EL SOBREVIVIENTE
Colin Farrell, protagonista de El Pingüino, declaró en una ocasión que, mientras filmaba la serie, necesitaba ver películas de la saga Toy Story para contrarrestar el nivel de oscuridad del proyecto. Desconozco cuál es la sensibilidad de Farrell, pero si me pongo cínico, diría que su comentario suena más a una estrategia de marketing que a algo genuino. Hablar de un producto mainstream como algo “oscuro” siempre vende, y si además gira en torno al mundo de los superhéroes, mucho más. Es una manera de posicionar el género, históricamente asociado al consumo adolescente y superficial, como algo “serio” y dispuesto a explorar terrenos más extremos.
Dicho esto, en defensa de Farrell, El Pingüino es efectivamente una serie oscura, aunque no de manera perturbadora o angustiante (no digamos, una que requiera el visionado de las Toy Story). Es más bien una oscuridad entretenida, salpicada de humor y que tiene la gran habilidad de tener giros y revelaciones constantes en la trama sin que estos resulten efectistas. Su protagonista, Oswald Cobblepot, posee un carisma sombrío que Farrell interpreta de forma magistral. Su composición del personaje puede ser a veces graciosa, a veces patética, rara vez temible y no pocas veces triste. No es un personaje enteramente farsesco, como el Pingüino de Burgess Meredith en la maravillosa serie de los años 60, pero tampoco lleva consigo una tragedia perpetua desde el primer momento. Además, a diferencia de otras versiones, este Pingüino es el protagonista: domina la mayoría de las escenas y nos guía en su historia de ascenso personal. Pasamos de verlo como el hazmerreír, alguien a quien nadie consideraría un líder, a convertirse progresivamente en el último en pie, el vencedor absoluto en un mundo despiadado.
Es casi imposible no sentir empatía inicial por alguien que escala posiciones, sin importar lo vil que sea. Cualquier película de mafiosos efectiva nos ha enseñado que el ascenso al poder es una narrativa irresistible. Si, además, el protagonista es carismático y competente, como Oswald, la atracción es aún mayor. En su caso, asciende gracias a una mezcla de suerte, astucia y una habilidad sin igual para manipular a quienes lo rodean: desde poderosos jefes de familia hasta la astuta pero vulnerable Sofia Falcone (una Cristin Milioti extraordinaria), pasando por el desdichado Vic.
En varios momentos, parece que la serie podría caer en la tentación de humanizar al Pingüino, dotándolo de ciertos códigos o límites morales. Esto se insinúa en escenas donde parece mostrar un genuino afecto hacia Vic o una relación enfermiza, pero cargada de afecto, con su madre. Sin embargo, es difícil determinar cuándo Oswald es sincero y cuándo simplemente está manipulando. Por ejemplo, en el tercer capítulo, felicita a Vic por repartir droga eficientemente en un boliche. Sin embargo, al enterarse de que el joven desea irse de la ciudad con una chica, Oswald inicia un monólogo que mezcla consejos aparentemente bienintencionados con actitudes violentas y ofensivas. La escena está impregnada de una visión profundamente oscura y tóxica del mundo, pero al mismo tiempo podría interpretarse como una expresión genuina de preocupación. Esa ambigüedad es clave para el personaje, un maestro de la manipulación cuya máscara parece indistinguible de su verdadero rostro.
Probablemente el único momento en el que Oswald se muestra completamente sincero ocurre al principio del primer capítulo, cuando habla de un mafioso de su barrio que gozaba del respeto de la comunidad. La descripción recuerda al Vito Corleone interpretado por Robert De Niro en El Padrino. Parte II: un gánster violento, pero justo, con un sentido de la moral y dispuesto a ayudar a su gente. Oswald valora tanto esta figura que no duda en matar a un mafioso importante simplemente porque se burló de esa historia. En algún punto, este relato parece reflejar el tipo de relación que quiere establecer con Vic, a quien intenta moldear como aprendiz, aunque es evidente que el joven está a años luz de convertirse en alguien como Oswald.
A pesar de sus aspiraciones, Oswald nunca será como el mafioso que idealiza. Su poder no está construido sobre décadas de alianzas sólidas y respeto comunitario, sino sobre impulsos, astucia y la capacidad de destruir a cualquiera que se interponga en su camino. En este sentido, es inevitable compararlo con Walter White de Breaking Bad: ambos comparten una obsesión por el poder y la supervivencia, y si bien sus decisiones los meten en problemas constantemente, su ingenio les permite salir airosos, al menos temporalmente.
Mientras que Walter White justificaba moralmente sus actos en nombre de la familia, en El Pingüino el contexto es diferente: Oswald actúa en un mundo oscuro e injusto, donde como marginal se siente con derecho a aplastar a quien sea necesario para alcanzar la cima. Sin embargo, tanto White como Oswald comparten una relación clave con el espectador: ambos son carismáticos, lo que nos permite simpatizar con ellos, pero las series se encargan de corroer progresivamente esos límites, revelando monstruosidades que desafían nuestra empatía inicial.
En el caso de Oswald, sus momentos más monstruosos llegan con el asesinato de los dos hermanos y, finalmente, con el asesinato de Vic. Ambas escenas están tratadas con un registro seco y angustiante, más cercanas al horror que al morbo, y muestran a un hombre que está construyendo su propio infierno. El final, entre patético y perturbador, muestra a Oswald bailando con una mujer a la que maquilla y viste como su madre. Aunque aparenta felicidad, es evidente que se trata de una simulación forzada, una máscara más en la vida de un hombre atrapado en su locura. Su ascenso al poder refleja la descomposición de una ciudad tan demente como él.
La aparición de la batiseñal al final de la serie puede parecer un recurso efectista, pero funciona para recordarnos lo que ya sospechábamos: el triunfo de Oswald es precario, y las amenazas persisten. Además, refuerza la idea de un mundo donde héroes y villanos comparten una demencia común, en una Gotham llena de traumas y desesperación. Sofia Falcone, una loca insospechadamente lúcida, parece ser la única que entiende ese entorno. También es, si vamos al caso, la que termina teniendo la mirada que tiene el espectador. Después de todo es Falcone la más interesada en saber cuales son los límites de Oswald, que tan oscura es su personalidad y hasta donde es capaz de llegar a la hora aplicar su lógica de supervivencia y ambición a cualquier costo.
Desafortunadamente para Sofia Falcone, esta misma curiosidad mórbida por Oswald es la que va a retrasar sus oportunidades de matar a quien va a ser después su propio verdugo. Afortunadamente, El Pingüino no busca redimir a su protagonista, como en otras producciones recientes (pienso en Maléfica o la desastrosa Cruella). La serie es simplemente una invitación a contemplar con mórbida curiosidad las acciones y pensamientos de un hombre oscuro. Que lo logre de forma tan potente y entretenida es, quizás, su mayor virtud.
(Estados Unidos, 2024)
Creación: Lauren LeFranc. Elenco: Colin Farrell, Cristin Milioti, Rhenzy Feliz. Producción: Claudine Farrell, Corina Maritescu, Dana Robin, Nick Towne.