Dirección: Alfredo Arias. Dramaturgia: Gonzalo Demaría. Producción: Alfredo Arias y Groupe TSE. Asistencia y coordinación de producción: Maximiliano Gallo y Luciana Milione. Escenografía: Alfredo Arias. Música: Diego Vila. Vestuario: Pablo Ramírez. Iluminación: Gonzalo Córdova. Sonido: Santi Lesca. Mobiliario escenográfico: Carlos Felisatti. Accesorios: Larry Hager. Maquillaje: Sebastián Correa. Fotografía: Patricia Ackerman. Actúan: Alejandra Radano, Marcos Montes. Prensa: Walter Duche, Alejandro Zárate.
Una porción de historia argentina –y del ser argentino, más allá de los tiempos– vuelve del recuerdo para cobrar vida en la sala AB del Centro Cultural General San Martín. Basta solo un nombre, el de la actriz Fanny Navarro, para retrotraer al espectador a los exaltados ’50. Solo alguien como Alfredo Arias, director afincado en París pero que cada tanto vuelve a Buenos Aires, puede tomar un personaje mítico nacional y examinarlo desde dentro y también fuera de esa historia que marca la identidad del país. En Deshonrada, Arias y el dramaturgo Gonzalo Demaría hacen que en solo una escena, un loco interrogue a una mujer maldita por la sociedad hasta hacerla desquiciar.
“Se me odia porque soy la sirvienta de una causa noble”; Navarro, interpretada por Alejandra Radano, es un poco el sentimiento peronista, otro poco Eva Duarte de Perón, y otro tanto actriz. Vinculada al justicialismo no sólo por los cargos públicos que ocupó, sino también por su relación amorosa con Juan Duarte –hermano mayor de Evita–, el personaje de Radano es una mujer tan pasional como el arte con el que sueña tener éxito eterno. En este sentido, la protagonista de la obra dirigida por Arias le hace justicia a la memoria de Navarro al desplegar toda la intensidad de su voz y transmitir esa fuerza, cuando es necesario, a los movimientos de su cuerpo.
En Deshonrada, la representación del texto de Demaría también cuenta con la participación de Mario Montes, completando así un equipo que a lo largo del trabajo compartido logró una sinergia que hoy se luce en escena. El Capitán Gandhi, interpretado por Montes, hace las veces de detective de la Revolución Libertadora, de maestro y de médico cirujano, todo aquello para aleccionar a la artista sobre qué fue lo que llevó a que una madrugada la llevaran detenida de su casa sin explicación.
Para escarbar en las emociones más superficiales y las más profundas del personaje caracterizado por Radano, el director se vale de una despojada escenografía. Una mesa larga hará las veces de escritorio de interrogación y camilla de operaciones. Las luces, la música, el sonido y el vestuario harán el resto. La polarización de los mundos de los que proviene cada personaje, por su parte, se traducirá en blancos y negros, en luces y sombras plenas. La voz ya enferma de los últimos discursos de Evita y las canciones confesionarias interpretadas con tino por Radano se sumarán a los recursos para situar en tiempo y espacio a la audiencia. La pulcritud con la que acciona cada elemento se hará manifiesta también en el vestuario a cargo de Pablo Ramírez.
En esta gran escena, que cuando está llegando al final se percibe extraña por lo extensa, además de una mirada sobre la historia, se hará un examen de lo que es “ser argentino”. Así, el personaje del Capitán Gandhi exagerará el hecho de que “la voluntad de ser lo es todo”, y de que ese saber intuitivo del que se desprende el decir de que lo atamos todo con alambre “es una riqueza de nuestro gran país”.
Durante los 75 minutos que dura la obra, además de drama, el diálogo hará desfilar a su vez fragmentos de comedia, suspenso y terror. Pero principalmente, en el escenario, Arias consigue cuestionar la etiqueta de fanática de Navarro y reemplazarla por la de amante. De su arte, de un hombre, y por último, de sus ideas.
Teatro: Centro Cultural General San Martín – Sarmiento 1551
Funciones: Miércoles a domingos de agosto – 20:30 hs
Entradas: $ 90,00
Por Carolina Potocar