A Sala Llena

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Despotricando por un sueño…

Despotricando por un sueño…

Anoche llovió. Hoy llueve. Parece que va a ser uno de esos jueves en los que conviene quedarse en casita a tomar café con leche calentito y comerse unas regias tostadas con manteca y dulce. Yo arranqué con eso ya desde ayer. Ando enferma, con una especie de angina o algo parecido, que hace casi una semana que arrastro y que, parece, no me quiere dejar tranquila. Por supuesto, con el optimismo de siempre (cuac), ya me hecho la cabeza con que me estoy muriendo de meningitis, de tuberculosis, de SIDA, de tétano, de mal de los rastrojos, de alguna clase de linfoma y la mar en coche. Tengo ganglios, dolor en la garganta, en el cuello, en las articulaciones y la batería de síntomas por el estilo, que alimenta mis fantasías con toda clase de monstruos espantosos. Por eso, ayer como les decía, después de trabajar con mi amiga Lujan a la mañana, me guardé bien guardadita y me eché en el sofá a mirar tele toooodooooo el día.




Pispeé a los chimenteros, alguna que otra telenovela mexicana y agarré la de Telefé con Segundo Cernadas convertido en un chongo sudoroso y muscular, de melena camionera, que hace que sus días de “niño bien” queden en un remoto, escondido y sonrojado pasado. Haciendo zapping, descubrí que, en una de las variantes de HBO, estaban dando Sex and the City 2. Recuerdo que cuando la vi por primera vez en el cine, salí furibunda pero, tal vez por el respeto que le tengo a la serie original, sobre todo en sus primeras temporadas, decidí verla nuevamente. Nunca está demás chusmear la pilcha, aunque ésta sea uno de los detalles más enervantes de la película.

Voy a confesarles en este momento, que la miré con la secreta esperanza de que esta vez no me pareciera tan mala. Pero, por supuesto, eso no sucedió. La película sigue siendo para mí, la peor película de todos los tiempos. Algunos de ustedes sentirán el impulso incontenible de enumerar un montón de cintas peores y estará bien, háganlo, pero, desde ya les digo que eso no hará la más mínima diferencia. Yo creo que esta película es una MIERDA.

Sex and the City 2 destruye con mano de acero, todo lo que la serie de HBO se encargó de construir desde su salida al aire en 1998 hasta su final en 2004. Ya la primera película había perdido su cinismo, su oscuridad y su borde original pero, por lo menos habían pasado ciertas cosas algo relevantes o de peso dramático que la hicieron más “tolerable”. Esta última, Dios mío, es una verdadera porquería. Ya lo había mencionado antes varias veces, pero esta vez me voy a extender tanto en detalles como en bronca. Pareciera que, en este caso, quienes estuvieron detrás del proyecto, se juntaron y dijeron “A ver chicos, qué podemos pergeñar, para hacer mierda esta marca registrada que construimos todos estos años”. Los personajes quedaron absolutamente diluidos y fagocitados por el vestuario y las extravagancias fuera de lugar. Por supuesto y, como ya comenté en alguna otra columna, la ciudad de Nueva York casi ni aparece en esta cinta, por lo que “the City”, ya no es el personaje maravilloso que era en la serie. Ahora todo es “constume”, lujo ridículo y tópicos intrascendentes. Y no me vengan con lo de la menopausia. Si, ya sé que es un tema acuciante para las mujeres, pero se lo trata tan estúpida, superficial y pedorramente, que queda relegado dentro del relato y no le sirve a la trama absolutamente para nada.

¡Oh, tengo miedo de que la niñera tenga una aventura con mi marido! ¡Oh, no quiero que nos sentemos en el sofá a mirar la televisión como una pareja de viejos! Dios santo, estas minas se convirtieron en cuatro pelotudas de la cuasi alta sociedad de Manhattan, que ya no representan a nadie. ¿En qué estaban pensando cuando filmaron esta película?

Carrie se la pasa caminando en vestidos larguísimos, que tiene que llevar agarrados con sus manos para no tropezarse todo el maldito tiempo. Loca, ¡MEDÍS UN METRO CINCUENTA, dejate de joder con esas boludeces!

