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DOSSIER

#ASLVIRALIZADO | Invasión zombie (Train to Busan) | Tren expreso al infierno

Tren expreso al infierno

El zombi o muerto viviente es, dentro de la cultura popular actual, el monstruo por excelencia como representación simbólica de horrores políticos y sociales varios, que van de la mítica White Zombie (1932) hasta la majestuosa comedia negra Muertos de risa (2004). Las distancias se entablan en la génesis o concepción de dicha criatura, dejando de lado cuestiones esotéricas, sobrenaturales o mágicas para pasar a un estadio cuya función científica conforma un alegato mucho más cínico y radical como visión del mundo. El Zombie, entonces, es  siempre  objeto de representación a fuerza de metafísica. En Train to Busan,  el director Yeon Sang-ho no interfiere en este concepto ya inherente, por lo que la obra transita distintas significaciones a lo largo y ancho. 

Acá hay un padre desesperado que intenta sobrevivir junto a su pequeña hija, una pareja a la espera de un bebé, un deportista adolescente, un vagabundo, etc. Todos escapando del horrible apocalipsis Zombie que les toca vivir y refugiándose en un tren que parte de Seúl cuyo principal destino es Busan, considerado el lugar más seguro para resguardarse. Simplemente ir del punto A al punto B. Lógica clásica y bienvenida ya que, gracias a la oposición de un entramado complejo, es donde se acentúan los rasgos más trascendentes del film. Porque a decir verdad, la invasión de estos seres antropófagos no es más que una mera excusa para resaltar el carácter emocional de sus protagonistas y así apoyarse en la construcción de dichos personajes y la crítica social.

El protagonista es Seok-woo, un gestor de fondos que pasa la mayor parte del tiempo obsesionado con su trabajo y que desatiende a su hija. Esa formalidad (búsqueda de la figura paterna perdida) se funde genuinamente con la lectura que más salta a la vista: la crítica a un mundo capitalista y la deshumanización cada vez más notable en la sociedad. Seok, quien representa al típico burgués pintón, un poco insensible y estoico, es justamente  parte de la empresa que desata la barbarie gracias a corruptas maniobras.

La destrucción social toma mayor relevancia porque el vínculo familiar es el primero en caer, y en consecuencia lo primero que vemos en el film. Seok enfrenta ese duro recorrido: un laberinto sobrecargado de violencia extrema y tragedias varias. El camino del héroe, la redención ya mencionada. Esto también supone un desligue involuntario de las cuestiones sociales: amén de la clase, todos devienen seres sin identidad. Lo claro es que esa bestia incontenible, una vez desbocada llega hasta quienes lo crearon, patentaron y largaron. El mito Frankensteiniano jamás pasa de moda.

A todo lo anteriormente mencionado se le suma la presencia del tren, símbolo de progreso moderno tras su creación en la Revolución Industrial. Con esto también nace el capitalismo. En ese sentido se la puede yuxtaponer con el micromundo de Titanic (1997), obra maestra que ponía en manifiesto cuestiones bastantes similares. En la película de Cameron tanto como en la de Yeon Sang-ho el título formula la importancia del espacio físico, limitado y protagonista de una catástrofe de magnitudes morales. Esa moral viste de fracaso colosal los impulsos del poder. El progreso en sendos films, donde la nave predica un desenlace trágico, es el castigo para unos y la salvación para otros.

Yeon toma además como metáfora la situación actual en su país, Corea, dividido por un estado socialista y otro capitalista. Corea del Norte, al ser un estado socialista, no entra en el espectro crítico que formula la obra, manteniendo el recorrido del tren (Seúl a Busan) dentro de la franja territorial sur. Esta cuestión política que nace bajo formalidades narrativas y traspasa esa misma función a fuerza de cinemática pura convierte a Train to Busan en una pieza cinematográfica poderosa, incontenible, emocionante y compleja.  Más no se puede pedir.

 

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