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CRÍTICAS - CINE

Después de Un buen día

“Es tan mala que es buena”, dice una frase para referirse a películas que, pese a sus defectos, aún poseen un encanto especial. Suele aplicarse a delirios entretenidos de dudosa calidad aunque de sobrada diversión. Sin embargo, hay producciones que incluso van más allá de esa máxima; verdaderos enigmas donde lo que pudo ser maravilloso y no lo fue conecta con espectadores que logran encontrar la magia justamente en esos defectos. Así tenemos The Room, de Tommy Wiseau, con un detrás de escena y un impacto que inspiraron The Disaster Artist

El cine argentino cuenta con un exponente parecido: Un buen día. Al estrenarse en 2010, este intento latino de Antes del amanecer, de Richard Linklater, recibió las peores críticas y no atrajo al gran público (de hecho, duró una semana en cartel). Pero sería redescubierta como ninguno de sus responsables imaginó. Había surgido un fenómeno similar al de The Room, pero con el plus de la incomparable pasión criolla. Néstor Frenkel, especialista en individuos y hechos inusuales -y con buenas dosis de genialidad incomprendida-, lo retrata en el documental Después de Un buen día.

El primer tramo del film podría titularse Antes de Un buen día, ya que hace hincapié en los principales responsables. Sobre todo, Enrique Torres. Un aspirante a futbolista que, tras una lesión, se dedicó a editar revistas para adultos y al periodismo de espectáculos. De ahí entabló un vínculo con Andrea del Boca, por entonces una estrella juvenil en transición a intérprete adulta. Esa amistad -más el romance con Anabella, la madre de la actriz-, posibilitó que fuera guionista de telenovelas como Celeste. Un catálogo de éxitos que le permitieron mudarse a Los Ángeles. Hasta aquí, una película en sí misma, con un personaje encantador, un todoterreno que sabe reinventarse, un antihéroe frenkeleano. 

Pero la película se pone aún más atractiva cuando se sumerge en la experiencia de Un buen día, encabezada por Torres y sus dos protagonistas: Lucila Solá (O Lucila Polak, la gran ausente del documental), por entonces conocida por ser “la novia argentina de Al Pacino”, y Aníbal Siveyra, actor de televisión y comedia musical, que se mudó a Estados Unidos con el propósito seguir triunfando pero debió hacer otros trabajos para sobrevivir. Y a continuación, el rodaje en Long Beach, la dirección de Nicolás del Boca (padre de Andrea y director de sus telenovelas, pero de nula experiencia cinematográfica), el fracaso y el resurgimiento gracias a un culto poderoso, a cargo del Grupo de Apreciación de Un buen día. Esta comunidad repite de memoria cada línea de diálogo, recuerda cada gesto de la pareja, valora incluso al más pintoresco de los extras. Un sentimiento genuino, que se traduce en memes, proyecciones y otras iniciativas.

Frenkel rescata fragmentos del backstage de Un buen día e imágenes de archivo, pero lo más rico pasa por el seguimiento a los involucrados y sus testimonios. El director sabe demostrar respeto por los creativos y los admiradores, y logra captar momentos emotivos, como el encuentro de Torres con sus impensados fanáticos.

Fascinante es la palabra que sobrevuela Después de Un buen día. Fascinantes quienes la hicieron, fascinantes quienes la adoran, fascinante su recorrido de ave fénix… Y confirma que lo sublime no es exclusivo de las obras maestras.

(Argentina, 2024)

Guión y dirección: Néstor Frenkel. Elenco: Enrique Torres, Anabella del Boca, Aníbal Silveyra, Magrio González, Andrea del Boca, Ayi Turzi, Florencia Gasparini Rey. Producción: Sofía Mora. Distribuidora: Lumen Cine. Duración: 84 minutos.

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