A Sala Llena

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El Gran Draper…

El Gran Draper…

Por más que di vueltas durante toda la semana, esta columna va a tratarse de ÉL. No me había dado demasiada cuenta, pensé  que las cosas no venían por ese lado y que lo que me estaba sucediendo tenía que ver con una obsesión pasajera. Verán, hace algo más de una semana que está en mi vida, yendo y viniendo, gozando y sufriendo, propinando placer y dolor, trabajando, mal tratando, educando, alienando, divorciándose,  encantando, gastando dinero, defraudando a la gente, en fin, siendo alguien verdaderamente interesante. Aún cuando es casi la única imagen perenne en mi cabeza por estos días, no sé por qué, fue hasta esta mañana que me decidí del todo a escribir sobre ÉL.

Pocos momentos mas excitantes en la vida de un hacedor (de teatro, de tele, de cine, de literatura, de lo que sea…)  que el momento de la creación de un personaje. Ese instante cósmico en que se presenta en la mente  en todo su esplendor.  Su físico, su color de voz, su cara, sus ojos, la manera en que camina, los recovecos primarios de su personalidad, sus pensamientos, la forma que tiene de agarrar los cubiertos…  Una luz dorada que se enciende en la cabeza, entibiándola de manera sublime. Por supuesto, a medida que vamos conociéndolo, escribiéndolo, componiéndolo,  alterándolo y viviéndolo, el proceso se vuelve intenso, divino y abrasador. 

Recuerdo que, de chica, solía escuchar a algunos escritores decir que los personajes que ellos mismos creaban, los guiaban solos hacia las cosas que sucedían en sus ficciones, que desataban las acciones de manera natural y orgánica, sin fuerza, sin presión… También recuerdo que yo no les creía y que me parecían una sarta de pretenciosos pelotudos e insoportables.  “Yo voy a hacer que mis personajes hagan lo que yo quiera”, pensaba y no sabía cuánto me equivocaba…

Lo increíble del proceso de creación y desarrollo de un personaje, es que el efecto que produce primero en quien lo escribe, después en quien lo interpreta y finalmente en quien lo observa,  es exactamente el mismo. El personaje se adelanta en la cabeza del escritor, crece, se desarrolla y vive.  Lo mismo sucede con el actor. El personaje va metiéndose en su piel, cobrando carne, volviéndose absolutamente real, dominando la escena, floreándose por mente, espíritu y cuerpo. Por más que se vaya de él, hay una porción de alma que ha quedado cautiva.  A los ojos del espectador, el personaje aparece, se enuncia, se muestra, existe frente a él, conquista y se queda para siempre en su interior.  A riesgo de sonar pretenciosa y falazmente poética, diré que en los tres casos somos todos lo mismo.  No importa en qué lugar de este triángulo estemos.

Desde el mito de Pigmalión,  hasta Stranger than Fiction,  el hombre se ha encargado de metaforizar este proceso de las maneras más diversas. Es que, es absolutamente imposible que alguien que se relaciona, se mezcla, se contamina con un personaje ficcional noche y día, no fantasee aunque sea un poco, con la idea de que cobre vida.  A mí, generalmente me sucede en el proceso de escritura pero, más de una vez me ha pasado con personajes que otro creó y que yo disfruté.  Dracula, Dorian Gray, Michael Corlione, Aragorn, Jacob Black, Raskolnikov, Batman, MacGyver, Robin Hood, Obi wan Kenobi… Muchos, muchos… Tantos que no podría enumerarlos a todos porque entonces la columna entera estaría compuesta por nombres. Así que hoy me dedicaré exclusivamente a ÉL  y solamente a ÉL, un poco por mi y porque es lo que quiero, y otro poco porque es como a ÉL le gusta. Y si hay algo que ÉL sabe, es cómo hacer que una mujer haga lo que a ÉL quiere.

Don Draper, es el personaje principal de la serie Mad Men, productito increíblemente atractivo, que me trae del bonete. Hace un poco más de una semana que no paro de ver capítulos y ya estoy terminando la cuarta temporada, lo que arroja como resultado algo así como 52 episodios en  unos 8 días. Pero no voy a hablar de la serie, ni de que es excelente, ni de que el arte, la puesta de cámara, la dirección, las actuaciones, el vestuario, la fotografía y los guiones son absolutamente perfectos no, no voy a habla de eso. Tampoco diré que se trata de las peripecias de un publicista misterioso y casi criminal,  de los años 60, trabajando para una agencia de Nueva York.  No, no, la cosa va a ir por otro lado. Y me voy a apurar, no vaya a ser que el hecho de demorar la presentación resquebraje su ego súper desarrollado y encienda la parte violenta de su personalidad tan oscura y repelente, como atractiva e interesante.

“No importa lo que eres, importa cómo lo vendes”, es la frase de cabecera de Draper (Jon Hamm) a quien le toma una buena temporada entera de la serie, que no lo quieras castrar con un abre latas.  El tipo es machista, misógino, oscuro, autoritario, promiscuo y cruel pero, a la vez, arrolladoramente buen mozo, garboso, inteligente, creativo, vulnerable, tierno, apasionado  y genial. Con su pelito engominado, su metro casi noventa de estatura, sus ojos verdes y su postura de galán de cine taciturno y salvajemente sexual, se vuelve un coctel violento e irresistible a la vez que el sostén absoluto de la trama, de manera tan efectiva como sutil.

