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CRÍTICAS

El Precio

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El Precio

Dirección: Helena Tritek. Dramaturgia: Arthur Miller. Adaptación: Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Producción: Diego Romay. Escenografía y Vestuario: Eugenio Zanetti. Iluminación: Ariel del Mastro. Sonido: Rodrigo Lavecchia, Mauro Agrelo. Elenco: Arturo Puig, Antonio Grimau, Selva Aleman, Pepe Soriano. Prensa: Alejandro Veroutis.

Acerca de los valores

No podemos darle un valor a la vida, al pasado, a la familia, a los recuerdos. Hay cosas que no tienen precio, que no se pueden vender o comprar. ¿O si?

Arthur Miller siempre fue un escritor crítico con la sociedad estadounidense. Inscripto en una lista negra de autores, su obra cobró valor después de que desapareciera la caza de brujas macartiana. Justamente, una de sus obras más emblemáticas fue Las Brujas de Salem. Una metáfora sobre la persecución que sufrían los comunistas en Estados Unidos por defender su ideología política.

En El Precio, Miller ataca al capitalismo salvaje con una gran metáfora, que al mismo tiempo puede traducirse en una situación cotidiana (la forma de retratar problemas sociales grandes en escenarios amenos era una característica fundamental de su obra): una familia que no se decide a vender los muebles de los padres. La nostalgia y los sentimientos juegan en contra cuando se quiere vender algo.

Victor Franz es un guardia de seguridad que por fin se decide a vender los muebles y la casa de la familia. Su padre falleció hace varios años, pero recién ahora empieza a tazar la casa. Para eso llama a un tazador con el que debe negociar continuamente el precio de cada objeto.

Su esposa, Esther, le recuerda que debería tomar la decisión con su hermano Walter, un médico exitoso y fructífero con el que no habla hace tiempo.

La primera mitad de la obra se podría leer como una sátira. El enfrentamiento y la negociación entre Salomon y Victor se ve interrumpida por la llegada de Walter. Esto genera una serie de conflictos, en donde Miller cuestiona, desde que punto hasta cuál otro, se puede regalar, vender el pasado.

Victor y Walter se enfrentan por la memoria de su padre, su cariño, los recuerdos que se crearon uno a otro, y los recuerdos verdaderos. Cuanto su padre había mentido y sacrificado para darle a ambos una educación adecuada, y cuanto Victor, habia desperdiciado en pos de un sentimiento.

La vieja misma historia de siempre. Materialesmo contra sentimiento. ¿Qué valor adquiere cada parte de nuestras vidas?

La puesta en escena argentina es dinámica y divertida. Se trata de un verdadero dreamteam. Desde la ácida adaptación de Masllorens y González del Pino, que conserva el tono y el realismo, la poética y la crudeza de Miller, hasta una puesta en escena  meticulosa, perfecta, imponente ante el decorado gigantesco que Zanetti construyó para la obra. El escenario del Liceo se convierte en un baúl de recuerdos, pero a la vez en un depósito del mundo, de muebles antiguos, pero que conservan un valor. Y dentro de cada personaje, a pesar de sus conflictos internos, también hay valores. Valores que se ponen en juego y se discuten.

Puig y Grimau crean un duelo actoral intenso y dinámico. La potencia de ambas interpretaciones es lo más intersante de la puesta. Los diálos y posturas de Walter contra el debil semblante de Victor, se convierten en una pelea de boxeo. Donde la inteligencia del texto proporciona que ambos se enfrenten sin necesidad de recurrir a violencia gráfica o lingüística. Hay una elegancia en cada texto, una honestidad abrumante. Cierto que Grimau tiene más presencia que Puig, pero Arturo es un galán de telenovela, que aunque no perdido el timing televisivo, también ha madurado y demuestra que puede interpretar roles más profundos.

Selva Alemán, en un rol más secundario, acompaña muy bien los arranques de los protagonistas, en una suerte de árbitro del conflicto.

Con respecto a Pepe Soriano, no se puede pedir más. El actor de La Patagonia Rebelde, sigue teniendo una energía envidiable en escena y su participación es tan divertida, que la ovación que se gana al final de cada función es merecida.  Hace su personaje de taquito, forzando un acento y postura típica de tazador judío de Manhattan, que pocos actores podrían hacer con tanta verosimilitud, sin caer en la caricatura o el estereotipo.

Una obra atrapante, inteligente, brillantemente dirigida. Para ver más de una vez y reflexionar, acerca del valor que le damos a cada cosa.

Teatro: Liceo – Rivadavia 1499

Funciones: Se terminó la temporada 2011

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