(Estados Unidos, 2015)
Dirección: Robert Zemeckis. Guión: Robert Zemeckis y Christopher Browne. Elenco: Joseph Gordon-Levitt, Charlotte Le Bon, Ben Kingsley, Clément Sibony, César Domboy, James Badge Dale, Steve Valentine, Benedict Samuel, Ben Schwartz. Producción: Robert Zemeckis, Steve Starkey, Jack Rapke y Tom Rothman. Distribuidora: UIP. Duración: 123 minutos.
Por las nubes.
Robert Zemeckis vuelve a las pantallas con el fin de contar la historia de Philippe Petit, aquel funambulista francés que en 1974 cruzó -a través de un cable tensado- la distancia entre las ya desaparecidas Torres Gemelas de New York. Aquí el director expone nuevamente su afán por las historias que se centran en un sólo personaje y su mundo (ya nos ha narrado las desventuras del personaje de Denzel Washington en El Vuelo, y nos ha invitado a acompañar a Tom Hanks en Forrest Gump y Náufrago). En esta oportunidad la historia ya fue narrada por aquel excelente documental ganador del Oscar en el 2008, Man on Wire; sin embargo la visión de esta propuesta, apoyada en gran medida y con excelentes resultados en la tecnología 3D, rinde sus frutos aunque claro, con algunas falencias.
El inicio del film se torna algo tedioso, acuñado en demasiadas palabras explicativas, con un paso lento de la historia que nos tiene esperando por aquello, que a mediados de la película y llegando a su final, nos envuelve en una tensión espectacular, una angustia injustificada porque la mayoría conoce el resultado de la hazaña. No obstante la propuesta visual es perfecta y logra su cometido: tener a los espectadores pendientes de un hilo, o más bien de un cable, siempre tensos en sus butacas.
Puede cuestionarse la elección del actor Joseph Gordon-Levitt para el personaje principal. Al inicio la peluca y los lentes de contacto azul se tornan difíciles de acomodar a la vista, pero cuando comienzan a contarse los planes de la proeza a llevar a cabo, las habilidades natas del actor como gimnasta (lo era en sus años más jóvenes) dejan claro el por qué de la elección y nos volvemos parte del sueño, sin cuestionarlo.
De esto trata entonces la historia detrás del sueño de un hombre que fue rechazado desde temprano por su familia, la cual discrepaba con él debido a su amor por las artes circenses. Petit se muda a la mágica ciudad de París, donde conocerá el amor y la amistad: su pareja y su mejor amigo serán los primeros cómplices en esta aventura denominada “el crimen artístico del siglo”. Se unirán luego al equipo personajes pintorescos que serán parte fundamental para ayudar al protagonista a cumplir su anhelo. Estamos ante una propuesta de ficción sobre un hombre real con un sueño demasiado particular. De hecho, es una interesante experiencia cinematográfica para disfrutar en 3D… debe ser una de las pocas películas que realmente lo vale.
Por María Paula Putrueli
Proeza, revolución, asombro. En esos tres conceptos residen las obsesiones de Robert Zemeckis. Basta con chequear algunos ejemplos de su filmografía: el fervor que generan Los Beatles cuando tocan en El Show de Ed Sullivan (I Wanna Hold Your Hand), la escritora que se vuelve parte de la aventura (Tras la Esmeralda Perdida), viajes en el tiempo (trilogía de Volver al Futuro), dibujos animados que conviven con los humanos (¿Quién Engañó a Roger Rabbit?), pociones de la eterna juventud (La Muerte le Sienta Bien), interacciones con vida extraterrestre (Contacto), la presencia de entes sobrenaturales (Revelaciones y Los Fantasmas de Scrooge), la supervivencia en condiciones extremas (Náufrago), el chico que conoce a Papá Noel (El Expreso Polar)… En la Cuerda Floja tampoco escapa a esas constantes, y ahora el director las lleva a lo más alto.
A fines de los 60, Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un joven malabarista callejero de París, tiene un único objetivo: cruzar las por entonces novedosas Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, desde lo más alto, haciendo equilibrio sobre una cuerda floja. Decidido a concretar su meta, y junto a un grupo cada vez más numeroso de colaboradores, se irá perfeccionando durante años: colecciona noticias y datos de las torres, practica sin parar, hace un importante ensayo sobre la Catedral de Notre Dame, viaja a los Estados Unidos, saca fotos, sigue investigando, sigue practicando… hasta llegar al 7 de agosto de 1974, el momento de jugarse por su tan anhelado deseo, dispuesto a desafiar al mundo y a sí mismo.
Basada en la hazaña del verdadero Petit (que supo inspirar su autobiografía To Reach the Clouds y el excelente documental Man on Wire), la película no sólo muestra la pasión y la dedicación de un artista para cumplir su sueño; es una oda a la pasión y a la dedicación en pos de un sueño a secas (sea uno artista o no), y de cumplir un sueño que puede consistir en cualquier otra cosa. Zemeckis destaca la importancia del trabajo en equipo -Petit fue ayudado por amigos y aliados anarquistas que se fueron sumando- y de un mentor, encarnado por Ben Kingsley. Elogia el valor de la perseverancia y de arriesgarse no sólo por una búsqueda de gloria mundial y eterna sino de autosuperación, aunque eso implique desafiar a la ley, a todas las convenciones.
