Los cuentos de hadas han configurado, a lo largo de la historia, la materia prima desde la que se han construido nuestras civilizaciones. Desde el principio de los tiempos, el folclore y sus narraciones orales fueron el sustrato donde todo comenzó, albergando los miedos y deseos de la humanidad junto a un conjunto de reglas que daban forma a la organización social. Los diferentes aspectos de la condición humana se hallan, pues, inscritos en el folclore. Así, cada cultura ha promovido, a través de estos relatos, qué tipo de valores e ideales son apreciables para sus miembros, al tiempo que ha determinado cuáles son las reglas y los castigos en caso de que no se cumplan.
La hermanastra fea propone una reinterpretación del cuento de hadas de Cenicienta. La historia ha tenido distintas reescrituras literarias, siendo la versión de los Hermanos Grimm (1812) la más popular, pero también la más cruenta. En este caso, la directora Emilie Blichfeldt elige tomar esta versión como punto de partida para recrear su propio y pesadillesco cuento.
La ambiciosa propuesta de Blichfeldt es narrar la historia que todos conocemos desde el punto de vista de Elvira (Lea Myren), la hermanastra mayor de Cenicienta (Thea Sofie Loch Næss). Para ello, recurre a una herramienta especialmente perturbadora: el body horror o terror corporal. Este subgénero del terror se enfoca en la modificación grotesca, la degeneración o la violación del cuerpo humano, explorando la ansiedad que provoca la pérdida de control sobre la propia fisicalidad. En la película, esta elección no es gratuita; cada procedimiento al que Elvira se somete —desde la corrección de su nariz hasta la amputación de partes de su cuerpo— se convierte en una metáfora visual de la violencia que ejercen los cánones de belleza inalcanzables. El cuerpo deja de ser un hogar para convertirse en un proyecto ajeno, un trozo de carne maleable al servicio de la aprobación social.
Si Coralie Fargeat reflexiona sobre el Märchen de Blancanieves y el tropo de la eterna juventud en la contemporaneidad, Blichfeldt hará lo propio con Cenicienta para construir una reflexión en torno a la belleza femenina y la opresión masculina. La historia muestra una carrera frenética por alcanzar la belleza a través del disciplinamiento violento del cuerpo. Elvira quiere ser elegida por el príncipe (Isac Calmorth) la noche del baile, pero sabe que no puede competir con la belleza natural de Agnes. Su única posibilidad es someter su cuerpo a procedimientos dolorosos y cada vez más peligrosos para su salud.
Elvira es víctima de Rebekka (Ane Dahl Torp), una madre inescrupulosa que no duda en arriesgar la vida de su hija a cambio de casarla con un noble. La joven sufre vejaciones de todo tipo para encajar en esa sociedad y cumplir las expectativas ajenas.
Vale la pena reparar en el universo femenino que rodea a la protagonista. Por un lado, está su hermanastra, la bellísima Agnes. Ella posee una belleza tan cautivadora que ni siquiera las humillaciones a las que Rebekka la somete cotidianamente parecen afectarla. Agnes entiende que su belleza es una moneda de cambio, aquello que le garantizará salir de su miseria y casarse con el príncipe. Por eso, debe negarse a quien parece ser su amor legítimo, un mozo de cuadra del castillo de su padrastro. Agnes comprende que debe sacrificar sus sentimientos en pos de su supervivencia.
Otro personaje femenino que acompaña a Elvira es su madre. Rebekka es una mujer sin escrúpulos que se ha casado con el padre de Agnes solo por dinero y se sorprende al descubrir que este se encuentra en bancarrota. Entendiendo que ya no tiene juventud para volver a casarse, Rebekka se prostituye por bienes materiales. Por ello, se empeña en que Elvira sea quien saque a la familia del infortunio, desplegando una crueldad atroz. Somete a su hija a torturas psicológicas y degradantes, pero también actúa sobre su cuerpo: corrigiendo su nariz, amputando partes, cosiendo pestañas… Rebekka sumerge a su propia hija en una pesadilla desprovista de cualquier sentimiento humano.
Elvira es víctima de una madre, a su vez víctima y victimaria, que no comprende hasta qué punto ese sistema de valores está desintegrando el mundo femenino. Elvira es un alma soñadora que ha interiorizado el discurso de los cuentos de hadas y ha aprendido la lección al dedillo: el “fueron felices para siempre” está reservado únicamente para las mujeres bellas. No importa qué sacrificios deba hacer, solo tiene que perseguir esa condición, porque es a lo que se reduce su existencia.
Agnes no cuestiona su destino, aun sabiendo que casarse con un desconocido —que está lejos de ser un ser humano cordial o gentil— augura un futuro poco prometedor: seguramente será humillada, engañada y, cuando envejezca, finalmente despreciada. Rebekka tampoco cuestiona la inexorabilidad de las leyes del hombre, pese a entender su naturaleza injusta. Pero es Elvira quien realmente cree en ese destino, y eso es quizás lo más doloroso de la historia. Su mirada es ingenua, y verla decepcionarse y fracasar se vuelve conmovedor y cruel para los espectadores.
Un punto aparte dentro de este microcosmos femenino es Alma (Flo Fagerli), la hermana menor de Elvira. Su personaje está construido a través de omisiones; es como si entendiera que la mejor manera de sobrellevar la situación es pasar desapercibida. Alma asiste con espanto a las transformaciones corporales a las que se somete su hermana y no puede creer hasta dónde han llegado las cosas. De hecho, Alma despliega estrategias para escapar de la feminidad impuesta, como ocultar su menarquia de los ojos de todos, pues teme ser presentada en sociedad como un objeto de consumo. A medida que su hermana se somete a tratamientos estéticos, ella aparece con ropa cada vez más descuidada, hasta el punto de vestir como un hombre, lo que implica un claro rechazo al rol femenino asignado.
Alma es, al final, quien salva el cuento a través de su ternura y propone un punto de fuga ante tanto (body) horror.
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(Noruega, Polonia, Suecia, Dinamarca, 2025)
Guion, dirección: Emilie Blichfeldt. Elenco: Lea Myren, Thea Sofie Loch Naess, Ane Dahl Torp, Flo Fagerli. Producción: Maria Ekerhovd, Axel Helgeland, Christian Torpe, Jesper Morthorst. Duración: 110 minutos.








