Algunas cosas no tienen lógica aparente, como por ejemplo, ser una enamorada del cine y encontrarte en una racha negativa y desoladora en la cual ves películas. Las ves todas: las que recomienda el crítico erudito, las que aplaude el público (aunque no esté el director presente, nunca voy a entender por qué la gente hace eso), las llamadas “bombas del año”, las que vienen de festivales con todos los laureles, las argentinas sorpresa, las europeas que no fallan, las ves todas y cada una, y te pasa lo mismo: no se genera nada en vos, algún que otro atisbo leve de movimiento gestual, de poco convencimiento, que te obliga a decir: “Bueno, sí, zafa”, pero en vos, sigue intacta la necesidad desesperada de encontrarte, una vez que comienzan los créditos de la película, inhalando felicidad y exhalando cine del bueno.
Y entonces decidís seguir buscando, y vas un lunes por la noche a un shopping para ver una película de la que escuchaste buenas críticas, y muy en el fondo te asalta el pensamiento: “Cine argentino, cine lento argentino”. Sin embargo, superás tu propio boicot y, recordando que ya el tráiler generó una sensación distinta en vos, te acomodás en la butaca para ver la ópera prima de Fernando Salem.
Entendés que no es casual, que muchos años atrás tuviste contacto con el director, vos buscando cotizaciones para un proyecto inviable, y él, con todo el profesionalismo del mundo, haciendo una devolución creativa que superaba la propuesta inicial. Y ese recuerdo de talento se vuelve una realidad llamada Como Funcionan Casi Todas las Cosas.
La historia trata sobre Celina (un hallazgo de belleza y versatilidad, Verónica Gerez), quien, tras la muerte de su padre, decide emprender un viaje en busca de su madre, la cual la abandonó mucho tiempo atrás para irse a vivir a Italia, o al menos eso es lo que ella recuerda.
Celina lleva una vida simple: trabaja en una casilla de peaje de una ruta semiabandonada en la provincia de San Juan, tiene un novio con el que mantiene una relación sin relevancia alguna, una amiga y compañera de trabajo, Nora, con la que comparte sus días, y no mucho más. No es casual que, en una escena donde ambas comparten un día laboral, Nora no encuentra una palabra en sus tan amados crucigramas y Celina la ayuda con esa palabra: Destino. Y será ella misma quien irá en busca del suyo propio.
Para poder juntar dinero y realizar el viaje a Italia, comenzará con el trabajo que realizara su padre durante tantos años: la venta de enciclopedias puerta a puerta, un tomo con todas las respuestas a preguntas que más de alguno se habrá hecho alguna vez, y que en diferentes momentos de la película -como contando un pseudodocumental dentro de la historia-, los protagonistas irán respondiendo: cómo ser feliz, si existe el amor para toda la vida, y otras más del mismo índole.
La historia es sencilla, y la manera en que está contada es soberbia. La actriz que lleva la película en su hombros se luce en todas las escenas, los actores secundarios cada uno está perfecto en su rol. Hay un manejo del humor imperceptible que se celebra en cada chiste menor. Los paisajes de San Juan, captados por la cámara de una manera tan exquisita, hacen que nos olvidemos de la cámara en sí y que nos sintamos parte protagonista y no espectadora. La música funciona y acompaña en cada escena, y si de escena se trata, existen dos en esta película que son de una calidad actoral, argumental, emocional e inspiracional perfecta.
Una de ellas es cuando Celina vuelve en el micro desde Capital a su provincia, teniendo asegurado ya el trabajo de vendedora de enciclopedias; hay un momento, menor si se quiere, si de gestualidad se trata, pero enorme a nivel interpretativo. Eso es cine, eso es cine del bueno, el que mueve algo dentro nuestro, nos toca, nos cambia, nos corre por las venas y nos emociona.
La otra escena corresponde al final de la película. Por supuesto, no lo podemos contar, solo mencionar nuevamente ese gesto sutil de la actriz, una sonrisa leve de la que se puede afirmar lo siguiente: la escena final es simplemente poesía.
Y aquello carente de lógica se llena de ella, se empapa. Como Funcionan Casi Todas las Cosas tiene alguna similitud a la inigualable Cinema Paradiso, en la magia de los pueblos, en la calidez de sus personajes, en la mirada sensible del director, en lo que se dice, pero sobre todo, en lo que calla el guión, y entonces todo vuelve a ser bello, tal vez como la vida, porque las luces de la sala se encienden y al fin, luego de tanto celuloide corrido, vuelvo a decir: ¡Qué hermosa película!
María Paula Putrueli