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CRÍTICAS - STREAMING

The Nightingale

En The Nightingale (2019), cantar es un alivio para los protagonistas ante la cruda supervivencia a la que los somete su entorno. Esto no es solo cierto por el plano final donde Clare (Aisling Franciosi) suspira luego de su segundo canto. Lo es también por el uso persistente de acercamientos a su rostro y al de Billy (Baykali Ganambarr), y por la frecuencia de cantares humanos y animales durante su recorrido de venganza.

Esta vez la realizadora Jennifer Kent, después de su premiado debut The Babadook (2014), aprovecha la violencia para poner en primer plano las dinámicas de dos desigualdades sociales en 1825 en la Tierra de Van Diemen, actualmente Tasmania (Australia). Por un lado, Clare vive sometida por el teniente Hawkins (Sam Claflin) a quien ella sirve. Esclavizada por los caprichos supuestamente amorosos de él, a las pocas escenas ella pone límites y decide enfrentarlo. Pero para Jennifer, la violencia no es una mera explotación audiovisual.

La escena donde los soldados violan a Clare y matan a su esposo (Michael Sheasby) y a su bebé (Addison y Maya Christie) se hila con el sonido del llanto de esta última presente en el plano como indicio inquieto de esa hombría perturbada. Este mismo sonido se repetirá en los sueños de Clare a lo largo del trayecto que emprenden los violadores y la protagonista; los primeros en busca del ascenso de Hawkins, y la segunda en busca de venganza.

La otra desigualdad ocurre cuando ambas búsquedas escogen como guía a negros esclavos. Lo que hace Jennifer en el guion lo sostiene también a nivel simbólico. Billy va descubriendo los motivos de venganza de Clare y se compadece debido a sus propias pérdidas como sometido. El guion les permite aliarse para compensar esas desigualdades sociales. Es válido juzgar estas decisiones como una reivindicación fácil de tales minorías, si bien la realizadora aprovecha el personaje de Eddie (Charlie Shotwell), para compensar tal justicia poética con la crueldad de cómo eran tratados los niños en esa época.

El primer asesinato cometido por la heroína es torpe en su ejecución. Pero con el primerísimo primer plano del agresor de su hijo, Kent deja en claro que la violencia remedia ciertos estragos si bien la vida no será igual que al principio. De hecho no volveremos a ver el gesto apacible en el rostro de Clare.

Aquí el terror no es sobrenatural como en The Babadook ni solo psicológico, sino profundamente humano. Qué quiere decir esto. Los sueños disparan de a poco un descenso a las pesadillas de Clare. El punto de partida es claro desde la toma subjetiva en el que la cámara graba luego de la violación. Tales sueños no nos confunden. Retratan la oscuridad del inconsciente desde el cual su esposo y su bebé la buscan, aún en medio de los violadores. Si en la obra anterior, el miedo se disparaba con lo inhumano y se apoderaba de la madre; aquí la conciencia de la realizadora apunta a no igualar a su heroína.

Lo que parece una debilidad por parte de esta al no matar a su violador es una agudeza del guion porque no tropiece con esa animalidad. La decisión de que Clare devele sin perder la compostura el salvajismo de Hawkins ante más de una decena de hombres uniformados habla de la confianza de Jennifer en su actriz y en la palabra a modo de enfrentar al otro opresivo incluso con el canto. El plano de ella de espaldas a una puerta evidencia tal apertura hacia el razonar femenino frente al instinto que varios hombres de la película fallan en controlar.

Que sea Billy quien mate a Hawkins en medio de un ritual ridiculiza un poco la odisea de ambos, pero el final tampoco es feliz para Clare y Billy. La imagen de sus siluetas ante el amanecer playero nos alivia de que seguirán siendo los desiguales y los contestatarios, sin alevosías y desde lo incómodo, como los tantos pájaros que cantan en la obra delatando el misterio sin destino fatídico.

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Australia, 2018)

Guion, dirección: Jennifer Kent. Elenco: Aisling Franciosi, Michael Sheasby, Addison Christie, Maya Christie. Producción: Kristina Ceyton, Steve Hutensky, Jennifer Kent, Bruna Papandre. Duración: 136 minutos.

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