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CRÍTICAS

Crítica: Turma, por Natasha Ivannova

El III Festival Internacional de Dramaturgia es uno de los más interesantes del mundo en materia de identidad y artes escénicas emergentes. De por sí todos los Festivales Internacionales tienen como objetivo la diversidad cultural, dar a conocer las identidades artísticas de unos países en otros. Pero en donde el aprendizaje del país en donde dicho festival se realiza es un aprendizaje pasivo, desde la butaca de espectador.

Más allá de los laboratorios internacionales que a veces se ofrecen en ellos y en los que la concurrencia puede estudiar con artistas extranjeros. El Festival Internacional de Dramaturgia es el único en el que directores jóvenes de un continente se enfrentan a autores contemporáneos de otro – ambos invitados al Festival de modo presencial también para debates posteriores a cada obra – en un verdadero choque de culturas del que tendrá que salir una única obra, ya que se trata de producciones originales. De este modo se abren las estéticas, se multiplican los contenidos y estalla la diversidad, de lo que se nutren todas las partes, instalando y posicionando los discursos de mayor relevancia para la actualidad artístico-teatral y el desarrollo general de las artes escénicas a nivel mundial.

Esta tercera edición en especial, se desplegó con un excelente nivel, sofisticado y atrevido. Ficción, naturalismo, vanguardia, verosimilitud y encanto se unieron como si cualquier cosa fuera posible, mostrándonos que, en efecto todo es posible en la caja negra teatral, gracias a un mismo tono de curaduría de Matías Umpierrez por el que todo desbordó de genialidad.

Turma posee un muy complejo texto de una dramaturga croata relativamente joven, que sugiere una sociedad que atrasa demasiado en temas de derechos humanos y género. Y acaso sea así, mirado desde un país que en esa área ha demostrado un avance llamativo, a pesar de estar enclavado en Sudamérica, siempre atravesado por graves crisis económicas y políticas. Nacida en este país, Azul Lombardía, tuvo que tratar de comprender contenidos surgidos de esa otra realidad y ponerlos en escena con inteligencia y arte. Lo que consigue holgadamente también, a su vez, a su corta edad.

El sombrío texto describe la historia de cuatro mujeres. Tres de ellas tienen la ropa manchada de sangre y otra las espera toda la noche despierta. Pertenecen a diferentes generaciones y distintas situaciones, pero todas cruzadas por un cruel sometimiento patriarcal. La más joven sólo quiere alejarse de su padre y huir de su casa, la más grande piensa en cómo podrá valerse por sí misma cuando en breve su marido fallezca en la guerra, y la del medio se debate entre trabajar en un banco o volver a su pueblo natal ‘’comprado por oligarcas petroleros rusos y convertido en un centro sex willness para hombres que desean sexo feroz’’.

Contenidos sórdidos para lo que suponemos tendría que ser una perspectiva joven sobre la realidad y el futuro. Aunque el ambiente de los personajes parece hacer un insistente intento de destruirlos, pero sin vencerlos.

La oscuridad de los relatos está muy bien representada a través de un sofisticado dispositivo escenográfico con toques lumínicos – azules y de baja luminiscencia – simbolizando posiblemente esa luz de esperanza humana que nunca se apaga. Diseñado por Santiago Badillo, se trata de un andamiaje metálico móvil, en el que se encastran un par de cajas iluminadas desde adentro y con un tratamiento plástico que alude a un paisaje siberiano. La estructura se abre posibilitando el recorte del espacio y permitiendo armar tanto un hogar como un consultorio o los recovecos abstractos de un paisaje, sobre el que los personajes se hunden o trepan. Las imágenes alcanzan un nivel poético hondo, que potenciadas también mediante el diseño sonoro, transmiten inclemencia, frío y soledad.

Definitivamente interesantes también las actuaciones, que son profundas sin requerir de una organicidad desgarrada. Las actrices, escuchando sin dudas al buen tino de la dirección, se sumergen en el trabajo cuidadoso de interpretar cada frase según ritmos y tempos, según la luminosidad u oscuridad que acompaña toda la pieza. Logrando una unidad de exposición del relato armónica y poderosa.

Dos países lejanos mirando con enojo los excesos del machismo. Croacia habla todavía herida y Argentina pone la sangre, junto a una luz en el camino, acompañando respetuosa, casi maternal, a la matanza de esos hombres que la sociedad mundial ya no quiere ver más.

 

Teatro: Teatro Anfitrión – Venezuela 3340 – CABA

Funciones: Viernes 8 y 15 de junio 21 hs.

Continúa su temporada:  Viernes, del 22 de junio al 7 de septiembre, 21 hs.

Entradas: Valor promocional: $120

 

© Natasha Ivannova, 2018 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

Coproducción entre el Festival Internacional de Dramaturgia, el Centro Croata del ITI, Teatro Anfitrión y Plataforma Fluorescente.Autoría: Vedrana Klepica.  Traducción: Nikolina Zidek.  Elenco: Rocío Muñoz, Laura López Moyano, Ana Garibaldi, Maby Salerno, Mónica Raiola, Mariel Fernández, Marcelo Mariño, Hernán Melazzi.  Diseño de iluminación: Santiago Badillo.  Diseño de escenografía: Santiago Badillo.  Diseño de vestuario: Victoria Naná.  Musicalización: Ariel y Federico Schujman.  Fotografía en gráfica: Nacho Iasparra.  Asistencia de producción: Agustina Benedetelli.  Producción y Asistencia de dirección: Felicitas Luna. Dirección: Azul Lombardía. Prensa: Marisol Cambre.

 

 

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