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CRÍTICAS - STREAMING

To the Ends of the Earth

Dato curioso, To the Ends of the Earth (Tabi no Owari Sekai no Hajimari) es apenas la segunda película de Kiyoshi Kurosawa que se estrena en Argentina. La anterior había sido Crímenes oscuros (Retribution/Sakebi), en 2007. No es precisamente que este nativo de la isla de Kobe sea un recién llegado al mundo del cine, ni que tenga una carrera breve, ni que sea poco conocido en el mundo entero. Nacido en 1955, el tocayo de Akira (sin relación de parentesco entre ambos) realizó su primera película a comienzos de los 80, lleva 39 filmadas en cuarenta años (además de una serie, dos miniseries y cinco telefilms) y es tan conocido en Occidente que ostenta un record mundial. En 1997 estrenó tres de ellas en los tres principales festivales internacionales: License to Live en Berlín en febrero, Charisma en Cannes en mayo y Barren Illusion en Venecia en setiembre. En verdad no es un desconocido ni siquiera en Argentina: en el año 2000 la Sala Lugones ya había hecho una mini retrospectiva de su carrera, de ahí en más sus películas fueron número puesto en Mar del Plata y el Bafici y vino incluso al país en 2004, como invitado del festival porteño. Allí tuve ocasión de entrevistarlo. A pesar de todos estos antecedentes, en la cartelera comercial local la obra de KK se reduce a una más que cero. 

Su penúltima película (ya tiene una posterior, Wife of a Spy), To the Ends of the Earth puede considerarse un Kurosawa atípico, en la medida en que no hay ningún crimen, ningún fantasma, ningún suicidio, ningún apocalipsis. Como si la memoria de Hiroshima y Nagasaki se mantuviera metafóricamente suspendida sobre su obra, la visión que el realizador tiene del mundo contemporáneo es, en efecto, muy oscura. Sean policiales, films de terror, fantásticos o dramas, sus películas suelen terminar mal. Cuando terminan bien es porque cumplimentan el sueño de sus héroes bajo la forma de un cuento de hadas. Es lo que sucede en la notable Sonata en Tokio (2008), que también forma parte del ciclo que Mubi dedica al realizador, y ahora en To the Ends of the Earth. Presentada en Locarno 2019, la penúltima película de Kiyoshi es una de las más sencillas y transparentes de su filmografía. Reportera de televisión, Yoko (interpretada por Atsuko Maeda, ex líder del grupo pop AKB48) cubre una serie de notas más bien pavotas en la remota Uzbekistán. Si existe o no un mini monstruo lacustre llamado “Bramu”; qué tal sabe el plato típico uzbeko, el plov; qué se siente al dar mil vueltas en uno de esos juegos de feria de los que uno sale con el estómago dado vuelta; si es verdad que lejos en las montañas hay un ser peludo y con cuernos conocido como “Markhor”. Cosas así. 

La comunicación de Yoko con su equipo de rodaje es, como uno puede imaginar de un grupo integrado por nipones, mínima. Especie de Borats de lo real, los lugareños no les hacen precisamente un lugar de igualdad en su sociedad a las mujeres. De hecho, daría la impresión de que las mujeres no pueden mostrarse demasiado, ya que las dos veces en que Yoko viaja en colectivo lo hace enteramente rodeada por hombres, imagen que condensa su situación de “distinta”. Por si quedara alguna duda, el pescador que intenta ayudarla en la infructuosa pesca del bramu atribuye la falta de resultados al hecho de que Yoko sea mujer, ya que “a los peces no les gusta el aroma de mujer”. La misoginia del pescador funciona como expresión de la entropía del mundo, tal como sucedía con los vándalos de Barren Illusions, los jóvenes nihilistas de Bright Future (2002), los yakuza de las primeras películas (Kurosawa filmó una veintena de films de género antes de hacerse conocido en Occidente) o los asesinos seriales de Cure, Doppelgänger (2003) y Retribution (2006). 

Cuando Yoko viaja hasta la capital, Taskent, no le va mucho mejor: los vecinos la miran como a un bicho raro, seguramente porque la presencia de visitantes de Extremo Oriente no es muy frecuente por allí. Para completarla y como es obvio, a Yoko su trabajo no la llena precisamente de felicidad. Lo que le gusta es cantar, pero no llega muy lejos con eso. Como ella, otros héroes y heroínas de KK tienen sueños que no pueden concretar: el protagonista de Bright Future sueña el futuro, sin poder convertir esos sueños en realidad; el chico de Sonata en Tokio quiere ser pianista, pero el padre no lo deja. En otra película de Kurosawa, Yoko se tiraría del muro más cercano, o de alguna montaña de la cadena vecina. Pero visualmente To the Ends of the Earth es fluida y soleada en lugar de oscura y tortuosa -como también lo era Sonata en Tokio-, y eso está indicando que no ha de resultar tan pesimista. 

A veces los protagonistas de KK intentan canalizar esa frustración, fascinándose con algún ser vivo de una especie diferente, como sucede con el árbol de Charisma y las medusas luminosas de Bright Future. Pero el árbol, suerte de yin yang vegetal, puede salvar tanto como matar. Y las medusas son venenosas. El escape de Yoko es más modesto y unívoco: la flecha un simple chivo de corral llamado Okoo, al que se propone liberar y hacer una nota con eso (¿a algún espectador de televisión japonés podría interesarle la liberación de un chivo uzbeko?). El cultivo del canto y el encuentro con Okoo permitirán a Yoko pasar a esa segunda realidad tan ansiada. Realidad cuyo paradójico carácter de fantasía Kurosawa subraya con el romanticismo exaltado del tema favorito de Yoko, Himno al amor, ejecutado por una orquesta invisible, cuyo crescendo musical va de lo enfático a lo desaforado. Que la orquesta suene de esa manera en medio de las desoladas, rocosas montañas uzbekas, completa la sensación de ensoñación. Y un sueño es justamente lo que tiene Yoko, como otros héroes y heroínas del realizador. 

Una nota al margen, que Kurosawa muestra como detalle al paso y sin embargo está henchida de sentido, sobre todo si se la pone en perspectiva con la obra del autor. En dos ocasiones, una brisa hace mecer las cortinas del cuarto de hotel que ocupa Yoko. Que la brisa sea inesperada lleva a prestarle atención, a pensar en su posible sentido. ¿Un llamado del mundo natural, tal vez, como escapatoria del alienante mundo de los hombres? ¿Alguna relación con Okoo, con las montañas del final? El árbol mágico de Charisma, los peces de License to Live y las medusas de Bright Future son algunas de esas riesgosas escapatorias. A ellas se les suma ahora Okoo, el benévolo chivo uzbeko.

 

 

 

(Japón/Uzbekistán/Qatar, 2019)

Guion, dirección: Kiyoshi Kurosawa. Elenco: Atsuko Maeda, Shôta Sometani, Tokio Emoto. Duración: 120 minutos.

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