A Sala Llena

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Ella es hermosa… (Homenaje a Steve Jobs)

Ella es hermosa… (Homenaje a Steve Jobs)

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Esta columna, me hubiera gustado escribirla tomándome unos mates bien íntimos y bien solitarios, pero no puedo. Le hice una promesa a San Expedito, así que no puedo tomar mates y mi hombre se está planchando una camisa en el living, tratando de acomodar sus cosas para salir de viaje, por lo que la casa no está en silencio, no estoy sola y los gatos hacen berrinche por ahí, metidos en la valija.

Lo de hoy va ser triste, porque yo estoy triste y porque gran parte del mundo está triste hoy conmigo.

Ayer se murió Steve Jobs.

Por supuesto, esta columna está escrita en Mac, porque no podía ser de otra manera.

El miércoles, un amigo y yo, nos pasamos el día aislados por completo del mundo, editando mi nuevo cortometraje. Una historieta de vampiros sin demasiadas pretensiones, que me está dando mucha felicidad. Recién salimos a la calle a eso de las ocho y media de la noche, así que estuvimos en un raviol casi el día entero. Por supuesto, los dos nos la pasamos frente a un gran monitor de Mac, pletórico de belleza y rebosante de diseño, pegando y despegando planos, subiendo y bajando audios, conformando y reconformando patrones dramáticos, integrando y desintegrando escenas y un sinfín de cosas pertinentes por el estilo. Al final de la jornada, pudimos bajar un primer off line en DVD (así de fácil, ya estamos acostumbrados, aunque sea una maravilla diaria) para que yo me trajera a casa y pudiéramos comenzar a hilar fino en la parte visual. El sonido es una película entera aparte, así que, todavía ni lo tocamos.

Mi amigo y yo volvimos hasta mi casa caminando. Él, siguió rumbo al video club y yo entré en mi edificio. Apenas llegué, el portero me avisó que uno de mis gatos se había escapado y que el administrador del edificio (bichero como yo) lo había llevado para su casa, esperando que yo apareciera. Me desesperé mal. La gata que se había escapado era Cocó, la más brava de todos, y había estado todo el día en casa ajena. Para rematarla, en la casa había dos perros, más uno de otra vecina que también había decidido escaparse ayer. El administrador había salido, así que tuve que esperarlo abajo hasta que llegara.  En esas estaba, cuando mi esposo me encontró en el hall de entrada y me dio la noticia. En el momento, preocupada por la gata, no lo asimilé del todo, comenté algo así como “qué bajón loco” o “pobre, ya venía mal”, pero la dejé ahí y me concentré en recuperar a Cocó. No me di cuenta, de que una tristeza gris y profunda, ya se me había instalado en el pecho, esperando que mi cabeza la reconociera.

Volvimos a casa con la gata que trinaba en brazos y nos pusimos a descansar un rato, echados en el sillón. Yo no había twitteado en todo el día, así que me metía a  hacerlo.

La red estallaba.

Ni bien comencé a leer los twitts de la gente, tomé plena conciencia de lo que había sucedido, de a quién habíamos perdido, de lo triste que iba a ser el mundo por muchísimo tiempo, sin la presencia de Steve Jobs. Mi marido se dio cuenta de lo que me estaba pasando y puso las noticias en la tele. Los dos nos quedamos mirando. Yo llorisqueando un poco, sacando conclusiones más que típicas y twitteando con el mundo; mi hombre se había quedado callado, tal vez pensando en su laburo (en una enorme empresa gráfica de matrices para impresión) y en cómo las ideas de este hombre remarcable, están todos los días y de manera abrumadora dentro de su vida.

Steve Jobs hizo las cosas que todo el mundo sabe, porque casi todo el mundo conoce a Steve Jobs.  Co fundó Apple en 1976 (en la cochera de su casa, según el mito), a los veintipico ya era millonario, era el mayor accionista individual de la Disney, le dieron la Medalla Nacional de tecnología, se fue de Apple y volvió, rescatándola de una crisis financiera terrible y convirtiéndola en la empresa con mayor capitalización del mundo. Creó Pixar (desde Lucasfilm), lanzó iPod, iTunes, iPhone, iPad… Era hijo adoptivo de una familia de origen armenio, a los veintisiete años encontró a su familia biológica y descubrió que su hermana era, nada menos, que la gran novelista americana Mona Simpson. Se casó, tuvo hijos y peleó contra el cáncer de manera encarnizada y logró sobrevivir mucho más tiempo del que se creía que un hombre podría. Todo eso en una sola vida. Una vida de genialidad, de creatividad, de invención, de belleza y de maravilla permanente. Achicó distancias, disolvió separaciones y acercó a los seres humanos. Cambió al mundo y lo hizo mejor.

