A Sala Llena

0
0
Subtotal: $0,00
No products in the cart.

CRÍTICAS - STREAMING

Una sombra en la nube (Shadow in the Cloud)

LOS RIZOS DE MAUDE GARRETT

Un día, leyendo cosas de afuera para hacer periodismo, vi que estrenaron una película llamada Shadow in the Cloud. Miré el trailer. Inmediatamente supe que tenía que verla. Pero ya venía desconfiado: el trailer de Mujer Maravilla 1984, el primero, con esa versión de “Blue Monday” ritmando las escenas, me había causado lo mismo. Y cuando la pude ver, me sentí estafado: el trailer tenía toda la fuerza que nunca tendrá algo dirigido por Patty Jenkins -lo dije por ahí, la versión Sucaryl de Kathryn Bigelow-. Las dos películas fueron dirigidas por mujeres y protagonizadas por mujeres. Pero Mujer… trata de una pusilánime cuyo horizonte intelectual y heroico es la tapa de un mal ejemplar de Cosmopolitan, carente de todo espesor mítico (y no hay personaje femenino más mitológico en las historietas de superhéroes que Diana Prince). Una película donde parece alcanzar conque los roles técnicos y actorales tengan a una señora o señorita ejecutándolo para que Hollywood se quede tranquilo con su cuota de representación. Así que un film donde una chica resulta una extraordinaria piloto, una valiente luchadora en posición incómoda, una heroína que salva a los “machos”, una guerrera capaz de todo, me despertaba total desconfianza. Dos hechos, sin embargo, me permitían correr el riesgo: que Shadow… es una película de Nueva Zelanda (de donde salió Meet the Feebles, pero también Jinete de ballenas, pero donde aún existe el desparpajo) y los gremlins.

Antes de seguir, una breve historia de los gremlins. No los creó Joe Dante, sino que formaban parte del folclore británico. Son duendes que desarreglan máquinas. Cuando algo no funciona, decían irlandeses, galeses y escoceses, “era culpa de los gremlins”. En los campos de aviación de la RAF durante la Segunda Guerra Mundial, un poco en broma, cuando había actos de sabotaje o problemas con los aviones, se decía “y buéh, son los gremlins”. Entonces llegó Walt Disney. En medio del esfuerzo de guerra -para el que hizo un gran documental animado llamado Victory through Air Power, traten de verlo-, en 1943, se enteró de que el agregado de aviación británico en Washington era un gran piloto, héroe de guerra, había volado misiones peligrosas en la RAF desde 1939 y además escribía cuentos. Le contó a este tipo que quería hacer una película para chicos sobre la guerra, y el hombre le habló de los gremlins. A Walt le encantó y el ex piloto escribió un cuento para chicos con el objetivo de volverlo película. Pero el horno no estaba para bollos, las finanzas de Disney -como le pasó muchas veces, especialmente en esa década- andaban mal y, en lugar de la película, todo quedó en un hermoso libro ilustrado que hoy vale fortunas. El escritor de marras, de paso, casado con la actriz de Hollywood Patricia Neal, se llamaba Roald Dahl, y Los Gremlins fue su primer libro infantil.

Pero todos sabían de eso. Sobre todo Robert Clampett. Clampett era probablemente el más desaforado y surreal de los dibujantes de Looney Tunes, un tipo que además se reía de la corrección política (que ya existía, siempre existió) con la joya prohibidísima Coal Black and the Sebben Dwarfs que (ricemos el rizo) se burlaba de Walt Disney. Clampett hizo dos cortos con gremlins. El primero se llamó Falling Hare y cuenta cómo Bugs Bunny queda atrapado en un bombardero y en combate contra un destructivo gremlin. El otro se llama Russian Rhapsody, donde Hitler decide él mismo ir a bombardear el Kremlin (en 1943, cuando la debacle en el frente oriental era inevitable) y su avión es destrozado por unos absurdos gremlins. Cada uno de esos bichitos tiene la cara de un empleado de Warner (están Tex Avery, Friz Freleng, Chuck Jones y León Schlesinger) y, al final, aparece Stalin asustando (de muerte) a don Adolf. Los gremlins se volverían definitivamente famosos con, obvio, Gremlins, la película de Joe Dante de 1984. Aunque mucho mejor es Gremlins 2, que directamente está presentada por Daffy Duck y Porky Pig. Y rizamos otro rizo.

Shadow in the Cloud comienza con un cartoon que mezcla los dos cortos de Clampett y, también, un personaje que se parece a Private SNAFU, creado por Chuck Jones y Friz Freleng para cortos que financiaba el departamento de guerra y, con humor, explicar cosas a los soldados (cómo evitar espías, cómo zafar de sabotajes, etcétera). Todos estos cortos, de paso, andan gratis en la web y se pueden ver. Uno de ellos aparece citado literalmente en los créditos de Shadow… Pero ese inicio no es inocente: la película es muchas cosas, entre ellas también, especialmente en su última media hora, cuando lo fantástico, la acción y los desastres se acumulan, un cartoon. Narra cómo una chica monta un bombardero neocelandés en plena Guerra del Pacífico para transportar un paquete secretísimo. Los tipos del avión le hacen toda clase de insinuaciones; directamente la acosan. La ponen en la burbuja artillada con ametralladoras en la panza del avión. Más de media película es ella -extraordinaria y Chloë Grace Moretz a la altura de Kick Ass y redimiendo su trabajo en la burdísima remake de Carrie– en la cabina, escuchando barbaridades de los soldados -que uno teme que en cualquier momento la violen- y molestada además por algunos pequeños elementos: un avión de reconocimiento y luego tres cazas japoneses y, caramba, un gremlin.