Otro de los puntos fuertes es el protagonismo de las aquí recreadas Torres Gemelas. Si bien quedaron en la historia por el atentado del 11 de septiembre de 2001 (que continúa inspirando largometrajes, siempre de corte dramático y oscuro), el film rescata un episodio positivo que las tuvo como escenario y glorifica su leyenda, desmarcándola un poco de su estigma como símbolo del golpe mortal recibido por la nación más poderosa. Por supuesto, la secuencia clave es el acto de Petit. Zemeckis le saca provecho a la tecnología 3D y consigue imágenes impactantes, de puro vértigo y emoción, para que el espectador sienta que está acompañando bien de cerca al intrépido Philippe. Una vez más, las composiciones de Alan Silvestri potencia la destreza visual y narrativa del realizador de Forrest Gump.
Un muy caracterizado Joseph Gordon-Levitt da en el blanco con su interpretación del personaje principal: alegre, carismático, ambicioso, y algo propenso a la locura más obsesiva. De hecho, él mismo hace de narrador de la historia, cual presentador del más riesgoso y épico show circense. Además de Kingsley, integran el elenco secundario Charlotte Le Bon como la novia de Petit y un nutrido plantel masculino, entre los que sobresalen Clément Sibony y James Badge Dale.
En la Cuerda Floja es proeza, es revolución, es asombro. En definitiva, es Robert Zemeckis.
Por Matías Orta
Poética de la tecnología.
Cuando Philippe Petit cruzó de una Torre Gemela a la otra caminando sobre una cuerda floja en 1974, lo primero que le preguntaron los periodistas fue “¿por qué?”. “Era una pregunta muy norteamericana”, cuenta el funámbulo. “Hice algo magnífico y misterioso y recibí un práctico ‘¿por qué?’ Y la belleza de todo esto es que no tenía un por qué.”
Así relata su historia el mismo Petit en el fantástico documental de 2008 Man on Wire, obra que ganó el Oscar (estatuilla que el acróbata luego balancearía sobre su pera). Siete años después, Zemeckis decidió aventurarse en el desafío de contar esta historia con En la Cuerda Floja, lo cual se presentaba como un objetivo de lo más complejo. Y es que Man on Wire no es solo un buen documental por su elegancia, sino principalmente porque Philippe Petit es un personaje que se construye a sí mismo, y maravillosamente bien. Es un hombre de muchas palabras, un poeta por sobre un acróbata. El documental además cuenta con un material de archivo envidiable, que va desde fotos de Philippe cruzando la cuerda floja hasta videos de cuando fue arrestado por la policía.
La pregunta entonces es por qué. ¿Por qué eligió Zemeckis este desafío de contar una historia que ya fue contada por su mismo protagonista, y bien? Quizás es para intentar un regreso que ya muchos consideran imposible, o simplemente para ir por lo seguro: al ya conocer la historia sabemos lo espectacular qué es, y la premisa por sí sola es más que suficiente para atraer a más de uno a la sala.
Pero quizás la clave aquí sea citar al mismo Petit: Zemeckis hizo algo bello; no hace falta encontrar un por qué. La película tiene sus defectos, desde ya. El uso de la voz en off se siente forzado y molesto, y la imagen de Philippe contando todo desde la Estatua de la Libertad se torna ridícula muy rápidamente. Los diálogos de a momentos son cursis y cliché. Pero los personajes se vuelve entrañables fácilmente, y la película ofrece un trasfondo de Philippe ausente en el documental, el de sus días como aprendiz en un circo. Todo lo sucedido en la primera mitad de la película está bien, pero no es nada excepcional.
Y luego: la caminata que le da nombre a la obra. Aquí yace la belleza del film, el logro de Zemeckis: el de poner en escena “el” momento que ningún aparato del momento logró capturar. En la Cuerda Floja es la tecnología de nuestra época rindiéndole homenaje a la magia que hizo Petit en los 70. Es lo que siempre quisimos ver. Pero más que nada, es un momento en tono con Philippe como personaje, lleno de vértigo y poesía, más cerca de apreciar la belleza del acto que la picardía del espectáculo. Es una escena larga y disfrutable hasta su último minuto, en la que sentimos vértigo cuando pone un pie sobre la cuerda, y tranquilidad cuando vemos en él la paz que siente en ese infinito de nubes por sobre el que camina. Me atrevo a decir que la película vale solo por su poder técnico (y, por qué no, poético) de mostrar ese momento, de relamerse en él: no escatimar ni un segundo. El uso del 3D es impecable, dato no menor en épocas en las que esa tecnología es abusada a veces por el solo hecho de tenerla al alcance de la mano.
En la Cuerda Floja, sin la caminata, es una película simpática, decente. Pero con ella vale cada uno de sus minutos de duración. Y esto, que puede leerse como una debilidad, también puede verse como un testimonio de la belleza de un momento, del poder que encierra un solo acto de arte que rápidamente se torna en acto de comunicación.
Por Verónica Stewart