UN GRAN SUEÑO EN EL QUE NO SUCEDE NADA
Seguramente esté ya harto de verse citado aquí, pero es lo que tiene que haya un crítico inteligente en Cannes: dice cosas pertinentes. Marcos Uzal, al hilo de lo que comentábamos aquí sobre la película de Bi Gan, trajo a colación una frase de Franju: “Me gusta soñar en el cine, pero no me gusta que sueñen en mi lugar”. Una idea cierta y que viene que ni pintada para pasar de esa película a Under The Silver Lake, de David Robert Mitchell. Curiosamente, el título de la película de Bi Gan, Un gran viaje hacia la noche, no hace referencia, como podía sonar aquí, a Céline, sino a Celan y a Bolaño. Y es curioso porque resulta de hecho más bolañesca la película de Mitchell, que además también permite soñar sin hacerlo en nuestro lugar. Como en la de Bi Gan, vamos a seguir a un personaje en busca de una mujer a lo largo de secuencias en las que ciertos elementos volverán como si fueran signos, pero aquí nunca se invoca el tema del sueño, y sí el del secreto. La película sigue la investigación de Sam (Andrew Garfield), un joven de 33 años que vive en Los Ángeles, en un apartamento que no puede pagar, para averiguar qué fue de su vecina Sarah (Riley Keough), desaparecida sin dejar rastro durante la noche en que se conocieron. Empieza entonces una ficción extrema y abismal en la que Sam va a buscar pistas e indicios en todos los lugares (fanzines, canciones, paneles publicitarios, cajas de cereales). Cosa que le viene que ni pintada pues él tiene la sospecha de que en las obras de cultura popular se ocultan mensajes que sólo la gente muy poderosa logra comprender. Todo ello mientras intentan echarle del apartamento por no pagar la renta y mientras su madre no deja de llamarle y mandarle películas mudas de Janet Gaylor. Es casi el contrario al Gran viaje hacia la noche: aquí no se invoca el sueño y el recuerdo para imponernos un viaje que se va trufando de símbolos, sino que son los símbolos los que invitan al personaje y al mismo tiempo al espectador a buscar en la ficción ese misterio que no es algo dado por hecho, sino un objetivo que ha de ser construido.
Si la película nos generó a muchos un placer vertiginoso, no ha convencido a muchos otros, y yo creo que es porque da pistas que pueden inducir al error. Está claro que el deambular de Sam tiene mucho que ver con The Long Goodbye, pero esa pista decepciona porque en Under The Silver Lake, por muy extrema y disparatada que sea, la ficción tiene un sentido (en cierto modo, si hay un efecto de distancia con la ficción, estaríamos casi más cerca del Godard de Pierrot el loco, que del Hawks de El sueño eterno). Otros recriminan a la película no ser una verdadera investigación stoned, como puede ser Inherent Vice, pero (y aquí vuelvo a lo del sueño y Bi Gan) es que la película de Mitchell no tiene nada de un trip (el único momento en el que, sin saberlo, un personaje se come una galleta con droga, esto no da lugar a que cometa locuras o a que la película entre en una fase psicotrópica sino a algo mucho más propio de los narcóticos en el cine clásico: cae redondo en el suelo poniendo fin a la peripecia del momento).
Finalmente, de lo que se trata es de algo casi experimental: ¿si tomamos una ciudad que ya es la ciudad de la ficción y la sobrecargamos con ficción extrema, con misterios que pueden surgir de cualquier signo, esta se nos mostrará desenmascarada, real, pura? Y, ya de paso, ¿y si esa ciudad de eterna juventud, habitada por los fantasmas del cine, pudiera ser el teatro perfecto para contar cómo no podemos asumir el paso a la edad adulta? Esto es lógico: Mitchell culmina aquí esa crónica un pelín teórica del fin de la adolescencia que es su cine. Sam tiene 33 años pero piensa en sí mismo aún como un niño, viendo el mundo desde su ventana con prismáticos, jugando a videojuegos, renunciando a trabajar y corriendo el riesgo de acabar en la calle en una ciudad donde si algo no existe es una red de seguridad. De ahí que, en dos momentos muy sorprendentes, agreda o insulte a esas dos proyecciones mentales de sí mismo, el niño pasado que no puede dejar de ser y el mendigo futuro en el que no quiere convertirse (primero, dando una paliza a unos niños que le rayaron el coche dibujando un pene enorme eyaculando, luego diciendo que los mendigos le parecen una especie peligrosa), algo así como el odio que Buñuel sentía por los ciegos, él que se estaba quedando sordo. Caminando sobre el filo por encima esos dos abismos, ¿cómo trata de encontrar algo a lo que aferrarse nuestro trapecista? Intentando encontrar mensajes, conspiraciones, misterios. Algo. Todo ello a través de largas y fascinantes peregrinaciones nocturnas por Los Ángeles, ese gran sueño en el que no sucede nada, siguiendo a un coyote en la oscuridad, huyendo de sombras y criaturas mitológicas, descubriendo pasadizos, viendo películas proyectadas en cementerios y despertándose sobre la tumba de actrices… Desde Sunset Boulevard, nunca habíamos visto la ciudad del cine tan claramente asociada a un mundo de fantasmas de carne y hueso, como lo son esas actrices / escort girls que Sam sigue en coche durante el día, acompañadas de un misterioso tipo disfrazado de pirata, creyendo que le llevarán hasta Sarah. Como su protagonista, Under The Silver Lake puede convertir cualquier aparición, cualquier repetición, en el posible resorte de una ficción insondable, sosteniéndose sólo por la puesta en escena acordada con la música, de claras referencias a Bernard Hermann. La ventana indiscreta es de hecho otra clara referencia en esta película de voyeurs que se embarcan en historias ajenas (impresionante la secuencia en que Sam y su amigo utilizan un dron para espiar a una atractiva actriz que vuelve a su casa para ponerse a llorar). Plagando su película de citas y referencias directas, con un protagonista fan de Borzage y de Super Mario, que admira a Kurt Cobain y que baila con el Monster de R.E.M., Mitchell ofrece algo así como una visión desesperada y gozosa de lo que Spielberg recrea en Ready Player One: un mundo atrapado en su propia cultura popular, esa que no logra renovarse y que terminó convirtiendo el mapa en el territorio. Lógico pues que Under The Silver Lake sea una película donde la masturbación gana al sexo y la fascinación al amor, como si estuviera atrapada en esa materia púber de la que intenta escapar. Pocas películas se han dirigido de forma tan deliciosa e íntima a nuestras papilas de cinéfilos, de adolescentes eternos intentando atrapar un mundo que se construyó antes de nosotros y sin nosotros, que nos rodea pero que no podemos tocar, de ahí que intentemos siempre encontrarle un sentido, desarmarlo, rearmarlo, darle vueltas, convirtiéndose alguno en eso que la gente llama “críticos”. Explorando ese mundo, David Robert Mitchell ha conseguido algo raro en un joven cineasta: no correr detrás del cine, sino, correr con él, a su lado, y casi adelantándolo.
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(Estados Unidos, 2018)
Guion, dirección: David Robert Mitchell. Elenco: Andrew Garfield, Riley Keough, Topher Grace. Producción: Chris Bender, Michael De Luca, Adele Romanski, Jake Weiner. Duración: 139 minutos.