Ahora bien: hay un océano de citas en este film. Desde el clásico episodio de Dimensión desconocida Pesadilla a 20.000 pies (el del bicho que se come el ala del avión y el tipo al que no le creen; remakeado en Al filo de la realidad por George Miller, otro film donde Joe Dante homenajea al cartoon, otro rizo rizado), hasta las películas de John Carpenter de los 80 (la música es totalmente Carpenter) con sus tipos encerrados en plena noche a merced de fuerzas oscuras, pasando por Aliens-El regreso, la propia Gremlins (la caja que lleva nuestra heroína está filmada exactamente como la del mogwai, al punto que estamos tentados a pensar que vamos a ver a Gizmo), El vuelo (hay un diálogo sobre un negro y dar vuelta un avión que es un puro chiste al respecto) y todo film con un protagonista encerrado en espacio mínimo. Todo es puro, purísimo suspenso porque la teniente Maude Garrett está totalmente rodeada de peligros y lo mismo el objeto de su misión.

Claro que es una película feminista. Claro que la situación de acoso remeda, en una forma más violenta y grotesca, la de cualquier mujer en un ambiente de trabajo masculino, aunque se explique un poco por el contexto “ocho tipos que no ven una mina desde hace años y están absolutamente estresados”, lo que además demuestra que la Segunda Guerra Mundial no fue “la mejor de todas”, como decía Phil Hartmann en Pequeños Guerreros, la versión política de Gremlins que hizo Joe Dante en 1998 (otro rizo más). Claro que Maude saca fuerzas de donde no tiene para reivindicar su amor como esposa y madre, lo que la lleva a hacer cosas totalmente imposibles. Pero la diferencia con la pusilánime Patty Jenkins y su pusilánime Mujer Mediocrilla es que la directora Rosseanne Liang nunca se olvida de que este es un film de terror, de guerra, de aventuras, de emoción pura y dura creada por el movimiento de acción y reacción de todos los elementos en la pantalla. ¿Si es didáctica? Sí, pero ese didacticismo funciona en un segundo nivel. Porque la pasamos muy bien pasándola mal. Imaginen esta escena (después veanla): el precioso cargamento cuelga, a punto de caerse, de un fragmento roto del ala de un avión. Maude decide rescatarlo colgándose bajo el ala, en pleno vuelo, con una mano rota, mientras tres cazas atacan el bombardero y ella está a punto de hacerse torta contra el piso. Eso es solo un momento de la película cuya tensión molesta -ese escalofrío que uno siente en la columna vertebral por el perfecto uso del artificio cinematográfico- crece desde el primer fotograma hasta una confrontación final que recuerda a otra película donde una mina hace hasta lo imposible por lograr un milagro, Gravedad.

Quizás el lector, después de tanta lectura, crea que esta película vale por su colección de citas cinéfilas y referencias. Pues no: eso es álbum de figuritas sin sentido y uno recuerda estas componentes del gran collage pop que es Shadow in the Cloud solo cuando mira hacia atrás, ya más tranquilo cuando todo arde. Mientras vemos la película, ninguna de estas referencias tiene importancia porque estamos con Maude. Y volviendo a lo didáctico: Liang encierra a su protagonista en un lugar mínimo, literalmente en el aire, al borde de la locura y absolutamente impotente y eso nos permite entender qué le sucede cuando escucha las barbaridades temibles de lo que sucede fuera de campo. Porque uno se olvida, también, de que dos tercios del film transcurren con una sola actriz en cámara, y todo el resto de la acción en off, lo que la vuelve más ominosa. No es el señalar con el dedito lo que está bien y lo que está mal, sino la empatía (ponerse en el lugar del otro) lograda por la pura puesta en escena lo que nos permite comprender cuestiones éticas y morales. El cine, el buen arte en general, no debe ser alegoría sino metáfora, esa adivinanza que, si se trata del ajedrez, prohíbe el uso de la palabra “ajedrez”. 

Y mientras Netflix nos ofrece la exhibicionista película del parto hogareño que sale mal Fragmentos de una mujer, un olvidable telefilm basado en un plano secuencia virtuoso, camelero y cruel al cuete, y en la “gran actuación” de Vanessa Kirby, siempre con el pelo perfectamente lacio, aquí vemos a una mujer entera, completa, luchando hasta lo indecible por la vida propia y ajena, con todos los matices de la deseperación y del coraje. Es una película feminista porque, después de sacar a la luz las diferencias hombre-mujer, después de condenar el machismo declamado de esos soldados totalmente imbéciles y totalmente impotentes y totalmente incrédulos ante el aviso de la heroína, Maude Garrett se nos presenta como un ser humano tan respetable como cualquiera, género aparte. Y eso sin perder un solo rizo de un peinado tan años cuarenta, tan bello y tan libre.

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Nueva Zelanda, Estados Unidos, 2020)

Dirección: Roseanne Liang. Guion: Max Landis, Roseanne Liang. Elenco: Chloë Grace Moretz, Nick Robinson, Taylor John Smith, Benedict Wall. Producción: Fred Berger, Tom Hern, Brian Kavanaugh-Jones, Kelly McCormick. Duración: 83 minutos.

1 comentario en “Una sombra en la nube (Shadow in the Cloud)”

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar...

Recibe las últimas novedades

Suscríbete a nuestro Newsletter