica a los nuevos popes. En la década presente ya es evidente que la mediocridad crítica se moldea en función de la chatura, la decadencia del cine argentino contemporáneo, que ya dejó de ser tal.

La mediocridad creativa genera la más absoluta indiferencia. El carácter acomodaticio de la crítica contemporánea, que renuncia a su función con tal de no generar demasiada incomodidad en el ambiente, y que retrotrae la independencia conquistada volviendo treinta años atrás, en cambio, da asco. 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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