Y no me malinterpreten, a mi me encantaba el vestuario que Patricia Field había montado para la serie. Era de verdad provocativo y maravilloso, y en aquel momento, oficiaba de acento ortográfico de la naturaleza y la carnalidad de los personajes. Ahora se ha vuelto una especie de nube descomunalmente grande, que ha dejado a la historia, a las cuatro mujeres y a todos sus devaneos, muy atrás y descoloridos. La película es SOLAMENTE el vestuario y ese vestuario, no es más que un adorno fuera de lugar, incómodo, poco orgánico y extremo. Cuando terminó por fin, me quedé un rato mirando los créditos, para recordar quiénes habían sido los responsables de semejante zapallada. Me preguntaba si estas cuatro actrices, en ningún momento habían sentido piedad por los personajes que habían hecho tanto por sus carreras. ¿Ninguna tuvo el impulso de salvaguardarlo? Parece que no…

Ojo, hago esta crítica desde el punto de vista de una mina que, alguna vez, disfrutó y adoró la serie.

Lo que más me jode verdaderamente, es que el material pasó de tener una voz y una identidad profunda, a ser una comedia más que liviana, estúpida y sin absolutamente nada que decir.

Para quienes quieran linchar a algunas personas por este bodrio impresentable, aquí van algunos nombres que tal vez, sean los más merecedores de, por lo menos, una feroz golpiza a zapatazo limpio: Michael Patrick King (director y guionista), Sarah Jessica Parker, quien además de actuar como el ORTO, también produjo la película y, por supuesto, el famosísimo y, algunas veces (aunque no en este caso) genial Darren Star quien además de producir, estuvo involucrado en la historia. Darren, amigo, no cuidaste ni un poquitito lo que habías creado tan maravillosamente a finales de los noventa. Actuaste como un verdadero mercenario, como un oscuro y aborrecible delincuente.

Pero amigos, no desesperen, la justicia de una u otra forma le llega a todo el mundo. La película se llevó tres Raspberry Awards: Peores actrices (las cuatro), Peor secuela y Peor guión del año y, créanme, para esta columnista, es bueno saberlo.

Después de toda esta verborragia y, parafraseando a Tato diré que, salí de Sex and the City 2, me pegué una ducha y, mientras me metía en la cama me encontré con mi queridísimo amigo, el mas que controvertido y jamás justamente ponderado, Woody Allen, que llegó en el mismísimo momento en que estaba dando el día por perdido y lo salvó redondamente. Para mi suerte, enganché Los Secretos de Harry y la sonrisa volvió a mi rostro, como una golondrina que regresa en el verano.

Decontructing Harry (Los Secretos de Harry para nosotros), se estrenó en 1997. Algunos críticos la lapidaron y se ensañaron seriamente con ella pero, casi todo el público “Alleniano” coincide en que es una de sus obras más importantes. Comedia totalmente negra, cínica, brutal y al borde de lo cruel, esta cinta que homenajea a Bergman (si, otra vez) es de una contundencia tal, que parece más catártica que filosófica. Los cortes, muy al estilo de la nouvelle vague y la estructuración de los personajes de manera extrema, vuelven al relato una especie de fantasía urbana, monumentalmente agresiva. La narrativa, de un nivel de sinceridad apabullante, no da tregua.

La historia de este escritor, exitoso y renombrado, que funciona mejor en la ficción que en el mundo real, amante de las prostitutas, promiscuo, egocéntrico, sardónico y casi sádico, que finalmente expía sus pecados enamorándose de una mujer más joven que no lo corresponde, es casi una canción de despedida brutal, para ese tipo que Allen compuso durante toda su vida y que fue desarrollando en cada una de sus películas. Este Harry es, tal vez, la versión más acabada, real y honesta, de aquel personaje que iba haciéndose y deshaciéndose en la obra de Allen, de manera deformadamente especular y en cuyos hombros descansan las más grandes películas de este cineasta gigantesco y brillante.

No tenía demasiado que agregar. El panorama se me presentaba tan prometedor, que casi suelto un gritito de entusiasmo. Me quedé allí, disfrutando, paladeando y regodeándome en el placer absoluto que me deparaba el hecho de haberme encontrado después de tanto tiempo, con este film tan increíblemente estimulante. Para rematarla y hacerme completa la alegría, mi maridito apareció con todo y bandeja en el dormitorio y se lució con la cena que, debo decir, me renovó la energía y me permitió, llenita y contenta, cerrar los ojos en busca del sueño, repasando las escenas remarcablemente irónicas del film. Mientras desfilaban una a una en el negro de mi mente, decidí quedarme como favorita, aquella en que una enfurecida Kristey Alley, psicóloga y madre del hijo de Harry, putea y re putea a su marido mientras lo echa de la casa debido a que se encamó con una de sus pacientes mientras, en su consultorio, un pobre tipo llora a moco tendido, recostado en el diván, puesto en situación de testigo involuntario. Una obra maestra del humor negro, que sacaba lo mejor de una actriz que todavía tiene mucho para ofrecerle a la industria y que ha quedado relegada.

Acto seguido, me dormí.

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