(Estados Unidos, 2015)
Dirección: Ryan Coogler. Guión: Ryan Coogler y Aaron Covington. Elenco: Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad, Tony Bellew, Ritchie Coster, Graham McTavish, Malik Bazille, Wood Harris, Brian Anthony Wilson. Producción: Sylvester Stallone, Irwin Winkler, David Winkler, Robert Chartoff, William Chartoff y Kevin King Templeton. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 133 minutos.
El legado de la perseverancia.
Y finalmente Sylvester Stallone permitió que otra persona “tocase” la franquicia centrada en el Semental Italiano, lo que derivó en una metamorfosis a nivel formal aunque no tanto en lo que respecta al contenido: en vez de un melodrama deportivo sobrecargado de situaciones implausibles y un encanto muy kitsch, en esta oportunidad nos encontramos ante una película concisa con una fuerte impronta indie y un espíritu que recupera -desde la inteligencia y un verosímil detallista- varios componentes estructurales de la primigenia Rocky (1976). Cuesta creerlo pero efectivamente Ryan Coogler, el director y guionista de Creed: Corazón de Campeón (Creed, 2015), consiguió inyectarle nueva vida a un esquema narrativo “marca registrada”, algo que parecía imposible luego de cinco secuelas y una exaltación comercial que había llegado al punto de agotar al personaje y la saga en general.
El mérito del realizador es doble porque no sólo elevó el espectro cualitativo (recordemos las buenas intenciones desperdiciadas por los eslabones anteriores), sino que además logró convencer a Sly acerca de la necesidad de introducir pequeños cambios en el tono y el desarrollo (si bien se mantiene ese naturalismo de los suburbios, ahora no se siente forzado ni empalagoso). El film funciona al mismo tiempo como un spin-off y una continuación, ya que por un lado nos presenta el ascenso de Adonis Johnson (Michael B. Jordan), el hijo de Apollo Creed, y por el otro narra las eternas tribulaciones de Rocky Balboa (Stallone), hoy entrenador del joven y una especie de mentor en su búsqueda de abrirse camino por su cuenta, lejos de la leyenda de su padre o la “portación de apellido”. Mientras que Rocky lucha por su salud, Adonis hace lo propio en pos de su orgullo y su gran amor por el boxeo.
Aquí Coogler regresa a Fruitvale Station (2013), su interesante ópera prima, tanto en lo referido a la recurrencia para con el protagonista Jordan como en lo que atañe al cuidado del apartado técnico y la disposición de los planos. En este sentido, sobresale en especial la variedad de estrategias con las que el cineasta encara los combates, pasando de los cortes secos característicos de la franquicia a las tomas secuencia o el dramatismo de la cámara lenta. Por supuesto que nada de esto resultaría eficaz si no fuera por el hecho de que la dinámica entre el profesor y el alumno está bien construida; y en este detalle juega un papel fundamental la química entre Stallone y Jordan, dos actores que mantienen a sus personajes en el terreno del porfiar ensimismado y masculino, sin apelar a lugares comunes (hasta Tessa Thompson, como el interés romántico de Adonis, cumple con dignidad y prudencia).
De más está decir que cada “movimiento” de la propuesta se ve llegar con kilómetros de antelación, porque a pesar de que la ejecución es impecable, el armazón sigue siendo el mismo de siempre y los productores no desean correrse ni un ápice de la fórmula ganadora. Creed: Corazón de Campeón elimina los problemas que aquejaban a Rocky Balboa (2006) y decididamente supera a la perezosa Revancha (Southpaw, 2015), otro ejemplo reciente de la representación en pantalla grande del deporte más bello y sincero de todos (el resto de las disciplinas, ya sean individuales o grupales, cae en comparación en el atolladero de los hobbies para mediocres y cobardes). Como si se tratase de una carta de amor a la película original y a la amistad subsiguiente entre Apollo y Rocky, el opus de Coogler levanta sutilmente la bandera del legado y homenajea a la perseverancia detrás del boxeo en sí…
Por Emiliano Fernández
Creed: Corazón de Campeón, como sabemos, es la nueva de Rocky. Pero en inglés la palabra “creed” significa un credo, un sistema de valores o creencias. O sea, cuando la leemos en una oración, no remite necesariamente al personaje de Apollo Creed, el contrincante original de Rocky. Podría tratarse, entonces, de cualquier film, incluso de una nueva franquicia. Esto es importante, porque Creed, la película, cuenta la historia del hijo ilegítimo de Apollo, quien se apellida Johnson, como la madre, y procura trazar su propio camino. El joven Adonis quiere que la fama lo alcance por sus méritos como boxeador, no por el peso de un nombre/ marca patentado en los años setenta. Y la película misma, como objeto cultural, se propone algo parecido. Pero lo hace al titularse, precisamente, Creed. Es decir: no es Rocky, el padre cinematográfico; es Creed, el hijo pródigo.
