El Topo, de Tomas Alfredson, (Tinker, Tailor, Soldier, Spy), Inglaterra / Alemania / Francia, 2011
Reseña previamente publicada con motivo de estreno comercial:
Abundan los casos de espías literarios que saltan a la pantalla, sea chica o grande. El más paradigmático sigue siendo Bond, James Bond. Pero hay otros ejemplos. Como George Smiley, creado por John le Carré. A diferencia del sensual 007, Smiley es un agente de la vieja escuela: calmo, oscuro, frío, calculador, eficaz. Un verdadero antihéroe. Este personaje protagoniza cinco novelas y es secundario en otras tres. Dentro del primer grupo se encuentra El Topo, que ya tuvo una celebrada adaptación en formato de miniserie de la BBC. En aquella oportunidad, Alec Guiness inmortalizó a Smiley, en otra de sus memorables interpretaciones.
Ahora llega la versión cinematográfica de la misma historia, también titulada El Topo.
Durante la Guerra Fría, una operación encubierta sale muy mal en Budapest, Hungría. El Servicio Secreto Británico, a cargo de la misión, queda mal parado, y dos de los principales y más veteranos agentes quedan fuera de carrera: Control (John Hurt), el líder, y Smiley (Gary Oldman), su fiel lugarteniente. Pero el bueno de George no permanece mucho tiempo inactivo, ya que le encargan una misión que podría devolverle la credibilidad perdida: desenmascarar al espía soviético infiltrado entre los agentes ingleses. Se sabe que ocupa uno de los altos mandos y lleva años en actividad. Smiley se rodeará de colegas de confianza (muy pocos, teniendo en cuenta que es un ambiente en el que no se puede confiar ni en tu propia sombra) y no se detendrá hasta encontrar al topo.
La película es un trhiller de la vieja escuela, basado casi exclusivamente en las vueltas de tuerca del guión y, sobre todo, en las actuaciones. Aquí no hay autor deportivos ni persecuciones ni tiroteos ni espectacularidad. El enfoque es clásico, realista y serio: los agentes parecen más oficinistas que aventureros, la mayoría está por arriba de los cuarenta años, y se manejan con jerga propia (Por ejemplo, se le llama topos a los espías enemigos infiltrados en una organización). Una visión que ya traía la obra de Le Carré, quien supo desempeñarse como agente secreto en los ’60.
El director sueco Tomas Alfredson venía de romperla con la genial Criatura de la Noche, una historia de vampiros muy climática y anticonvencional. Su estilo le sienta perfecto a esta producción mayormente británica. Sabe generar tensión a través de diálogos, movimientos y miradas, y sólo recurre a los estallidos de violencia cuando la situación lo amerita.
Gary Oldman se apodera del rol de Smiley. Si bien el enorme y respetado actor nunca dejo de madurar como artista —lejos quedaron las películas en las que se la pasaba gritando y gesticulando como un histérico—, esta vez logra su mejor y más contenida performance. Logra transmitir mucho con una mínima cantidad de palabras y expresiones faciales. Por este trabajo, Oldman consiguió su primera y largamente merecida nominación al Oscar como Mejor Actor. No es favorito a ganar la estatuilla, pero su nominación sigue siendo muy significativa.
El elenco secundario no se queda atrás. John Hurt, pese a sus pocas pero poderosas intervenciones, demuestra que su talento es inagotable. Colin Firth, Ciarán Hinds, Mark Strong, Toby Jones y el sueco David Dencik dan muestra de su enorme oficio y capacidad. A punto de consagrarse con su papel de Bane en el tercer film de Batman, Tom Hardy se luce como un agente que se debate entre su trabajo y el amor. Y el cada vez más ascendente Benedict Cumberbach inspira simpatía como el principal aliado de Smiley.
Si les interesan las de espionaje a la vieja usanza, lejos de los gadgets y más apoyadas en la lógica, El Topo no los defraudará.
Por Matías Orta
Los Espías que Regresaron al Frío
¿Qué significa la palabra espiar? Observar, mirar, desde una posición prácticamente invisible. El objeto de observación no debe percatarse que lo están espiando. El espía debe pasa desapercibido. Imperceptible.
En la guerra, la función del espía, adquiere un lugar privilegiado. Obtener información de las líneas enemigas que ayuden a desequilibrar el conflicto es una misión que requiere paciencia, inteligencia e invisibilidad. La contrainformación permite conocer los secretos del adversario, y por lo tanto prevenir ataques sorpresas… e incluso una guerra propiamente dicha.
Durante los años ‘60 y ’70, los espías británicos, estadounidenses y rusos posibilitaron prevenir una guerra mundial de proporciones nucleares, gracias a sus trabajos de inteligencia. Como la guerra se dio únicamente entre espías, se le denominó Guerra Fría, y las crónicas de los desertores y/o heridos a diversos periodistas, y amigos posibilitó que la literatura y el cine se llenaran de material para entretener al público ignorante, que nunca tuvo idea de lo que sucedía en el límite entre Berlín Oriental y Occidental.
