NOSOTROS ÉRAMOS LOS BUENOS
Hay como un sótano del cine que son los documentales moralistas, dedicados siempre más o menos a los mismos temas: el consumismo, la fama, la búsqueda del éxito, de la juventud eterna o el gusto por vivir “rápido” (lo que sea que eso signifique). A ese catálogo de vicios modernos, las películas le oponen un repertorio de valores olvidados que incluyen la familia, la ética del trabajo, la aceptación del fracaso, la solidaridad, la vida contemplativa, la moderación de las ambiciones y otras virtudes antiguas. Generación de la abundancia es una especie de metadocumental que se las arregla para hablar de todo eso junto. En la primera parte, la directora y protagonista Lauren Greenfield sigue a un puñado de personajes y traza un muestrario de faltas. Los entrevistados se arrepienten de sus actos en el pasado y se desgarran ante el público. Greenfield cree que puede hablar de casi cualquier cosa con explicaciones veloces y simples. Todo está relacionado, la fascinación por el dinero de los adolescentes en Los Angeles durante los 90, la burbuja inmobiliaria de 2008, la gestión Trump o las mujeres que se degradan en stripclubs de lujo de Las Vegas. La directora se escandaliza y pontifica: perdimos el rumbo, antes vivíamos mejor, hay que volver a las raíces.
La película suscribe al amarillismo, entiende las reglas del registro, señala con el dedo y llama a recuperar una ética perdida. El juicio aplicado a toda una época provee la adrenalina que cifra la promesa del género. No tiene sentido, entonces, pedirle rigurosidad, datos o desarrollo a las películas como Generación: sus realizadores y su público tienen un contrato que se rige por otras cláusulas. Pero igual a Greenfield se le va un poco la mano.
En la primera parte, el revuelto de problemas, males, vicios y sanciones es presentado como una investigación de más de veinte años. Greenfield, fotógrafa, interesada en la antropología, que viajó por el mundo y se interesó por otras culturas, cree que es momento de estudiar la propia. Lo que sigue, entonces, es una reflexión sensible, académica y en clave biográfica; justamente, todas las cosas que no admiten los documentales moralistas, que exponen sus temas en clave más bien trash, sin aspirar a la respetabilidad de la reflexión personal y apoyada en fuentes. A Greenfield le gusta el durazno pero no se banca la pelusa: la directora quiere explotar la potencia del periodismo amarillista pero asegurándose el prestigio que otorga el documental autobiográfico y disciplinas como la antropología.
La cosa empeora en la segunda parte. Después de la exposición de los males del presente, viene el momento más esperado, el de las consecuencias y el castigo, el day of reckoning. Todos los entrevistados revisan su vida, sus acciones, sus ideas y revelan hechos terribles: por ejemplo, el financista que integró un fondo buitre cuenta cómo fue detenido. Pero en la seguidilla de escarmientos se sugieren cosas terribles: una mujer obsesionada por su imagen, que se somete a operaciones estéticas que no puede pagar, relata el suicido de su hija; una actriz porno retirada trata de rehacer su vida, se embaraza y en una entrevista posterior cuenta que perdió el bebé. En la estructura que construye la película, esas tragedias personales funcionan como el castigo que sobreviene a los que estuvieron por fuera de ciertos valores, de la vida verdadera. Con una velocidad sorprendente, Greenfield pasa del moralismo a la canallada.
Hay algo curioso, sin embargo, y es que la película está totalmente fuera de agenda, lo que significa que no muestra una preocupación exaltada por el racismo, las políticas identitarias o el feminismo (hay mujeres que sufren por culpa de varones, pero esos males no merecen para la directora una reflexión desde una posición de género fuerte). Tal vez se deba a que el documental se terminó de filmar en 2017, cuando todavía había espacio en el cine estadounidense para sustraerse a esa perspectiva, o simplemente sea que Greenfield no está interesada en esos temas, tal vez porque es regreso mítico a los valores del pasado, al american dream original, no dialoga bien con el estado de las consignas al uso. Como sea, el efecto es raro, se tiene la impresión de estar viendo un cine de otro tiempo, un Yo acuso demodé donde la escandalización un poco infame tiene una suerte de leve encanto retro.
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(Estados Unidos, 2018)
Guion, dirección: Lauren Greenfield. Producción: Walles Annenberg, Frank Evers, Lauren Greenfield. Duración: 105 minutos.