Lo más interesante de la película es cómo vincula lo narrativo con lo metanarrativo: Adonis lidia con la pesada herencia de Apollo de la misma manera que el film Creed lo hace con la carga simbólica del clásico Rocky. ¿Y cómo se logra semejante hazaña? Al aceptar el legado de los padres, sin por eso dejar de renovar. La película abunda en citas a las recordadas peleas de antaño. ¡Adonis hasta las mira por YouTube! Y el veterano Stallone no aporta un mero cameo, sino que participa como uno de los protagonistas, un zorro que sabe más por viejo que por zorro y que entrena al inexperimentado Adonis para luchar contra un supercampeón británico. Pero, al mismo tiempo que vuelve sobre la Rocky de 1976, esta nueva versión 2016 genera un clima distinto, más cinético, y construye un personaje principal con una historia de vida que no se parece tanto a la del Balboa de Stallone.
En este sentido, Creed: Corazón de Campeón se asemeja a la última de Star Wars, como apuntó el crítico Diego Lerer en una reciente columna. Si el sistema hollywoodense actual se mantiene a flote sobre la balsa de sus personajes y franquicias más reconocibles, es destacable que estas dos películas, en vez de hacerse las distraídas, se enfrenten a esta serialización del cine y, como en una sesión terapéutica a gran escala, busquen una identidad moderna pero siempre en el contexto (reiterado, resaltado) de sus antecesores. No se trata, obvio, de tirar la torta por la ventana y arrancar de nuevo, de generar arte rebelde. Son propuestas comerciales para el consumo masivo. Pero intentan darle alguna vuelta de tuerca a los esquemas cada vez más estrechos del mercado globalizado. Y lo hacen no a pesar sino a través de las directivas del pasado.
Por Guido Pellegrini
Bajo la misma estrella.
Luego de seis películas de la saga Rocky, se podía presumir que una séptima no iba a ofrecer novedades en ningún aspecto sino todo lo contrario: un rejunte de todos los rasgos característicos que hicieron de este Balboa un héroe social que atravesó todas las etapas del hombre común en busca de algún tipo de gloria. A veces el cine (y la industria) sorprende y nos ofrece rarezas como Creed, un drama que encuentra sus propios atributos para adosárselos a una serie que parecía anquilosada en la nostalgia, en especial de la primera película, la más lograda en muchos sentidos. El comienzo plantea dos cuestiones que marcan la idea del director Ryan Coogler (el mismo de la genial Fruitvale Station): en primer lugar, la esencia del personaje Adonis Creed (hijo extramatrimonial del legendario boxeador Apollo Creed), durante su niñez peleando literalmente para sobrevivir en un mundo que lo dejó huérfano, pero también se presenta, al mismo tiempo, la estrategia visual de un director preocupado por ser más fiel a un estilo propio -el cual está en formación- y no tanto a la saga.
“Cuando es rebotado del gimnasio que vio nacer a su padre, Adonis recurre a Rocky Balboa, ahora un hombre dedicado a vivir para pagar las cuentas de su restaurant, alejado completamente del boxeo”. Más allá de la presentación de Rocky / Stallone, Coogler nunca desvía su foco narrativo de la historia del joven aspirante. El relato parece ser un recomienzo -con ligeras variaciones- de la historia de Rocky, aunque aquí la situación de Adonis es opuesta a la que vivía el “semental italiano” en sus comienzos porque si bien se trata de un búsqueda de gloria, es un intento por lograr un legado propio. El mayor mérito de Creed se halla en la arquitectura visual porque si bien parece familiar este “camino del héroe” se deja de lado lo que es el pastiche pop de las películas menos agraciadas de la saga, en especial la tercera parte, que incluía a dos caricaturas como Mister T -en la piel de villano- y el luchador Hulk Hogan.
Cuando en la industria más snob, preocupada por hacer algún tipo de cine autoral, se priorizan el sufrimiento extremo, el elemento más valioso de su tabla periódica, aparece la sorpresa de una historia refaccionada sobre la base angular visual de un cine que puede resultar ajeno a una serie ya aplomada (y hasta casi extinta). Hay un reacomodamiento del exceso de sentimentalismo que tenía la correcta Rocky Balboa (2007) bajo la estrategia de una sobriedad dialogal, limitándose a ofrecer un par de escenas conmovedoras (la de las motos y cuatriciclos especialmente que viene a reemplazar la famosa escena de las escalinatas).
Incluso las peleas tienen una tensión particular, la primera de ellas por el uso inteligente del plano secuencia que incluye paneos y ausencia de subjetivas (esa falsa idea que se pretende vender sobre “vivir lo que vive el personaje”) porque su uso emula el registro documental de una lucha boxística. Creed es la síntesis de lo mejor de la serie y es, a la vez, un film de rasgos novedosos que le permiten desprenderse y tener, como el protagonista, su propio legado en caso de querer encarar una saga nueva, lo cual por los números de la taquilla internacional es algo que seguramente sucederá.
Por José Tripodero