(2018, Estados Unidos)
Creada por David Kajganich. Elenco: Jared Harris, Tobias Menzies y Ciarán Hinds.
Frío, frío…como el hielo del Ártico
The Terror es una serie producida (y manijeada) por Ridley Scott. Basada en una novela de Dan Simmons, quien también participa en la producción, y creada y adaptada por David Kajganich. Cuenta con diversos directores, entre los que se encuentra Edward Berger, un director menor de series menores, quien dirige la mayoría de los capítulos.
La historia narra cinco años de una expedición británica en el Ártico entre 1845 y 1850. Misión imposible: atravesar un mar que es puro hielo y llegar a América (Alaska) por Oriente. Dos barcos parten y se quedan varados en el hielo sin poder avanzar ni retroceder. La historia juega con un suspenso a partir de un supuesto fantástico que nunca llega. Un punto de partida interesante como premisa simbólica que termina diluyéndose.
Ese es el verdadero problema: no enfrentarse con lo fantástico, eludirlo. El exceso de lo que se entiende por “realismo” es el mal del arte. Y la serie es puro realismo. Meticuloso realismo. La época, los barcos, el decorado, el vestuario, la forma de hablar y de dirigirse entre los personajes… el tema es que no sale de ahí. No puede trascender eso que muestra.
Algunos de los que recomiendan la serie hacen referencia a lo bien que está filmada, y a la excelente reconstrucción de época y demás. ¿Qué es algo bien filmado? ¿Cuándo un plano, o una escena están bien hechos? Algo bien filmado no se rige estrictamente por lo técnico, sino más bien por el fuera de campo, por la estructura y por la relación de ese plano (o escena) con otra anterior o posterior del mismo relato. La conformación de la diégesis no es algo azaroso que cumple con determinados valores formales y técnicos preestablecidos, sino una construcción orgánica de implicancias y de sentido entre sus partes direccionado hacia un mismo lugar, hacia una idea. Por eso la idea de dirección – el rol del director. En este caso, me parece bastante flojo, bastante poco construido y muy lejos de una idea que se desprenda simbólicamente de la primera historia superficial. Primera historia que por momentos se vuelve aburrida hasta el bostezo.
Hay toda una serie de supuestos de sentido – sobre todo expresado en los diálogos – que no canalizan nunca el símbolo. Se quedan en meras expresiones declamativas. Y por supuesto desborda en lo alegórico.
Por otro lado un exceso de sentimentalismo que por momentos harta. La humanidad – representada por un puñado de marinos aventureros – puesta en extremo es una oportunidad como pocas para abordar ciertos mitologemas y para decir – o dar a entender – un montón de cosas. El carácter trágico de la vida, por ejemplo, su limitación. Una oportunidad para expresar infinidad de ideas. Pero no. La serie descansa en especulaciones impropias relacionadas con la fe, en las que uno podría estar de acuerdo pero mayormente son muy dichas, muy puestas – e impuestas – en la boca de los personajes, mediante diálogos un tanto forzados.
Hay dos tipos de diálogos explicativos: aquellos que tienen que ver con la moral, producto del infortunio – traiciones y lealtades, canibalismo, hasta dónde y qué esperar, la soledad, el frío y otras –, pero también están aquellos terribles diálogos que tienen que ver con lo religioso – cristiano, ya puritano – que podría abarcar a los primeros pero se esfuerzan por diferenciarlos. Los diálogos religiosos tienen que ver con la existencia de Dios, con las pruebas, con la esperanza, con el catolicismo como opción mejor al dudoso cristianismo oficial inglés. Nada más que eso. Ni nada menos… Pero nada.
Se supone que esto debería ser interesante por ser una supuesta aventura pionera inglesa del siglo XIX. Prefiero las novelas de Conrad, llegado el caso. Un pionerismo falso y una fe falsa, ya que finalmente cuando vienen a buscarlos, sólo queda vivo el protagonista, el capitán Francis Crozier (una muy buena actuación de Jared Harris), que decide quedarse a vivir con los esquimales, y le hace decir a uno de éstos que les diga a los suyos que todos han muerto y que no hay nadie para rescatar. Que llegaron tarde. El rol de la mujer que rescata al capitán podría haberse trabajado un poco más y mejor. Estaba picando un tema central de la época que se deja pasar como casi todo.
La degradación paulatina del estado físico de los personajes y de la situación aventurera es la misma que la de la puesta en escena, que capítulo a capítulo se hace cada vez más baja y elemental – más realista, ay – y se concentra en un quietismo e inacción que da pie a los diálogos más delirantes e innecesarios.
La misma degradación nos lleva a una falsa esperanza, a un no lugar. Y en ese camino, redime – o casi – al perverso colonialismo inglés y sus intenciones de dominación política y económica del mundo.
La inadaptabilidad de los blancos en tierras blancas, en pleno frío polar pero con infinidad de recursos y provisiones, no se explica, al menos en comparación con los esquimales, que sin nada viven y se reproducen allí con mínimos recursos y posibilidades. Está ahí nomás – otro supuesto, mal puesto en escena – la idea de pérdida del sentido de comunidad del hombre moderno – aún hombres de armas – que ciertas comunidades guardan por no haber accedido a la modernidad liberal. Pero esto es más una idea mía, que de The Terror.
En resumen, mucha plata – millones y millones – para un fallido intento narrativo, en donde lo fantástico estaba a la vuelta de la esquina y no lo pudieron encontrar… ni siquiera lo buscaron. Al final, esa promesa fantástica se vuelve magia. Realismo mágico casi. No hay nada, no hay sentido, no se llega a ninguna parte.
© Alberto Tricárico, 2018
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