Pero si buscamos el origen del éxito de las novelas de espías, debemos remitirnos indefectiblemente al espía menos verosimil de la historia, creado por Ian Flemming (no lo voy a nombrar, es muy obvio). Lo cierto es que los verdaderos espías, se trasladaban de un sitio a otro, observaban, tenían reuniones, devolvían la información a una oficina clandestina… y nada más. Chicas, tiros, lujos… muy poco.
Básicamente, así son los espías de John Le Carré de la Guerra fría, especialmente los de la serie de novelas de George Smiley, uno de los personajes más emblemáticos de la literatura del siglo XX, inmortalizado en televisión por Alec Guinness.
En esta nueva lectura cinematográfica del clásico El Topo dirigida por Tomas Alfredson, se trata de respetar los climas y la prosa de Le Carré, que difiere mucho de la de Ian Flemming, Robert Ludlum, Len Deighton y Tom Clancy, por citar los más conocidos. Además, hay que tener en cuenta, que las novelas tienen mucho menos adrenalina que las adaptaciones cinematográficas, por lo que se puede decir que El Topo es bastante fiel a la intención de Le Carré.
George Smiley pertenece a Control, una agencia de espías británicos (la sucursal estadounidense tiene a Maxwell Smart). Cuando disparan contra un agente que buscaba a un topo (doble agente) que da información a los rusos, la agencia se disuelve, pero secretamente, George Smiley tiene la misión de descubrir al topo entre los más importantes miembros que pertenecía a Control.
Pero en las novelas de la guerra fría nada es sencilla y se mezclan innumerables subtramas, agregándose personajes y nombres a medida que avanza el relato, que confunden un poco las cosas.
El film del director sueco de Criatura de la Noche: Vampiros, captura la lentitud, la parsimonia, la espera y contemplación de los films de fines de los ‘60 y mediados de los ’70, en donde la mayor parte de la acción sucede en oficinas, y todo se explica a través de extensos diálogos y flashbacks, donde conocemos la historia de cada personaje.
La puesta en escena es excepcional. No solamente por la reconstrucción de época, sino porque visualmente Alfredson filma como Ronald Neame, Sidney J. Furie o Guy Hamilton, sin dejar de lado la densidad que le aportó a su anterior film. El guión nos envuelve en varias subtramas que ayudan a conocer los diversos puntos de vista de cada espía, dentro del punto de vista de Smiley, como si fuera una caja china. Esto permite jugar con la información que el espectador conoce y desconoce, generando suspicacias y sospechas, además de incrementar la tensión.
Además, gracias al aporte de humanidad en cada personaje, y el talento de un elenco maravilloso, casi utópico, podemos conocer la fragilidad, sensibilidad, incertidumbre de la vida privada de los espías, sin que esto sea redundante o inherente al conflicto central de la película. Justamente, esta cuota de intromisión en la vida de cada uno, aunque sea con la cámara manteniendo una distancia (hay ciertas cosas que los espías prefieren esconder) es lo mejor del film de Alfredson. Los vemos en la cotidianeidad, y a pesar de que ciertos hechos, se mezclan con la profesión, no son relevantes.
El mayor problema del film es la necesidad de abarcar absolutamente todo el material narrativo en dos horas. O sea, por un lado hay un clima denso, austero, donde el cruce de miradas es más importante que lo que se dice per sé, pero por otro, hay una necesidad de los guionistas y productores por dejar todo claro, y a los 45 minutos de la narración, se toma un vuelo discursivo innecesario, donde se siguen abriendo subtramas, agregando flashbacks y personajes, por lo tanto al momento del desenlace, no todos los cabos se permiten soldar coherentemente. Si bien, el conflicto principal se resuelve, hay personajes que tuvieron demasiado desarrollo en la primera mitad del film que quedan olvidados en la resolución.
Entonces, tenemos tres films. El primero, que dura 45 minutos aproximadamente es el más atractivo, y donde se desarrollan la mayoría de la escenas de acción. El principio, de hecho es atrapante. Además que Alfredson, se permite algunos planos secuencia realmente ingeniosos. La presentación de Smiley, casi imperceptible es brillante, sumada a la austera interpretación de Gary Oldman, escondido bajo gruesos lentos y una mata de pelo blanco. El mínimo gesto expresivo es el discreto movimiento de los labios cuando emite palabra. Soberbio. Pero después decae el relato, desaparece la acción y se cae en lo meramente informativo. Se repite, es monocorde. Básicamente, aburre. El tercer film es la última media hora, cerca del climax. Ahí nuevamente, la narración cobra dinamismo e interés.
No se puede objetar que Alfredson, sabe aportarle profundidad psicológica al drama e intensidad al suspenso, pero está demasiado condicionado por una novela demasiado compleja, cuyo mejor formato para que se reproduzca y quede claro para el espectador, es el de mini serie. Esta condensación lleva al público por pistas falsas, lo que provoca que personajes muy interesantes desaparezcan.
