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CRÍTICAS - CINE

Crítica: Transit, por Pedro Seva

(Alemania, Francia, 2018)

Dirección y adaptación: Christian Petzold. Elenco: Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese. Duración: 101 minutos.

Transit es una película alemana tan lenta como firme, situada en una realidad tan fantasiosa como contemporánea y desenvuelta en un escenario tan fantástico como naturalista. Georg (Franz Rogowski) es obligado emprender un viaje extraño y opresivo en tren, únicamente acompañado por dos cartas ajenas. Una, proveniente del consulado mexicano de Marsella; otra, firmada por una tal Marie y destinada a un marido anónimo que Georg nunca conocerá. El clima ominoso de Transit se asienta en pocos elementos: el homónimo transit (una suerte de ciudadanía transitoria) que marca el macguffin de la trama, el cambio de identidad que toma Georg para convertirse en la persona ausente a la que están destinadas esas cartas, y, sobre todo, la voz en off circundante que abastece las acciones.

Transit, estrenada en el BAFICI, bien podría ser una de las historias de La flor. La aventura enrarecida de Georg se familiariza con las de Llinás; los pliegues constantes e historias dentro de historias también están presentes aquí de una manera muy similar a como las vemos dispuestas en la película argentina.

Una mujer confunde a Georg con otro hombre; esta mujer busca a su marido, irremediablemente perdido. Siempre que ella esta cerca de alcanzarlo (alguien le dijo que estaba en el correo, otro le comentó que lo vio cruzar una calle), él siempre parece esfumarse a último momento. Esta historia parcial se liga con una revelación futura que ensancha el mundo del relato, uniéndose a su vez a una nueva historia (marcada por la voz en off) que vuelve a expandir la película; cada pliegue parece tener su lugar en la conclusión total del film, en su búsqueda y fatalidad. En resumen: partiendo de dos cartas de equívocos remitentes, la película se agranda en función del apilamiento consecuente de historias. Siempre tomando como eje a Georg.

Si bien Transit y los pétalos de La flor se asemejan, observamos impulsos diferentes. Mientras que la primera se centra en un Georg ínfimo o diminuto, la segunda inunda constantemente la pantalla con las mismas cuatro actrices. Por otro lado Transit es, al fin y al cabo, una narración; La flor no es una narración sino que más bien presenta una envoltura. Si Transit se vale de personajes oprimidos en situaciones enrarecidas (se puede citar la obra de Kafka como correlato dominante), la película de Llinás envuelve y envuelve usando monólogos, explicaciones contrastantes y una voz en off sin descanso.

Transit, a fin de cuentas, se destaca por expandir, condensar, contar historias.

 

 

© Pedro Seva, 2018 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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