Yo tengo una iBook G4. Por supuesto, ya es viejita.

Me la regaló mi chuchi en 2004 y, desde que llegó, se convirtió en un miembro más de la familia. Es que, las Mac no son computadoras comunes. Quien tiene una lo sabe de sobra. Llegan a tu vida y la pueblan de armonía. Recurrís a ella todos los días, como quien consulta a un oráculo. Cuando se abre, es inevitable pensar que se está frente a un cofre. Y cuando destella, los ojos se agrandan y  se espera que hable, porque es seguro que tiene vida propia.

Recuerdo exactamente, la primera y única vez que se me cayó la máquina. Estaba haciendo correcciones de mi segundo libro e iba y venía por la casa como una chiflada. Me llamaban por teléfono, me pedían que aprobara unos diseños, me puteaban de la editorial por mi ortografía del infierno, y yo todo me lo tomaba con la importancia de quien está por lanzar El Señor de los Anillos y no la pequeña novelita que era. En una de esas, me distraigo y la dejo arriba de la almohada de la cama, abierta y medio al borde. La pierdo de vista dos segundos y, entonces, escucho el golpe. No puedo describir lo que fue el momento. Yo me lancé a la carrera como si se estuviera cayendo un bebé y me tiré al piso. Ella, por supuesto, había bloqueado el rígido antes de caer, para que no se lastimara, pero yo no lo sabía. No entendía lo que pasaba y ya estaba totalmente fuera de mis cabales.

La re inicié y solo me aparecía al centro de la pantalla, el simbolito de Finder y un relojito. Llamé a mi cuñado, que nació con la manzanita en la frente y me dijo que, seguramente, la máquina había bloqueado al rígido, pero que en cualquier momento se reiniciaría. Que no me preocupara. Al margen de que yo no había respaldado mi trabajo y de que toooodaaaaa mi vida estaba adentro de la computadora, a medida que pasaban las horas y ella no respondía, me empezó a intranquilizar la idea de que debería mandarla a un service. Nunca nos habíamos separado y no me gustaba  que pasara días fuera de mi casa. Ni hablar de que un extraño la toqueteara, la abriera y la cerrara cuando se le antojara, le hablara, le metiera cosas nuevas, en fin… No quería que mi Mac, durmiera lejos de mí. De hecho, no me gustaba que la tocara nadie más que yo. Siempre que algún amigo, mi esposo inclusive, se ponían a hacer algo en la máquina, una especie de angustia, un nudo apretado, se me aparecía en el estómago y no me dejaba tranquila. Hubo una época en que, cuando salía de mi casa, la escondía debajo del colchón por si alguien entraba a robar. Lo hacía como un acto mecánico, aunque fuera solo hasta el kiosco y volviera. Sabía que era una locura, pero no podía evitarlo.

Mientras estuvo así, sin arrancar, convaleciente, yo me senté junto a ella como si fuera la madre. Le daba aliento, le daba besitos y recostaba mi cabeza cerca de ella para que no estuviera sola. Como a las nueve de la noche, por fin, se reinició. Yo lloraba de la emoción como si un familiar hubiera despertado del coma. Iba por la casa diciendo: ella no me podía fallar, ella es mía y no me podía falla… UNA LOCA DE ATAR. Es que una Mac es como un amigo querido, como un confidente del alma que guarda nuestros más preciados secretos debajo de una caparazón de belleza. En una Mac podés hacer una película, podés hacer música, podés hacer libros, podés hacer cuadros, podes hacer paquetes, podes crear marcas, podés hacer casi todo a dónde la imaginación te lleve. Podes inventar, adentro de un invento. ¡Podes soñar y soñar y soñar!

Es que ella es hermosa…

El mundo ha quedado triste. Pero la genialidad permanece.

Así que, queridísimo y admiradísimo Steve Jobs, GRACIAS. Nunca te olvidaremos, jamás. Y si andas por ahí, pululando por el universo, observándonos desde tu nube dorada, soplanos un poco de ese polvo de genialidad en la cabeza, para distinguir la verdad de las cosas y ver si podemos hacer eso tan bueno para lo que nacimos.

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