En Swallow (2020) los traumas psicológicos se sugieren con tonos rojizos de sentidos ambivalentes. Así, la compulsión de Hunter (Haley Bennett) progresa con la geometría de cada encuadre.
Su novio Richie (Austin Stowell) es quien inicialmente aparece en primeros planos. De todas maneras, las escenas posteriores acentuarán el aislamiento de Hunter en una dinámica de apariencias hogareñas. Aquí ella se camufla con el decorado, sea el de la cocina cuando prepara comidas o desde el mueble donde diseña aunque Richie, ya casados, no toma en serio sus inquietudes. Además, el sexo entre ellos aparece de forma explícita ya avanzada la trama, algo llamativo para una pareja tan atractiva que queda embarazada. Y sus suegros no terminan de hacer empatía con ella a pesar de que los visitan en múltiples ocasiones.
Con todo y esto, la película no es una mera fijación visual. Así como el interés de Hunter en sus diseños no persiste, el montaje de los encuadres articula una frustración más honda. La protagonista llega hasta las últimas consecuencias sin efectismos audiovisuales. La escena donde ella es interrumpida por sus suegros en el restaurante y decide comerse un hielo da paso a planos detalle centrales para su compulsión de tragarse objetos pequeños.
El guion, también de Mirabella-Davis, nos enfrenta de lleno con los orígenes de tal compulsión, la de Hunter y por retruque la nuestra como mirones. Por hallar maneras orgánicas de que el personaje cuestione sus experiencias aparte de la terapia psicoanalítica, hacemos empatía con una mujer no víctima tampoco victimaria de su pasado. Esto incluso pondría en perspectiva lo pusilánime de Rosemary en el tan respetado clásico de Polanski o la exacerbada sed de venganza femenina en otras películas de terror.
Esa ambigüedad enfrentada por ella se evidencia de dos maneras. Primero, no se exacerba su masoquismo. La primera operación quirúrgica vemos que se tragó cosas no vistas en escenas previas. Así el guion confía en que podemos imaginarnos la profunda desolación del personaje más allá de lo observado.
Por su nombre, “cazadora” en inglés, y desde las primeras escenas donde una oveja es desollada para ser servida en el anuncio del negocio familiar, es ineludible la pregunta de quién será cazado aquí: ¿la cena, la protagonista o nosotros a medida que transcurre la trama? El final dará cuenta de que no son respuestas contradictorias.
El detallado trabajo técnico de la película nos lleva hasta la resolución liberadora en la escena del baño público. Antes, cuando la cámara da lugar a planos en movimiento como el levísimo zoom in en la cena con los suegros, la quietud se quiebra de una forma envolvente. Otro ejemplo es el uso de la cámara en mano luego de tragarse la metra, en la habitación de ambos. Ahí el cambio en ella es tanto corporal como anímico. La obra entiende así la imagen como plenitud de sentido: verbal, corporal y técnico. Observemos en esa misma escena cómo la cabecera de la cama hace parecer que Richie tiene cuernos y no precisamente por engaños sexuales.
Junto con los rojos, la progresión de las tonalidades azules, verdes y amarillas también da pistas de cómo Hunter huye del aislamiento donde cae debido al trato de su familia política. El sillón rojizo donde ella suele sentarse, sus vestuarios azules o mostaza, los árboles cada vez menos verdosos y los cuerpos líquidos se sitúan en la imagen como una dinámica en la que ella queda lentamente relegada.
La sorpresa viene cuando Hunter se enfrenta a su trauma familiar sin violencia física, ni verbal. Basta la firmeza gestual de Bennett y Dennis O’Hare (Erwin) en sus maneras de decir los diálogos para que la protagonista no sea más la carnada de su propio dolor como en escenas previas.
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(Estados Unidos, Francia, 2019)
Guion, dirección: Carlo Mirabella-Davis. Elenco: Haley Bennett, Austin Stowell, Denis O’Hare, Elizabeth Marvel, David Rasche. Producción: Carole Baraton, Frédéric Fiore. Duración: 94 minutos.