(Corea del Sur, 2017)
Dirección y guion: Huh Jung. Elenco: Yum Jung-ah, Park Hyuk-kwon, Heo Jin, Shin Rin-a. Productor: Kim Mi-hui. Distribuidor: BF Distribution. Duración: 100 minutos.
Una familia se muda a una villa en el medio de un monte atestado de frondosos árboles. El bosque rodea la lujosa casa en la que Hee-yeon’s (Yum Jung-ah), su marido Min-ho (Park Hyuk-kwon) y su pequeña hija Jun-hee sueñan, como toda familia, llevar una vida perfecta. La madre de Min-Ho, delicada y casi senil, y muy apegada a su nieta, sabe que algo extraño hay en ese lugar.
Un día Hee-Yeon y Min-ho encuentran en el bosque una niña asustada, aparentemente extraviada. Hee-Yeon, imposibilitada de superar la pérdida de su hijo desaparecido hace 5 años, permite a la niña alojarse en su casa y se encariña con ella instantáneamente. Esa conexión no solo es parte de una necesidad devastadora, es obra de un instinto maternal incontrolable. Su marido insiste en que debe llevarla a las autoridades, no solo porque es incorrecto dejarla vivir con ellos, sino también porque comienza a actuar de manera misteriosa, haciéndose llamar Jun-hee al igual que la hija del matrimonio. De a poco la pequeña extraña irá mimetizándose con Jun-hee, imitando su voz y risa al punto de la confusión entre ambas.
A partir de aquí la familia comienza a escuchar voces. Estas guían a un lugar aterrador y abandonado por la humanidad, que esconde un terrible secreto. Mimic: No sigas las voces (2017), film Coreano de Huh Jung, es una poderosa y aterradora relectura sobre el Doppelgänger, perpetrada por esa misteriosa niña que deambula el siniestro paraje testigo de horrores inconfesables.
El Doppelgänger es un vocablo alemán que define el doble fantasmagórico de una persona viva. Este término se utiliza para designar al doble de una persona, que en cine o literatura se materializa como el gemelo maligno. Dicha función enfatiza la contraposición del Bien, sacando a la luz elementos oscuros, viles, monstruosos. El doble, en el cine, implica materializar una imagen sobre la omnipotencia de la muerte y la posibilidad de derrotarla. Ese doble transformado en fotografía inmortal, aunque maliciosa (lo que Carl Jung en sus estudios psicológicos llama “la sombra”) es una función de continuidad del Yo, en oposición a la muerte.
Los espejos en Mimic aparecen tapados, cubiertos por metros y metros de cinta, ya que el mal puede utilizarlos como puertas hacia este mundo. Esa cuestión, la de negar la imagen reflejada y vinculada a la propia muerte (pues nos muestra la realidad física de nuestro deterioro, del triunfo del tiempo) es coherente con el tema del Doppelgänger: el doble –reflejo- es el mal absoluto de nuestra mirada narcisista, pues nos obliga a ver cada defecto de nuestro cuerpo.
La ceguera progresiva que sufren los personajes en el transcurso del relato adquiere una significación importante, que no solo se queda en tratados psicológicos. Por un lado expresa una función meramente sensorial: hundirse por completo en tinieblas y ser condenado ad vitam aeternam a los horrores de la oscuridad, a la profunda y profana privación de la luz. Esta función es una completa paradoja dado que la mayoría de las veces somos libres de decidir qué queremos ver, simplemente con bajar los párpados.
Esa libertad, la de poder evitar los horrores que la visión recoge, no sucede con lo auditivo, pues no existe un dispositivo en la maquinaria del cuerpo humano que nos prive de tal sentido; ello acentúa los rasgos aterradores del film: las voces jamás abandonan a los protagonistas, los persiguen hasta el día de su muerte. Extrema perturbación que podría remitirnos a la que alude el documental Land of Silence and Darkness (1971) de Werner Herzog. En aquel film somos testigos de un particular personaje: un joven con síndrome de Down que no escucha ni ve. Herzog, nos confiere a un vacío existencial enorme al presentarnos a un ser que no solo carece de la lógica y la lucidez que nos caracteriza como seres humanos, sino que además está privado de visión y audición, condenado a una vida casi inútil, sin sentido. Herzog lo filma de manera entomológica y en esa carga de imágenes casi profanas y crueles, de estudio filantrópico a la vez, se halla un ser que parece maldecido por un Dios o demonio omnipresente.
En Mimic los personajes sí poseen lucidez, por lo que la experiencia de negar la luz y ser presos de voces manipuladoras y fantasmales se transforma en una experiencia quizá menos dramática que la expuesta por Herzog, aunque sin duda más aterradora. Amén de las distintas pertenencias genéricas, lo que une estos films es la sensación de vacío y perturbación en las tinieblas, existencial y perenne.
Por otro lado, la idea de la ceguera está relacionada al cine. La ceguera nos priva de la imagen y nos empuja hacia un “fuera de campo” biológico e infinito. La máxima preservación del horror cuando, ya curados de espanto de tanto terror visual, se pasa a otra dimensión de este: la incertidumbre, el vacío del cine – ¿Qué otra cosa puede ser el fuera de campo más que un abismo de imaginación, implorado por el cine de terror a su espectador?
En Mimic, Hee-Yeon adopta de manera casi clandestina a la niña que se hace llamar igual que su hija. La necesidad de cubrir, de tapar el vacío relacionado a la pérdida, así como el derrumbe progresivo de la familia ante el mal, nos acerca a dos films impecables del género: Cementerio de animales (Pet Sematary, Mary Lambert , 1989) y su hermana más cercana Dark Waters (Honogurai Mizu No Soko a Kara, Hideo Nakata, 2002).
Lo extraordinario de Mimic es la mezcla de elementos convencionales que exhibe, sin tentar a su confusión. Por un lado vemos un gran tratamiento dramático, frecuente en el cine Oriental. Se soslaya, por el contrario, el conocido folklore sobre fantasmas que regresan del más allá para vengarse, muy común en la filmografía del J-Horror (terror Oriental): ese procedimiento nos distancia del destino de los protagonistas ya que incita una cuestión moral. En cambio, la tradición del cine Americano -aquí afianzada- expresa un daño colateral a los protagonistas, adoptando formas más trágicas.
Hee-Yeon es dueño de un lenguaje poderoso, desde lo formal (partiendo de las funciones narrativas) hasta la intensidad de su puesta en escena: en ella hay subtramas, vueltas de tuerca, mitológicas referencias al folklore Coreano, referencias al cine bajo ideas claras (Hegel, en definitiva, decía que el arte es el reflejo sensible de la idea), un enorme sentido del drama y la convicción de personajes tridimensionales que, sofocados por conflictos externos e internos, obedecen a la mejor tradición del terror. Un gran film.
© Daniel Nuñez, 2018
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.