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CRÍTICAS - CINE

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

… en la película, el actor es el punto de confluencia entre lo codificado, lo descrito y lo nombrado

(El actor de cine, Jacqueline Nacache)

En Vendrá la muerte y tendrá tus ojos*, no se pueden entender las miradas si se separan de las caricias. Esto podrá sonar como una idea bella. Lo cierto es que Torres Leiva, director y guionista, insiste en sugerirnos que los gestos oculares de Ana (Amparo Noguera) y María (Julieta Figueroa) están acariciando, no sólo el cuerpo de la otra, también un dolor que no puede ser contenido.

La alta frecuencia de primeros planos casi se equipara a los primerísimos primeros planos donde los rostros no caben en la imagen. Si bien la idea del amor entre ellas persiste, la identidad de ambas se irá difuminando de a poco puesto que María padece una enfermedad terminal. Como Torres Leiva sabe que las miradas demoledoras de sus actrices no deben ser exacerbadas, recurre a la ternura de las manos y de los relatos para aplacar los dolores posteriores. La evidencia de calmar el dolor con la narración la brinda la hermana de Ana, quien recuerda los cuentos que le contaba durante los toques de queda en la dictadura.

Las caricias y abrazos entre ambas mujeres están mechados con dos relatos prolongados donde la animalidad y las confidencias quedan selladas como en un cofre. El primer relato es el de una niña salvaje que se encuentra con una anciana que la cuida.

Parecería innecesario que Torres Leiva opte, en el segundo relato, por mostrar un plano detalle de un pene cuando el vínculo central de la película es entre mujeres. Ahora, sea que al director se le escapa lo “falocéntrico” o porque busca una paridad entre lo gay y lo lésbico a partir de un camino contradictorio, algo sí es cierto. La presencia tierna y erótica del cuerpo masculino y femenino nos hace sentir que no hay alma sin lo corpóreo, no hay complicidades fáciles en la ausencia del otro. En estos relatos, Leiva apela fervientemente al instinto en las relaciones humanas.

A partir del Diccionario teórico y crítico del cine de Aumont y Marie, donde sospechosamente poco se habla de la mirada de los actores; podemos decir que estos personajes no ven porque deseen, sino porque adolecen. En una de las primeras escenas, María invita a Ana a conducir el auto con los ojos cerrados. Dudosa, Ana accede y maneja poco más de un minuto sin mirar. Cuando su amada le invita a abrir los ojos y que mire, el “contraplano” es otra escena donde ellas están en un bar. De ahí en adelante, nos tocará mirar a tientas sin descuidar la ternura. La gran omisión sobre cuál es la enfermedad está aludida con potente intensidad en las miradas de ellas. Suelen aparecer en planos solitarios aunque ambos personajes estén en la misma escena. Los dos relatos surgen entonces como una manera de volver al placer de mirar a través de la narración de Ana. Pero Leiva tampoco va a entender el dolor como algo separado del placer. Observemos la escena final donde Ana contempla desde lejos a unas chicas llegar al lago y, al rato, se ponen a bailar al ritmo de Raffaella Carrá. Si gozamos, no es gracias al dolor; pero sí por la intuición de la pérdida. Ya vivida la muerte, Ana lo que puede hacer es sonreír con liviandad timorata frente a la alegría jovial de estas chicas.

 

 

 

*El título proviene de un verso del escritor italiano Cesare Pavese. A continuación pueden leer la versión original y la traducción: https://www.altima-sfi.com/es/tanatopedia/vendra-la-muerte-y-tendra-tus-ojos/

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