Streaming por Veeps.com 18.07.2021
Cuando se anunció la actuación de Bob Dylan por el sistema streaming, y se la promocionó como su primer concierto desde 2019, nadie supo a qué formato de espectáculo asistiría hasta el inicio mismo de la transmisión de lo que algunos ya llaman, a falta de otra denominación, “film-art”. Shadow Kingdom no fue un show “en vivo”, como muchos esperaban, sino la presentación de una puesta en escena deliberada y minuciosa de cincuenta minutos para trece canciones “tempranas”, la mayoría de los años 60 y los primeros 70 y una, de fines de los 80. A primera vista podría considerársela ajustada, casi escasa, pero abarca el universo completo de la lírica dylaniana.
Desde hace por lo menos dos décadas, tanto las preferencias musicales como el vestuario y especialmente el sonido que BD busca vuelven una y otra vez a los años 40 y 50, los Estados Unidos de su infancia y adolescencia. Y en esa época parece transcurrir una buena parte del espectáculo que brinda un cuarteto de guitarras, contrabajo/bajo, y acordeón, liderados por un frontman que es Bob Dylan, en un nightclub pueblerino, con persianas americanas raídas y guirnaldas de alguna fiesta olvidada. El público es de parroquianos, no han ido especialmente a ver el show sino a distraerse de sus penurias cotidianas: mujeres arregladas (hoy diríamos “producidas”) para la seducción, hombres trabajadores, pensativos y ensimismados. En las mesas hay vasos, botellas y ceniceros; se fuma mucho y el humo de los cigarrillos crea una cortina de bruma a las sombras que semiocultan a los músicos. La filmación blanco y negro refuerza la idea de tiempo ido, de pasado, sin embargo, los únicos elementos contemporáneos, los barbijos negros que enmascaran a los cuatro músicos nos advierten que es hoy, pandemia; habrá alivio, no evasión.
Mientras avanza la noche, los músicos acompañan y canalizan los efectos progresivos de la cercanía y el alcohol: si en el comienzo los asistentes escuchan un poco indiferentes el arreglo de resonancias country de “When I Paint my Masterpiece”, y los hombres ni se inmutan frente a “Tom Thumb blues”, de a poco unos y otros irán relajándose hasta terminar bailando, formadas casi todas las parejas, “Watching the River Flow”. Pero el ámbito del salón se alterna con unas posibles bambalinas, un “atrás”, un “otro lado”, un espacio completamente escenográfico, de cortinados blancos y negros, donde el cantante opta por interpretar lo privado: la balada melancólica, la enumeración anfetamínica, la interpelación admonitoria, el adiós.
Todo es decididamente anacrónico sin permitirse la nostalgia, las marcas del desencanto y la ironía de Dylan abundan, aunque él ya no grita, ya no está enojado o herido, sino que cuenta y advierte, a veces incluso apunta con el índice o refuerza sus mejores deseos con los puños apretados, como en “Forever Young”. Y su voz, renovada, precisa, despejada, relata la aceptación del curso del mundo y de las relaciones humanas, mientras él se sienta en la orilla a ver el río correr.
Es ocioso decir que las canciones se sostienen por sí mismas y que son o serán un gran disco sin la necesidad del correlato fílmico, pero el acierto de la directora Alma Har’el es haber comprendido el balance entre “estar al servicio” de las canciones e imprimir su propio concepto autoral –que incluye el planteo de esos dos ámbitos del artista escénico–, con el que amasa pacientemente una leve narrativa que se amalgama de manera elegante a la implícita en la lista de temas.
Moviéndose confiado sobre un sonido redondo, acolchonado, básicamente acústico del cuarteto, Dylan despliega sus mejores recursos vocales en años y reserva la armónica para pequeños arreglos que apenas llegan a solos, así como otras veces lleva una guitarra colgada al estilo Elvis, casi sin tocarla. Se desconoce si los músicos son verdaderamente los intérpretes de la grabación o solo actuaron de músicos para la filmación –en los títulos finales figuran como “players”– de esta representación de la representación. La comunidad de seguidores aún discute si la voz fue o no grabada en ese momento, dada la sincronía perfecta entre lo que se oye y los movimientos de la boca.
Que todas las canciones tengan arreglos nuevos (fascinantes) y letras modificadas es una de las marcas de estilo de quien evita caer en cualquier automatismo y se ocupa de no fosilizar sus creaciones. A la vez, va incorporando sus melodías a los géneros tradicionales norteamericanos: blues, jazz, country, western swing, rhythm & blues, rock & roll, gracias a los que logra una cohesión absoluta en cualquier selección que decida entre más de quinientas composiciones.
Separados y a la vez unidos por un cartel que anuncia los títulos, casi no hay silencio entre un tema y otro, y cualquier sonido ambiente está silenciado: no hay murmullos ni toses ni tintineo de vasos. Al final del espectáculo, el público aplaude de pie, pero sus aplausos no se oyen. Así como quienes probablemente ya dejaron el salón para entregarse al sexo o la soledad, no oyen lo último que tiene Dylan para decir, en bambalinas: todo se acaba, “It’s all over Now, Baby Blue”.
Shadow Kingdom es un registro excepcional que nos permite ser privilegiados testigos contemporáneos de cómo Bob Dylan afianzó su calidad interpretativa hasta tomar el control más exacto, sobrio y emocionante de su obra, hecha de luz y sombra.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(2021)
Dirección: Alma Har’el. Producción: Alma Har’el, Chris Leggett, Rafael Marmor. Duración: 51 minutos.
1 comentario en “Shadow Kingdom: The Early Songs of Bob Dylan”
Ojalá hubiera tenido la oportunidad de presenciar este streaming, Bob Dylan ha sido uno de mis músicos favoritos desde siempre. Le tengo un gran cariño puesto que sus canciones marcaron varios momentos de mi adolescencia, y hasta hoy es el mejor remedio cuando me siento triste, solo o simplemente quiero relajarme después de un día de estrés.