El gigante gentil.
Debe ser raro ser invitado a un lugar y que lo primero que se te pida sea una despedida. Digamos que esto es lo que le pasó a Jee Woon Kim, director de cine de Corea del Sur (en ese país dirigió las más que recomendables The Good, the Bad and The Weird, A Tale of Two Sisters y The Foul King) que está siendo parte de un -todavía- pequeño grupo de cineastas de ese país que están siendo importados a Hollywood (a Kim se le suma el director de Oldboy Park Chan Wook y el realizador de la obra maestra The Host Bong Joon Ho, todos ellos dispuestos a estrenar una película en este 2013).
Woon empezó en Hollywood con un largometraje que se encarga de despedir a Arnold Schwarzenegger, el ex-míster Universo austríaco, devenido Terminator, luego héroe de acción de los 80 y 90, y luego alcalde de California. El Último Desafío difícilmente sea literalmente la última película con Schwarzenegger, pero si es una en la que el actor asume -como ya lo hizo en el díptico de Los Indestructibles– que está en las últimas de su carrera como héroe de acción. Aunque quizás es raro hablar de “héroe de acción” en el caso de El Último Desafío porque el tipo de personaje que encarna màs Schwarzenegger remite esencialmente a un western. Es verdad, podrá transcurrir en pleno siglo XXI pero aquí Arnold encarna a un sherriff en un pueblo que -como tantos en Estados Unidos- parece haberse quedado en épocas pasadas. Si hay una película de acción en El último desafío se encuentra en otra parte, en las escenas que transcurren en la ciudad, cuando se ve al personaje de Forest Whitaker siguiendo a un narcotraficante (Eduardo Noriega) que se escapó de la CIA en el que posiblemente sea el auto más veloz del mundo. Allí la película obedece a un espectacularidad propia de muchas películas de este género. El western en verdad es algo que se “inserta” en la trama en la forma de un pueblo pequeño con sus propias reglas, su propia gente, filmado con su propia estética y con su propio héroe pueblerino en la piel de Schwarzenegger.
Hay un gran gesto por parte de Kim de darle al actor de Terminator este papel en este contexto. En principio por una cuestión simbólica. El cowboy es en el Hollywood histórico una de las figuras más respetables, posiblemente el primer tipo de héroe popular americano con evolución e historia (no es igual el modelo de cowboy de los 30 al de los 50, ni este último es igual al de fines de los 60) encarnado por algunas de las mayores presencias de la historia de esta industria, si hay una forma de plantear un retiro noble para quien personificó héroes, es esa. Pero en segundo lugar también hacer un western al estilo clásico y no una película de acción le da la posibilidad a Kim de trabajar con un tipo de acción más seca y que requiera mucho menos esfuerzo físico. Incluso la pelea final entre el protagonista y el narcotraficante rehuye de toda espectacularidad y se resume en una serie de planos que muestran a los respectivos contendientes haciéndose tomas para reducir al adversario.
Esto permite que justamente no tenga que utilizarse la técnica digital para disimular una velocidad que el actor de Depredador ya no tiene o ponerlo en escenas que requerirían un riesgo demasiado grande al ser filmadas -y que Arnold se animaba a hacer cuando era más joven y tenía lógicamente un cuerpo más resistente-. El western le permite justamente a Schwarzenegger que sea la acción la que se adapte a las capacidades físicas de su cuerpo y que no haya una manipulación cibernética para simular una resistencia y una capacidad física donde ya no la hay. Sorprende esta decisión no sólo porque Kim tiende más bien a la estilización (sin ir más lejos, su western versión spaghetti The Good, the Bad and the Weird estaba a años luz del tono de El Último Desafío) sino también porque este tipo de forma de filmar peleas y tiroteos es antitética a la que predomina en el cine de acción contemporáneo, lleno de escenas autoconscientemente irreales en las que los protagonistas de armas tomar hacen -bondades del digital mediante- cosas más propias de un superhéroe. Pero es justamente esta reticencia a ir en contra de la corriente más popular para privilegiar una acción acorde a las capacidades físicas de Schwarzenegger lo que demuestra un respeto enorme por la figura de este actor.
Hay otra cuestión interesante en El Último Desafío y es que podría definirse como una mezcla entre dos obras maestras del western: Río Bravo de Howard Hawks y la menos visitada El Tirador de Don Siegel. De la primera toma la idea del grupo pequeño y en apariencia desastroso enfrentado con un grupo muchísimo más grande y la mezcla permanente con la comedia. Incluso hay dos personajes en esta película que están inspirados en el largometraje de Hawks: el personaje de Luis Guzmán que parece emular al mexicano de la cantina, y el personaje del joven con gran potencial echado a perder que semeja una reversión psicológicamente menos compleja del Dude de Dean Martin. De la película de Siegel tiene en común la idea del héroe ya cansado, interpretado por un actor que se encuentra en retirada -como lo era el John Wayne avejentado de esa película- haciendo su último trabajo. La diferencia clarísima con El Tirador es que mientras esta última tenía un tono solemne y mortuorio (de hecho, John Wayne en estado canceroso hacía de un cowboy enfermo de cáncer) la película de Jee Won Kim no tiene lamentos y parece en cambio una despedida feliz de alguien que en vez de estar yendo hacia la muerte está contento con la paz del retiro. Este tono feliz hace que El Último Desafío parezca menos una necesidad artística de Schwarzenegger de decir adiós que un último regalo al espectador, una idea de decirle que viene voluntariamente a darnos una última interpretación de héroe de acción antes de irse a una vida tranquila a hacer otras cosas. En suma, si hay algo que aparenta El Último Desafío es que Schwarzenegger decidió volver simplemente para jugar de nuevo al héroe y de paso hacerlo en forma de sherriff de pueblo. A uno le da la sensación de que pudo no haberlo hecho, pero que un día quiso hacer un film que es, al mismo tiempo, elegíaco y feliz, para dar una última exhibición de su presencia cinematográfica a modo de gentileza para con el espectador. El público, por supuesto, más que agradecido.
Por Hernán Schell