Por supuesto, que es muy interesante enterarse de los entretelones burocráticos entre ingleses, estadounidenses y rusos, como todos se comunicaban entre sí, hacían concesiones, y no eran tan enemigos como algunos pensaban. La filtración conciente de la información firmada por diplomáticos, para llegar a acuerdos que beneficien económicamente las naciones, la hipocresía de la diplomacia es lo más crítico del film, lo que rompe con el romance y el honor del espionaje.
Aún así, El Topo es un típico film británico que van a disfrutar aquellos que en las décadas de la guerra fría se entretuvieron viendo a Richard Burton en El Espía que Vino del Frío, a Jon Voight buscando el El Archivo Odessa, con Edward Fox en El Día del Chacal, o Michael Caine como el agente Palmer. El estilo, además es inherente a novelistas sobrevivientes de la Segunda Guerra como Graham Greene o Joseph Conrad. Lenta, pero atrapante.
Además de la enorme interpretación de Oldman, también se destacan Mark Strong, Colin Firth (que se empieza a repetir en algunos gestos), Toby Jones, Ciaran Hinds (con menos participación de la deseada), Tom “gran futuro” Hardy y especialmente el desbordado John Hurt, cuyos exabruptos rompen un poco la austeridad del resto del elenco.
La fotografía de Hoyte Van Hoytema, (el mismo de Criatura de la Noche) acierta a generar logrados climas y reproducir ambientes de los ’70. La tensión es aportada por Alberto Iglesias, colaborador esencial de Pedro Almodovar, y al final otro español le pone la voz a una mítica canción francesa.
Más allá de algunos momentos en los que el ritmo declina por culpa de un guión discursivo, Alfredson consigue un film pretencioso, pero logrado. A seguir espiando la carrera de este director sueco. Mientras tanto, esperamos ansiosamente el regreso del 007.
Por Rodolfo Weisskirch
Un mundo sin Hitchcock es el peor de los mundos
Cine inglés. Whodunit en la variante “quien lo dijo” en lugar de “quien lo hizo” y los axiomas históricos que siempre debemos recordar porque son regidores de un cine que nos hace emocionar, que nos interpela y que consideramos pilar de nuestro paladar cinético, reflejados en esta frase de Hitchcock en el famoso dialogo con Truffaut del libro “El cine según Hitchcock”. La premisa resume la construcción del cine de manera perfecta “No olvide que para mí el misterio raramente es suspense .En un ‘whodunit’ no hay suspense sino una especie de interrogación intelectual. El ‘whodunit’ suscita una curiosidad desprovista de emoción, y las emociones son un ingrediente necesario para el suspense.”
Eso es El Topo de Tomas Alfredson, el creador de esa bella obra llamada Criatura de la Noche, un whodunit de actores ingleses y nada más. La película persigue al topo todo el tiempo valiéndose del recurso del timing actoral ingles para diálogos que pertenecen más a la televisión que al cine y de una compleja estructura de flashbacks y “falsos flashbacks” donde Alfredson juega con elementos de la diégesis para engañar con los tiempos narrativos al espectador.
Pero en esa persecución cinematográfica, la de “saber” quien es el delator, la película ingresa en diálogos infinitos, en actores que entran y salen de escena como si fueran piezas de ajedrez (de hecho Alfredson se ocupa de remarcar esto en varias oportunidades) y empieza a abarcar subtramas que, como dijimos anteriormente, son del mundo de la televisión, del mundo de la miniseries.
Y no es casual que esta obra de John le Carré ( del cual, el mejor exponente en el cine es El Sastre de Panama, del gran John Boorman) fuera adaptada por John Irvin para la TV en 1979. Su versión de “Tinker, Tailor, Soldier, Spy”, el nombre original de la obra, está presentada en nada menos que siete episodios de 45 minutos cada uno, también por grandes actores británicos como Alec Guinness y Ian Bannen para poner algunos ejemplos. La miniserie tuvo un gran éxito de audiencia y es considerada una de las mejores de la TV inglesa.
Volviendo a El Topo y regresando a la cita de Hitchcock, “las emociones son necesarias para el suspense”, indudablemente la película de Alfredson es un film carente de emoción, con personajes pétreos, gélidos, inexpresivos. El modo, sin expresión alguna en el rostro, con el cual construye su personaje Gary Oldman es el paradigma de la frialdad de esta película. Apenas alguna mueca de estupefacción cuando descubre que la mujer lo esta engañando, pero nada mas, la película transcurre en un témpano que no se descongela nunca, las morisquetas del híper sobrevalorado Colin Firth no ayudan y la caricatura de John Hurt tampoco para romper la brisa helada que lleva adelante la narración.
Subtramas que son dejadas de lado, personajes que se desdibujan a lo largo del film (“Control” parecía dominar la película al principio y después, sin explicación alguna, navega hacia la nada) y la única variable de la película que sigue en pie, descubrir quien es el topo, que se vuelve británicamente tediosa, como té de las cinco, siempre al mismo horario, sin ninguna sorpresa a la vista.
Por Carlos Federico Rey