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CRÍTICAS - CINE

El 5 de Talleres

(Argentina/ Uruguay, 2014)

Dirección y Guión: Adrián Biniez. Elenco: Esteban Lamothe, Julieta Zylberberg, César Bordón, Néstor Guzzini, Matías Castelli, Alfonso Tort, Luis Martínez, Cristian Wetzel, Marcelo Furchi. Producción: Gonzalo Rodriguez Bubis, Fernando Epstein, Agustina Chiarino. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 100 minutos.

Argentina supo tener un subgénero de películas con fútbol (aunque no “sobre fútbol”). En los ’40, ‘50 y ‘60, films como Pelota de Trapo, de Leopoldo Torre Ríos, y El Crack, dirigido por José Martínez Suárez, atraían tanto a cinéfilos como a futboleros. Una tradición que no prosperó en el transcurso de las décadas, hasta estos últimos años: El Camino de San Diego, Metegol, Papeles en el Viento y ahora El 5 de Talleres recuperan el encanto de esos largometrajes que usan la pelota como excusa para hablar de los que se encargan de patearlas y quienes lo rodean.

Patón (Esteban Lamothe) juega como volante central en Talleres de Remedios de Escalada, emblemático equipo del Ascenso. Una expulsión lo deja varios partidos afuera de las canchas. Tiempo sin actividad laboral… y tiempo de tomar decisiones cruciales para su porvenir: decide abandonar la carrera al final del campeonato, retoma las materias faltantes para completar el colegio secundario y busca desarrollar un emprendimiento junto a Ale (Julieta Zylberberg), su esposa. No será sencillo: aunque es un hombre de carácter, como todo volante central rústico, Patón comienza a experimentar ansiedad, miedos e inseguridades. En tanto, no deja de entrenar con sus compañeros ni de brindarle su apoyo a un conjunto que debe luchar partido a partido, como se lucha en la vida.

Luego de Gigante, su multipremiada ópera prima, Adrián Biniez presenta una historia acerca de dejar atrás una etapa de la vida para comenzar otra, con los traumas y dudas que eso genera. También presenta un fresco de un matrimonio joven y la madurez de la relación cuando es puesta a prueba. Al mismo tiempo, se adentra en el vestuario de un equipo de fútbol alejado de la gloria y de los millones, donde los futbolistas deben hacer otros trabajos para subsistir. Si bien el tono es de comedia (sobre todo, eventos y personajes que remiten a verdaderas figuras del fútbol argentino moderno), no le escapa a los momentos dramáticos, románticos y hasta picarescos, siempre en función de un retrato realista de la cotidianeidad de los personajes.

Esteban Lamothe se pone la 5 del Patón, y no le queda grande la camiseta. Es convincente como futbolista, pero lejos de quedarse en lo que podría haber sido una mera caricatura, le da humanidad y cuerpo a su papel. Por su parte, Julieta Zylberberg le otorga credibilidad a una esposa joven, que ni en los momentos más difíciles deja de acompañar a su marido. La química entre ambos actores es innegable e irresistible, más allá de que sean pareja en la vida real. No menos destacadas son las participaciones de César Bordón como el padre de Ale y un buen número de personajes secundarios que le dan más credibilidad a ese microcosmos que transitan los protagonistas. El 5 de Talleres atraerá por su reflejo del mundo de los futbolistas, pero, principalmente, por su calidad a la hora de contar una historia sobre la lealtad, el crecimiento y el amor.

calificacion_4

Por Matías Orta

 

Aunque a la pasión por el fútbol la compartamos con gran parte del mundo, tenemos una manera particular de gozarlo y sufrirlo. Desde los cantitos más elaborados del mundo (últimamente, según los viejos lobos, bastante más agresivos que hace cinco décadas) a ser considerado por el gobierno un tema central. Y así como el problema con las barras es bien nuestro, el romanticismo y la épica de las hinchadas y los jugadores también. El 5 de Talleres cuenta una historia nuestra, pero claro que contar nuestras historias no es sólo agregarle localismos al género o caer en lugares comunes y costumbrismo de telenovela. Sino ficcionalizar sucesos reales (o posibles) de nuestra comunidad.

Esto de hablar de lo nuestro es un poco lo que propone Campusano, uno de los últimos realizadores de quiebre. Algo muy interesante de su cine es justamente eso: narrar las historias de nuestro pueblo; él lo hace desde otro lugar, con otra metodología y otro registro, pero  la esencia de El 5 de Talleres es también esa: contar lo nuestro (paradójicamente por alguien que no empezó filmando acá). Y esto de exponer lo nuestro trasciende el gastado costumbrismo televisivo, e incluso las escuelas estéticas y las formas de narrar. Por ejemplo, Perrone es un tipo que puede contar algo argentino desde el cine más experimental con un idioma inventado como en Favula, así como Trapero puede hacerlo desde un estilo más clásico. Y en el hablar de lo nuestro (un corpus que aquí sobrepasa pero también abraza la picada y el fueguito), se llega a hablar de la vida, de lo universal; en esta ocasión del final de una etapa.

El Patón (Esteban Lamothe) es un rústico número cinco que sufre la crisis de un tipo que juega un deporte de chicos y que a los treinta y pico ya es un vejete para el retiro. La jubilación adelantada le tira por la cabeza los años perdidos, los estudios que se dejaron y el sueño que terminó. El director Adrián Biniez además visibiliza el mundo de los jugadores del ascenso que tienen que laburar de otra cosa para completar los sueldos bajos y atrasados. Pero no sólo de fragmentos de realidad (más que realismo) se nutre Biniez, hay momentos puramente cinematográficos que no necesitan de los diálogos con impronta campesina de Lamothe, como cuando la pareja Patón- Ale (Zylberberg) entra a un local de embutidos regionales y al Patón le agarra un insight a ritmo musical extradiegético que le da esperanza para continuar feliz con su vida, o para empezarla, después de que la burbuja del fútbol se reviente.

Hay una escena en particular que encierra la idea antiestereotipo y antilugar-común que pretende el director (que por momentos logra y por otros no): el Patón encuentra fumando porro a dos jugadores jóvenes y los reta, hasta que de atrás de los chicos sale el director técnico para ofrecerle una seca y dejarlo desencajado. En eso se resume también El 5 de Talleres, con su humor de sonrisita buena onda y no de carcajada, y un espíritu narrativo que sin muchas ondulaciones logra plasmar una sensación de bienestar.

calificacion_3

Por Ernesto Gerez

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