A Sala Llena

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Día del Maestro

Día del Maestro

Fui alumna de Alejandro Maci durante la carrera de cine y creo que es pertinente esta columna, habiendo sido el Día del Maestro justamente ayer. 

De Maci aprendí dos cosas fundamentales: la primera, a montar una película hasta que te sangren las orejas y encontrar su vida, su dignidad. El mote de “Miss online 2000” que me puso, fue como un gancho de derecha a la quijada. Me dolió, pero se lo agradezco profunda y honestamente. Segundo, a no hacer por el hecho de hacer. A tener un poco de miedo, a no confiar absolutamente en la verdad de espejismo, en la vehemencia de la juventud, que nos dice que somos genios y podemos conquistarlo todo. Tal vez no tengamos un ápice de talento; esa es una posibilidad que yo no tenía en cuenta y Maci me la puso en frente.

Hay una tercera cosa: una vez tenés tus herramientas en la mano y sabes quién sos, no te importa un carajo lo que diga un docente. Y si no te tocó ser un hipócrita, esa también es una lección valiosa.

A Maci lo obsesionaba en el aula saberlo todo de los personajes dentro de la construcción de un relato cinematográfico. Un recurso más bien literario. Y eso se ve en Los que Aman, Odian (2017), y va en detrimento de la calidad de la película. La sobreexplicación de casi todo se vuelve un ariete en contra del misterio, del refinamiento y de la belleza de la narrativa. No voy juzgar la fidelidad de la adaptación, porque el material adaptado pierde sus derechos. Pero sí diré que la elección de la pareja protagónica es equivocada, teniendo en cuenta la imaginería popular. Francella (que está dignísimo en su rol) no encuentra una química real con Lopilato, que compone desde el arquetipo, desde el cliché, desde la total y absoluta maqueta. Las primeras apariciones de Mary son casi insoportables. Y aquí sí me pregunto por qué el director eligió despojar al vínculo entre estos dos personajes del misterio sórdido que tenía en la novela. Sobre todo, teniendo en cuenta la elección de su casting. Dejando casi tácita la relación de erotismo entre ellos, hubiera jugado a favor esa mística incestuosa que, denotada, sobrenarrada, juega en contra. Te saca de la historia.

 La factura visual es más bien televisiva. Los planos y contraplanos de las adyacencias de la casa son terribles desde la foto y el encuadre. A veces estamos en la playa y la luz resuena a comedia romántica. Plana, brillante, despojada absolutamente de intriga, de género, de enigma.

 La pregunta policiaca no existe. Y su resolución carece de sustento. Ahí de hecho se da algo prodigioso: sabemos en el acto quién es el asesino, aunque ese personaje se construyera tan pobremente, tan mezquina y cobardemente dentro de la diégesis.

El resto de las actuaciones también son desparejas. Minujín por momentos parece no entender el código del género y Justina corre un poquito salvaje, dentro de un vestuario con gigantescos defectos de costura. Marini impecable, como se espera y Portaluppi también. Pero no alcanzan a sostener un todo que es literario, masticado, solemne y poco cinematográfico. Uno no puede más que preguntarse si no hubiera sido mejor estrenarla como un especial de TELEFÉ. Un movimiento perfecto para una cadena de televisión, que hubiera dejado al material engrandecido. Es justamente lo contrario, lo que sucede en la sala de cine.

Cuando salimos de verla con el Chuchi, había una cola larguísima para entrar a la función siguiente. La película está a salvo de esta columna.

Feliz día del maestro.

© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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