La televisión tiene una ventaja verdaderamente grande sobre el cine. Las buenas tiras de TV le dan al personaje la chance de desarrollarse de manera paulatina y contundente a los ojos del espectador.  A la par de un hecho que es tan irrefutable como dado por sentado: la  instalación  de manera diaria o semanal, dentro del núcleo mismo del hogar de las personas.  Un personaje de serie de televisión, se vuelve casi un miembro más de la familia, un componente ficcional, pero muy fuerte, de la vida de la gente. Se suelen cambiar planes, alterar rutinas, desatender teléfonos, silenciar niños y postergar encuentros, todo y mucho más, a la hora de verse con el personaje querido u odiado que se ha vuelto parte de nuestra realidad. Dios mío, no hay poder más atractivo e intoxicante que ese y Mathew Weiner, creador de la serie, lo sabe muy bien.  La forma en que se toma todo el tiempo del mundo para desplegar a Don Draper, sugiere claramente que el mundo que creó para él es tan vasto como profundo y atractivo. El alma de este personaje, parece ser un abismo sin fondo. Una máscara cae, para darle lugar a una nueva, más portentosa todavía. El resultado: no puede uno despegarse de su hechizo.

Como estoy todo el día, casi desde que despierto, pensando en él, Draper se pasea por mi casa de lo mas campante. A veces va de traje, a veces en calzones. Por momentos habla o mira por la venta, por momentos fuma y piensa. Pulula todo el día por acá, habitándolo todo y provocando el impulso permanente e imparable de querer saber más sobre él. Se hace café, va al baño, se afeita en la cocina, revuelve los cajones… Está todo el tiempo en mi cabeza. Si estuviera más loca de lo que estoy, podría jurar que yo lo estoy creando, que puedo anticipar sus movimientos, que yo lo pensé… Pero no, todavía no estoy tan del bonete y, aunque tal vez necesite solo un empujoncito, mi mente no se derrite por completo.

Tengo el don  de poder reconocer el talento e, inclusive, la genialidad en los otros rápidamente.  He conocido gente talentosa, remarcable y a veces, con mucha suerte mediante, fuera de serie. Al observar su talento, pude descubrir velozmente en lo que se convertirían.  Eso es algo tan luminoso como frustrante, sobre todo cuando uno es alguien de capacidad promedio.  Compañeras de colegio, actores amigos,  cuñados, nuevos conocidos que se hacen familiares… Desfile interminable de personas dotadas.  Este don se traduce también a personajes ficcionales, sobre todo, de TV. Sin falsas modestias, suelo atinar vertiginosamente seguido a cerca de los productos que van a funcionar o no y tengo un ojo muy avezado a la hora de reconocer artificios, pilotos automáticos y recursos remanidos y sintéticos. Por eso puedo decir sin una sombra de duda, que Don Draper es una obra de arte.  Su estructura es tan indestructible como brillantemente móvil y la composición de Hamm es de lo más cercano a lo celestial que he visto. El tipo logra que un personaje de televisión, se vuelva casi Fitzgeraliano.  Complejo a un nivel pocas veces visto, exótico y peculiar, difícil de digerir, pero imposible de odiar. Arduamente me he encontrado con un personaje que, enarbolando tantas miserias, se convierta tan profundamente en humano y querido, sin ser el villano de una tira. El tipo se merece que le pase todo lo malo que pueda pasarle, pero vos no querés ni por un momento que se haga justicia. A veces, hasta me encuentro en una posición algo insultante para mi condición de mujer y entro en hondas contradicciones. El tipo es verdaderamente todo lo que odio en un hombre, pero se me hace irresistible.

Es extraño…

Draper encarna la idea de que los hombres suelen llamarse a silencio tanto por el temor a quedar como tontos, como por el hecho de ocultar un pasado truculento.  Inocula sutilmente la idea de que a las mujeres siempre se las ha tomado por tontas por el hecho de que hablan demasiado, pero  a la vez deja claro que eso se convirtió más tarde que temprano, en una ventaja nuestra por sobre los hombres.  Las mujeres perdimos el temor de quedar como tontas, cuando dimos por sentado que el mundo siempre nos tomaría así, no importa lo que hiciéramos. Así, fuimos ganando espacios de palabra y acción, de manera mucho más jugada que los hombres.  Las mujeres podemos ser tontas, nos damos ampliamente ese permiso, los hombres no y Draper lo sabe y lo sufre. Tal vez por eso sea tan difícil abandonarlo, aun cuando suele ser un pelotudo rematado. Su fragilidad increíblemente masculina se vuelve demasiado provocativa como para ser descartada. Como mujer, te ves siendo su esposa, su amante, su madre, su hija y su buena amiga, a la vez que su asesina o su entregadora.

Dios mío, ojalá yo pudiera escribir un personaje tan perfecto algún día…

A los que no vieron la serie todavía, se las recomiendo ampliamente. La encuentran entera en Cuevana, hasta la cuarta temporada.   Los invito a que vean cómo un personaje de hace de carne y hueso de maneara mágica, virtuosa y gloriosa. Los que ya la vieron supongo, comulgaran conmigo, y a todos juntos los invito a comentar en este espacio, qué personajes se aparecieron en sus vidas y se quedaron para siempre, habitando sus espacios de la manera en que Draper se va quedando en los míos.

Ahora los dejo, me voy a ver si le cebo unos mates…

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