En una escena de John From (2015) se veía, en un televisor, una película de Aki Kaurismäki. En Technoboss se lo ve en todas las escenas. Es el problema de intentar copiar un estilo muy definido: la copia queda muy a la vista. Como las películas del finlandés más famoso, el opus 3 del portugués Joâo Nicolau está enteramente filmado en planos fijos, sus criaturas son hieráticas y solitarias, los cortes directos y los gags inesperados. Nicolau toma como modelo las comedias y no los dramas kaurismakianos: Technoboss es ligera en términos de peso (no de velocidad; eso queda para Lubitsch, Hawks y la screwball comedy en general) y su espíritu combina la acidez, la ingenuidad y el fatalismo. Con final de cuento de hadas, como Nubes pasajeras, El hombre sin pasado y Le Havre. La diferencia es que, bajo la máscara del distanciamiento, Kaurismäki se vincula profundamente con sus personajes. Se diría que está enamorado de ellos. Al menos de los “buenos”, ya que en su mundo hay buenos y malos, sin términos medios, mientras que Nicolau sí mantiene la distancia en relación con su héroe. Y eso no es bueno en una comedia.
Luis Rovisco es el típico hombre gris. Técnico especialista en alarmas, después de su separación este sesentón con una reconstrucción facial que le tuerce la boca vive con su gato, Napoleón, y por las noches lee novelas del inspector Maigret. El trabajo no parece importarle demasiado y tampoco se caracteriza por su eficiencia: instala una alarma, se olvida de la clave y se queda encerrado, viéndose obligado a pedir rescate. Lo único que parece importarle es su nieto, y eso tal vez se deba a que Luis es un Don Fulgencio portugués que se divierte jugando con un colega a hacer rodar donuts sobre una mesa o robando por pura picardía alguna chuchería. El protagonista de A espada e a rosa (2010), ópera prima de Nicolau, se le parecía tanto que Technoboss perfectamente puede considerarse una nueva versión de aquélla. Allí el protagonista –que también tenía un gato, equivalente tal vez de los perros callejeros de Kaurismäki– huía del hastío uniéndose, como Peter Pan, a la tripulación de un barco pirata. Sueño o segunda realidad que ahora se ve replicada por la fuga de Rovisco al terreno del musical. Durante sus corretajes de larga distancia Luis se baja del auto y se pone a bailar como un poseso, o se sube a un escenario para cantar un rock junto a una banda de ocasión.
Las irrupciones musicales como escape a un mundo demasiado real tampoco son novedad. Sin ir más lejos, lo mismo sucedía en la reciente Lina de Lima. Aunque allí la heroína se imaginaba entre brillos y lentejuelas, mientras que Luis no se fantasea distinto de lo que es. Lo distinto es que en lugar de decirlo lo canta. En un viaje en auto con su nieto “charlan” con música, y en uno de los momentos más divertidos se pelea cantando, con un colega con el que se disputan clientes. En sus mejores momentos Technoboss recuerda a Conozco la canción, como si a Nicolau se le hubiera ocurrido fusionar a Kaurismäki con el Resnais ligero. A esta altura tampoco resulta muy disruptivo que los decorados reales se vean remplazados por telones pintados, como modo de resaltar el artificio. Aunque sólo de a ratos. ¿Por qué? Tampoco parece muy rigurosa una voz over ocasional y no identificada.
Como Nicolau es portugués, Technoboss rezuma melancolía por algún imperio perdido (¿el de la infancia, tal vez?), hace de la lentitud un valor y su protagonista se comporta como un caballero de comienzos del siglo XX, tal como sucedía con los señores mayores de Manoel de Oliveira y Joâo César Monteiro. Como algunos covers, Technoboss se deja ver con una mezcla de resignación y agrado, y sus mayores pecados son el deja vu y la duración. A Kaurismäki le bastaban 70 minutos para construir un mundo que Nicolau no termina de armar en 108. Una lástima, porque John From sí tenía una respiración propia, gracias a la evidente sintonía que Nicolau tiene con niños y adolescentes.
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(Portugal, Francia, 2019)
Dirección: Joâo Nicolau. Guion: Joâo Nicolau, Mariana Ricardo. Elenco: Miguel Lobo Antunes, Luisa Cruz, Américo Silva, Thiago Garrinhas. Duración: 108 minutos.