(Argentina, 2019)
Dirección: Macarena García Lenzi y Martín Blousson. Guión: Macarena García Lenzi, con la colaboración de Martín Blousson. Elenco: Agustina Cerviño, Valeria Giorcelli, Pablo Sigal. Producción: Vanesa Pagani, Valentín Javier Diment. Distribuidora: Independiente. Duración: 84 minutos.
“Cada casa es un mundo”, dice una frase. Es cierto. Y muchas veces, un mundo tenebroso, perturbador. Si no, pregúntenle a los personajes que habitan la morada donde transcurre Piedra, papel y tijera.
Magdalena (Agustina Cerviño) llega desde España al departamento que perteneció a su padre, fallecido poco tiempo atrás, y que ahora es habitado por sus medios hermanos: Jesús (Pablo Sigal) y María José (Valeria Giorcelli). Pero los intentos por tramitar lo que le corresponde por la vivienda enseguida se evaporan cuando cae por las escaleras. Con las piernas en pésimo estado, queda postrada en una habitación, al cuidado de Jesús y María José. En realidad, ninguno de los dos pretende cuidarla demasiado, y Magdalena comienza a ser torturada psicológicamente. Deberá ingeniárselas para escapar de juegos cada vez más oscuros.
Este thriller psicológico remite a dos películas concretas: ¿Qué pasó con Baby Jane?, de Robert Aldrich, y Misery, dirigida por Rob Reiner, basada en la novela de Stephen King. Sin embargo, los directores Macarena García Lenzi y Martín Blousson evitan las referencias fáciles y hacen su propio camino. De hecho, está basada en la obra Sangre de mi sangre, de García Lenzi. Hay citas explícitas a El mago de Oz, pero para enriquecer aspectos de una trama que se va poniendo tensa, incómoda. Por su enfoque anticonvencional -incluso siniestro- de los lazos familiares, conecta con films en los que Blousson había participado como guionista, como La memoria del muerto y El eslabón podrido, de Valentín Javier Diment (también productor de Piedra, papel y tijera) y Hermanos de sangre, de Daniel de la Vega.
Como en el largometraje de Aldrich y el de Reiner, el peso recae más que nunca en el guión y en las actuaciones. Y no sólo no falla en esos rubros, sino que allí alcanza todo su potencial. El trío protagónico se luce en cada escena, al punto de que los hermanos que componen Giorcelli y Sigal ya forman parte de los desequilibrados mentales más emblemáticos del cine argentino. También son muy destacables los trabajos de arte, fotografía y sonido, que contribuyen a sumergir al espectador en un microcosmos de encierro insoportable.
Piedra, papel y tijera nos recuerda que a veces nuestra propia familia puede ser nuestra peor amenaza, y que con pocos actores, pocos escenarios, pero buenas ideas bien ejecutadas se puede hacer una estupenda película.
© Matías Orta, 2019 | @matiasorta
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